Mi madre me llama a la mesa, no tengo mucho apetito últimamente, pero entiendo que es necesario para que mi organismo funcione y por lo tanto debe hacerlo así no me guste; en fin, mis padres ya están en el comedor impacientes y temo que pase lo de siempre, que se enojen.
La comida transcurre con normalidad, es decir, el ambiente es pesado y la tensión es tanta que hasta podría cortarla con un cabello y se siente un silencio aterrador que mas bien es la amenaza de la tormenta que se avecina.
En el preciso momento en que voy a levantarme del asiento con una sonrisa en el rostro y cantando victoria; mi padre me pregunta por mis estudios, a pesar de responder en buen tono, pausada y veraz mente, no parece satisfecho y me acusa de mentir, no me permite defenderme ya que según el estamos comiendo y debo respetar la hora de la comida.
Luego de unos minutos de silencio decido levantarme contra su voluntad, ya he dado algunos pasos y entonces siento un golpe en mi nuca y parte de mi cabeza, los bordes de mi campo de visión se oscurecen. Ese es el ultimo recuerdo que tengo antes de despertar en la cama de un hospital de paredes blancas, que me resulta confuso y se entremezcla con recuerdos anteriores de cada vez que sucede esto.