IV Parte

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    —Cállate, no grites—la niña le tapó la boca con sus pequeñas, ¿había estado gritando? Busco alrededor de la habitación y no había nada. Solo estaban ellas dos.

   Su respiración se empezó a volver dificultosa, nada tenía sentido. Lagrimas empezaron a caer sin su consentimiento.  ¿Dónde estaba?

   —¡Ayúdenme! —grito lo más fuerte que pudo, su desesperación era tan grande que no pudo contenerla. Grito, grito hasta empezó a escuchar pasos que se acercaban.

  —Te dije que te callaras —la niña se veía asustada—, te dije que no le gusta que hagan ruido.

  La puerta se abrió de forma brusca, tres hombres entraron. Uno de ellos se acercó a Daisy y la tomo por el brazo gritándole algo que Sofía no llegaba a comprender. La saco a rastras, ella quería gritar y decirles que no le hicieran daño, pero que le aseguraba que Daisy fuera real y no un producto de su imaginación. No podía distinguir lo uno de lo otro.

   Un hombre la tomo de los hombros apoyando todo su peso sobre ella para mantenerle en la cama.

  —Por favor, déjenme salir no diré nada lo prometo —sus palabras eran ahogadas por sus sollozos.

  «Deberías escucharme, mira en donde estamos ahora. Es tu culpa. Nos van a hacer daño» sonaba asustadiza. Sin embargo, Sofía la ignoro. Siguió gritando y forcejeando hasta que sintió un pinchazo en su brazo derecho. Y luego vino la oscuridad.         

     No sabía cuánto tiempo había estado dormida. Le costó acostumbrarse nuevamente a la luz, en una esquina sentado en la silla un hombre la miraba fijamente, su mirada le puso los nervios de punta más de los que ya los tenía. Estaba asustada el hombre que siempre aparecía con la caída de la noche era el que ahora la miraba sin siquiera moverse de su lugar. Todo parecía tan confuso, su respiración se volvió acelerada, apretó sus dientes y cerro sus manos en puños. El hombre, que hasta al momento seguía sin moverse, quiso avanzar hacia Sofía al ver su reacción. Un paso, dos pasos… avanzaba con sumo cuidado, Sofía apretaba más los puños a cada paso que daba.

  —No te voy a hacer daño —era una voz gruesa que pretendía calmarla, pero solo lograba alterarla más.

   «No es real, no es real». Repetía una y otra vez en su cabeza. Sus uñas se clavaban en su palma, podía sentir la sangre brotar.

   El hombre seguía avanzando, lento como un animal que caza a su presa…

   Un paso, dos pasos…

   Grito, Sofía grito con todas sus fuerzas más no era un grito que demostraba terror o alegría, era uno acompañado con una risa histérica. Sabía que se encontraba atada, sin embargo, eso no la detuvo de intentar mover sus brazos, se sorprendió al ver que la habían liberado. No lo pensó. Sofía se levantó y se abalanzo contra su atacante mordiéndole el cuello.  Sintió la sangre entrar por su boca, clavo sus uñas en sus hombros.

   Era un dolor ensordecedor, no podías concentrarte en nada más que en sus dientes tratando de desgarrarte el cuello. Trastabillo unos pasos tratando de quitarse a la chica de encima, Sofía se aferraba fuertemente no dejando espacio para que el pudiera mover sus brazos. No le quedaba otra por lo que con toda su fuerza la estrello contra la puerta, un jadeo de dolor se le escapo, su agarre se aflojo mientras su cabeza caía inerte a un lado.

   Aquel ruido provoco que se aproximaran pasos por el pasillo.

  — ¿Que ha sucedido? —pregunto una vos autoritaria, Sofía trataba de que el dolor no le hiciera perder la conciencia. Quería escuchar, quería saber cuántas personas eran las que la tenían cautiva.

  —Me ha atacado, no tuve otra opción.

  —Imbécil sabes lo que es esto, se llama sedante pruébalo la próxima vez.

   Los pasos se alegaron poco a poco volviendo a dejarla sola, cautiva.

EsquizofreniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora