Un Labrador cansado, en el ardiente calor, debajo de una roble reposaba pacífico y tranquilo. Desde su dulce estancia miraba agradecido el bien con que la tierra premiaba sus penosos ejercicios. Entre mil producciones, hijas de su cultivo, veía calabazas, melones por los suelos esparcidos.
"¿Por qué la Providencia..." se decía a sí mismo, "puso a la ruin bellota en elevado y preeminente sitio? ¿Cuánto mejor sería que, trocando el destino, pendiesen de las ramas calabazas, melones y pepinos?"
Bien oportunamente, al tiempo que esto dijo, cayendo una bellota, le pegó en las narices de improviso.
"¡Por Dios!" exclamó el Labrador sencillo --. "¡Si lo que fue bellota algún gordo melón hubiera sido, desde luego pudiera tomar a buen partido, en caso semejante, quedar desnarigado, pero vivo!"
Aquí la providencia manifestar quiso, que supo a cada cosa señalar sabiamente su destino. A mayor bien del hombre todo está repartido. Preso el pez en su concha y libre por el aire el pajarillo.