Una familia.

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Sora era una mujer positiva y alegre por naturaleza. Siempre buscando el lado bueno a las cosas y viendo bondad donde muchos sólo veían tragedia.

La gente que la conocía, sólo podría definir a la pequeña mujer, como un ángel que caído del cielo, bendecida a todo aquel que con ella se topará. La mujer era el sol que iluminaba el lúgubre ambiente de la mansión Vinsmoke y la más poderosa razón del por que los trabajadores de esta no renunciaban a sus puestos.

Sora era una excelente madre. Cariñosa con todos sus hijos. Los llenaba de besos y amor, a pesar de que tres de sus pequeñas crías tuvieran el corazón mas oscuro que la noche, ella se encargaba de ablandar sus almas e iluminar sus caminos.
Sus hijos como pago a tan dulces tratos de la mujer, le regalaban palabras dulces y besos en las mejillas, todo a espaldas del patriarca.

El corazón de Sora, siempre rebosaba de alegría al ver su amor correspondido por los pequeños. Más una preocupación siempre opacada su alegría y contraria a cualquier suposición, dicha preocupación no era producida por ninguno de sus niños sin alma.

La preocupación que a su ser atormentaba se debía a su pequeño niño Sanji.

El tercer de sus cuatrilliso era el más dulce de todos. No era sádico como su pequeño Ichiji, que disfrutaba del dolor que infligia en pequeñas aves. Tampoco poseía una actitud violenta como Niji o Yonji, pero a pesar de eso, Sanji era quien en su mayoría la mantenía despierta en las noches con un incómodo vacío en la boca del estomago.

La relación que el pequeño rubio mantenía con la demonio que entro a sus vidas para destruir su tranquilidad, le ponía los vellos de punta. Cada segundo que pasaba, tenia terror a la sola idea del que el peliverde le hiciera daño a su indefenso bebé. Pero luego a su mente llegaban los recuerdos, donde el ente llenaba de besos a su pequeño.

Una parte de ella, la más ingenua le gustaba creer que el demonio le había tomado cariño al nene rubio, pero la más realista sólo encontraba intereses enfermos y depravados en el ser infernal.

Ella se encargaría de que sus malos pensamientos no se hicieran realidad y si para conseguirlo, tenia que estar todo el día sobre Sanji, lo haría sin pensarlo dos veces.

Es por eso, que en esos momentos se encontraba en el cuarto de los infantes, con su bebé en brazos, mientras sus otros tres pequeños corrían y jugaban a lo largo de la habitación.

Sora debía confesar que aún le sorprendía ver lo rápido que los tres varones habían creció. Eran más grandes que los niños promedios de su edad.
Hablaban increíblemente claro y tenían una condición física sobre humana. Todas esas características sabía que eran obra del demonio, pero no por eso eran menos impresionantes para la madre, que celebraba cada pequeño triunfo que sus hijos tenían.
Como lo era terminar de leer un libro entero en menos de una semana o aprenderse el nombre de todas las capitales del mundo en un par de clases de geografía.

Pero mientras mas avanzaban los tres, Sanji parecía estancarse.
Quiso culpar al demonio por eso, más algo en su mente le dijo que su rubio niño era normal y que toda la inquietud era producto de la comparación inconsciente que hacía entre sus niños.

Un suspiro cansado salió de sus labios al ver a Sanji dormitar entre sus brazos. No sabia si estar alegre o triste por que el rubio fuera un niño normal. Por un lado estaba el hecho que podría crecer como era debido, entre juegos y risas. Lo negativo, su padre y sus propios hermanos lo hacían siempre a un lado.

Era triste ver el desprecio en los ojos de Junge,  cada que miraba a Sanji y como lo excluian sus otros hijos, que en todo el año que tenían de vida lo ignoraban de la manera mas descarada.

Eso como madre le dolía en el alma, pero en lugar de deprimirse, comenzó a buscar la forma de fortalecer los lazos de su familia. Aunque a veces eso traía a un Sanji llorón, a un Ichiji molesto, un Niji grosero y a un Yonji inflexible.

-Mamá- dijo Yonji, tirando de la falda de su vestido, sacándola de sus profundos pensamientos.

-¿Que ocurre cariño?- su voz fue una dulce caricia a los tímpanos del niño, que de inmediato se vio sonriendo ante tal melodía.
El pequeño peliverde de cejas enroscadas alzó un carrito, para que su madre pudiera verlo- Juega conmigo- hablo emocionado, como solo pocas veces podía verlo.

Sus otros dos hermanos al escuchar la oferta que el más pequeño de ellos le daba a su madre, fueron corriendo donde ella, con la ilusión de pasar un rato juntos.

Sora sonrió brillante, al ver una pizca de dulzura he inocencia en ellos, más dicha sonrisa desapareció al sentir el movimiento de su bebé rubio en sus brazos.

-Mis retoños- dijo con pesar, preocupando a sus hijos- no puedo, estoy cuidando de su hermano- comentó en forma de disculpa.

Los otros tres pequeños pusieron pucheros tristes, que rompieron el corazón de la madre.
- Oh vamos mis amores, no lloren- hablo con temor al ver las lágrimas formase en los ojos del pequeño peliazul- olviden lo que dije- se apresuro a decir- Yonji mi amor, que es lo que deseas jugar.

Los ojos del mas joven brillaron y de inmediato comezón a gritar palabras al azar, sobre una pista de carreras,  coches, choques y explosiones.

-Me encanta la idea - dijo, mientras se sentaba en la alfombra del cuarto y colocaba a Sanji sobre esta, con todo el cuidado posible- Ichiji,  te parece si buscas a tu hermana Reiju y la invitas a jugar con nosotros- ofreció Sora.

El pelirrojo, asintió sin dar mayor signo de importación, mas al verse fuera del cuarto, salio corriendo, llamando a su hermana mayor entre gritos emocionados.

Cuando está llegó, todo la habitación se lleno de un ambiente festivo. Gritos y risas infantiles bailaron en el aire, despertando al bebé rubio, que después de salir de su aturdimiento se unió a los juegos con torpeza y una sonrisa encantada.

Por primer vez, desde que los bebés nacieron, todos se comportaron como una familia. No hubo exclusiones, como tampoco hubo llantos ni disgustos. Todos jugaron y se vieron como hermanos.

Y por primera vez Zoro no exigió todo el tiempo de Sanji.
El peliverde se abstuvo de tocar su cuerpo nievo, de provocar sonrisas en aquel ser frágil y suavecito.

Solo se permitió ver la imagen hogareña en silencio, recargado en la puerta, con los ojos clavados en la cara risueña del pato con cejas rizadas.

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⏰ Última actualización: Apr 22, 2019 ⏰

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