Había una vez un pez grande, fuerte y robusto que tenía una gran boca, más que boca: una bocaza. Por ello todos los pececillos lo llamaban Boca Ancha. Así vivían en el mar.
Todos sus amiguitos lo respetaban y a la vez le temían. A él y a su boca ancha, pues era muy presumido.
-¡Ah! – gritaba Boca ancha
- Soy el más grande y fuerte de todos. Los pececillos no valen nada. Son demasiado pequeños. Y no son fuertes. No pueden luchar como yo lo hago.
En ese momento ¡PLAFF! Cayó al mar una red, de esas que usan los pescadores para atrapar muchos peces. Y Boca Ancha junto con otros compañeritos fueron atrapados. Ocurrió, que la red era resistente, pero de tejido muy abierto y los pequeños pececillos pudieron escapar por las aberturas del tejido. Pese a que el grande y fuerte Boca Ancha trató de liberarse, quedó prisionero.
Cuando desde arriba los pescadores tiraron de la red, Boca Ancha con lágrimas en los ojos, miró a los pequeños pececillos que nadaban alegres y felices. Y pensó.
Ojalá yo no hubiera sido tan fuerte, tan gordo y tan grande.
Moraleja : No debemos menos preciar a los más pequeños
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