V Parte

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   Los días pasaban y Sofía lograba sobrevivir gracias a las visitas constantes de Daisy, la niña, hoy llevaba un vestido rosa con un volado alrededor. Entro sonriente como siempre y se ubicó en la misma esquina de siempre.   

   Witzy Witzy araña

   Tejió su telaraña,

   vino la lluvia

   y se la llevó;

 

   Empezó a saltar la cuerda, otro hábito que solía hacer, no iniciaba las conversaciones lo que le hacía pensar a que iba todas las tardes a su habitación.   

   —¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Qué haces en este lugar? ¿Quiénes eran los hombres de la última vez? ¿Por qué estoy aquí? —día a día hacia las mismas preguntas pero ella se negaba a contestar, sin embargo, hoy le respondió.

   —Daisy, en una habitación al final del pasillo —siguió saltando como sin nada. Lo primero ya lo sabía y lo segundo no le decía nada, quería que le explicara que hacia ella en ese lugar. En donde estaba ese lugar exactamente.

   —¿Cómo entras, Daisy?

   —Te lo dije tengo una llave, pero nadie lo sabe —se detuvo y la miro seriamente, costaba creer que era una niña—. No puedes decírselo a nadie, promételo.

  —Lo prometo. ¿Cuántos años tienes? ¿Qué haces en este lugar? —Sofía se concentró en hacer las preguntas que creyó que le contestaría.

  Daisy la miro pensando si podía confiar en ella.

   —Diez, mamá trabajaba aquí. Murió y me dejaron quedarme siempre y cuando no estorbara en sus asuntos.

  —¿Qué asuntos?

  No respondió. Siguió saltando como si ella no estuviera ahí hasta la hora de irse, justo antes de que los hombres vinieran a verla. Daisy se movía sigilosamente, claramente acostumbrada a ello, siempre que salía cerraba nuevamente la puerta.

   «Deberíamos quitarle la lleve. Si, si». «Después podríamos ocultarla en la cama, no, no, debajo de la cama si, si»

   ¿Ocultarla? No, eso no estaba bien, era tan solo una niña. Pero ella le hablaba constantemente susurrándole, incitándola. Había dejado de tener esas horribles alucinaciones que solía tener, Sofía sabía que en parte se debía a los medicamentos que la obligaban a tomar. No entendía el propósito de su estadía en ese lugar, a veces casi esperaba que entraran y la violaran desecho esa idea mientras más pasaba el tiempo.  

   Tomaba todo lo que le daban con  desconfianza y a la vez agradecida, ya no tenía que soportar ver su yo más joven, ver esa sonrisa negra, sus garras que se extendían tan afiladas cada vez que la tocaban. En un sentido ilógico todo estaba bien. Todo estaba bien.

  «¿Bien? No, no está bien. No, no. Hay que salir si, si, imagina el cielo, nuestro apartamento. Sí, sí. Acá no tenemos nada de eso. Hay que salir, matarlos, matarlos a todos».  

   Sofía ladeo la cabeza, ¿matarlos? Si, ella tenía razón. Hay que matarlos, matarlos a todos.

   «Si, si, y la niña no te olvides de ella. Vamos a… a… vamos a jugar con ella sí, sí. Y… le arrancaremos sus preciosos dedos sí, sí. Que divertido, que divertido».

  Los pasos que tanto se había acostumbrado a escuchar se estaban acercando, la puerta se abrió dando paso a los mismos hombres de siempre. El que más miedo le daba media cerca de los dos metros, era de tez oscura como la noche y unos ojos inquisidores, seguían cada uno de sus movimientos.  

  —Has sido una buena niña te has ganado un premio —hablo el más joven de los tres, Sofía calcula de unos veinte tantos de una apariencia de un chico en plena adolescencia. Era el único que la trataba como otra persona más a diferencia de los demás que no parecía importarle si alguna vez la lastimaban.  

   —Escucha niña la libertad tiene su precio —abro al de tez oscura— procura comportarte como hasta ahora o de lo contrario estar atada te va a parecer el paraíso.

  «El hombre malo será el primero de morir sí, sí».

  «Shhh, nos descubrirá»

   Le desataron sus manos y sus tobillos, Sofía junto todas sus fuerzas para no sonreír. Le dieron los medicamentos los cuales se los tomo inmediatamente y luego se fueron. En cuanto la puerta se cerró empezó a dar saltitos y aplaudir como una niña pequeña.

   «Los hombre malos nos dejaron libre si, si, vamos a… vamos ocultarnos. Si, si, y… no nos encontraran cuando vuelvan».

  Toc, toc, toc. Los golpes en la puerta hicieron eco en la habitación, Sofía se quedó quieta.

   —Adivina quien vino a visitarte —su propia voz resonó desde el otro lado. Ella volvió.

EsquizofreniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora