III Parte

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   Witzy Witzy araña

   Tejió su telaraña,

   vino la lluvia

   y se la llevó;

 

     Le escocia todo el cuerpo, no tenía las fuerzas suficientes para mover sus brazos. Todo se encontraba oscuro, no podía abrir sus ojos…  no lograba recordar nada…

    Alguien cantaba cerca de ella. Una voz aguda. Risas. También se escuchan risas, no, solo una.  

   Ya salió el sol,

   se secó la lluvia,

  y witzy witzy araña

  otra vez subió

 

  Olea

  Oleo

 

    Esa voz cantarina le hacía doler aún más su cabeza, quería que esa niña se calle. ¿Niña? Ella no conocía a ningún niño. ¿Qué hacia una niña en su casa? ¿Por qué le dolía todo el cuerpo?

  Witzy araña

  Witzy araña

  ya subio

 

  Witzy araña

  Witzy araña

  ya subio

 

    Hizo acopio de toda su fuerza… nada, parecía estar amarrada de pies y manos, uno a uno intento abrir sus ojos, todo se veía borroso al principio movía su cabeza de un lado a otro para aligerar la molestia en su nuca. Vislumbro algo en un rincón, los rayos del sol iluminaban a una niña de seis años más o menos, saltaba la cuerda mientras cantaba. Ahí el origen de esa tediosa canción, en este momento solo quería que se calle.

    Su boca se sentía seca por lo que cuando intento hablar su vos fue nada más que un susurro ronco, humedeció sus labios e intento volver a hablar de nuevo.

   —¿Dónde estoy?

   No hubo respuesta, la niña se detuvo y la miró fijamente.

   —No deberías hablar él se va a enfadar.

   ¿Enfadar? ¿Quién? ¿Dónde estaba? Su cabeza le dolía todavía más, le tomo mucho más esfuerzo sentarse. Dos minutos fueron suficientes para admirar todo su cuerpo vendado, sus heridas estaba cubiertas de gasa e vendas.

    Sus recuerdos volvieron como imágenes y un escalofrió le recorrió la espalda, sus manos comenzaron a temblar. ¿Qué era lo que había pasado? La chica que se parecía a ella, no,  era ella eso era lo que más miedo le daba. No entendía nada solo estaba segura de una cosa: jugaban con su mente, pero… ¿eso era posible? Preguntas y más preguntas rondaban por su cabeza, aturdiéndola, se encontraba tan ensimismada en sí que había olvida la presencia de la niña.      

   —¿Quién eres? ¿Dónde estoy?

  —Daisy —siguió saltando como si fuera lo más normal.

—¿Por qué estoy atada? Un hombre, había un hombre y… luego solo hubo oscuridad.

   Lauren, se acordaba de ella. ¿Dónde estaba? ¿Por qué la había dejado sola? Quería respuestas, las necesitaba. Paredes grises, estaba rodeada por cuatro paredes cubiertas de moho. Una sola lámpara que irradiaba una luz débil desde el techo. Había una silla al lado de su cama y nada más. Solo una puerta.

  —¿Cómo entraste? ¿Quién es el hombre que me trajo?

  —Tengo una llave, pero es un secreto —lo dice en apenas un susurro. Pasos se escuchan pasos, no provienen de afuera, sin embargo. Viene de su misma habitación.       

    Estaba ella, otra vez Sofía se encontraba viendo su propio reflejo solo que en carne y huesos, su ropa era la misma que la última vez que la había visto.   

  —Te gustan mis uñas, son preciosas las acabo de conseguir —miro sus uñas, que más que parecerse a las de un humanos se parecía a las de un animal, largas y filosas, listas para el ataque—. Te gustaría probarlas.

      No era una pregunta, ninguna de las anteriores, hablaba con cierta aceptación de que Sofía accedería. Sofía intenta levantarse pero las cuerdas la sostienen en su lugar. Quería llegar a la niña, necesitaba protegerla, ¿Cómo? No lo sabía. Tenía que hacer algo y pronto, Daisy seguía saltando como si nada. Un fuerte miedo se apodero de ella, ¿y si en verdad había perdido la razón?  

    Su propio reflejo empezó a reír mostrando sus dientes, al igual que en su departamento, sus dientes era negros como el carbón, era un ruido estrepitoso, brutal que te hacia taparte los oídos. Sus ojos en ningún momento abandonaron a Sofía y la niña.

  «Parece real» su cabeza empezó a doler de nuevo.

  —Cuando éramos chicas solíamos jugar a arrancar las partes a los juguetes —dijo con una sonrisa— porque no jugamos ahora. Anda préstame tu muñeca, esa que tienes ahí. Señalo a la niña que todavía era ajena a su presencia.

  «No es real, ignórala. Estás drogada te obligan a ver cosas. No confíes en ellos». Esa dulce voz de nuevo resonó en su cabeza. Estaba tan confundida.

  —Si no me la vas a prestar voy a tener que jugar contigo otra vez—le agarro del cabello echando su cabeza hacia atrás, Sofía soltó un grito —ya ves no eres tan divertida.

 No es real, pero parece tan real. 

EsquizofreniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora