Es bien conocida la tendencia de los monos a imitar a las personas, repitiendo gestos y caras que ven hacer a los seres humanos.
Había una vez una mona muy presumida, que siempre estaba contemplando a la gente e intentando parecerse a las personas para distinguirse de los demás animales.
Un día, la mona presumida logró colarse en las habitaciones de una gran dama. Por todas partes había ricas vestiduras, sedas, joyas...
La mona empezó a revolverlo todo y a probarse las prendas más llamativas y los sombreros más extravagantes, contoneándose delante del espejo como en alguna ocasión había visto hacer a las señoras.
Por sin eligió un vistoso vestido de seda, un sombreo y las joyas más grandes que pudo encontrar, y así engalanada salió a pavonearse ante los demás animales.
"Seguro que me toman por una gran señora", pensaba la mona llena de vanidad.
Pero todos los animales la reconocían al instante a pensar de su lujosa indumentaria, y la saludaban diciendo burlonamente:
--Buenas tardes, señora mona, ¿a dónde va tan elegante y enjoyada?
La mona acabó notando el tono de burla y dijo enfadada:
--¡Vais a ver, hatajo de estúpidos envidiosos! ¡Soy una gran dama y lo voy a demostrar!
Y ni corta ni perezosa volvió a la ciudad y se coló en una fiesta, pensando que tan engalanada como iba nadie se daría cuenta de que era una mona y no una señora.
Pero, naturalmente, en cuanto entró todo el mundo empezó a reírse.
--¡Qué ridícula está la mona vestida de esa manera! -decían unos.
--Con esa ropa lujosa y esas joyas, todavía se nota más lo fea y peluda que es -decían otros.
La mona salió corriendo de allí avergonzada, dejó el vestido de seda y las joyas y nunca más pretendió ser una dama, pensando que, después de todo, no estaban tan mal ser una mona.
MORALEJA:
Por más que uno intente aparentar que es distinto de como en realidad es, lo importante es la verdadera naturaleza de cada cual y no las apariencias. Como dice el refrán: "Aunque la mona se vista de seda, mona se queda".