Secretos con Leche de Yak

5 0 0
                                    

Planeta Pico Sangre, año 3015

Lady Constance Filch vestía un largo vestido morado con bordes dorados de flores. Siempre llevaba un espejo en la mano y un destornillador, en caso de que uno de los estúpidos Casi Humanos se descompusiera junto a ella, muchos la llamaban Doctora, pero no lo era.

Ésa mañana se levantó con un sabor agridulce en la boca, la dama de aseo le dijo que alguien había muerto en el Hotel Infinito. Quién.

— No juegues conmigo, robot. Te podría apagar en un instante... ¿quién fue? ¿Botón? ¿Benedict? — Lady Constance apuntó con el destornillador en el rostro — !Responde, maldita, responde!

— El señor Benedict — la dama de aseo salió corriendo —. No me maté, Doctora. ¡Por favor!

— No lo haré — respondió lady Constance Filch

— Gracias — la dama de aseo se arrodilló, luego pasó algunas plumas sobre los muebles y se retiró de la habitación de lady Constance.

Lady Constance se aseó con el agua tibia que caía de las tuberías y las regaderas que tenía como cuarto de baño, se vistió con un largo vestido verde con flores doradas, se peinó el cabello rubio oscuro y lo terminó adornando con más flores doradas y negras, con caleidoscopios y mandalas verdosos y rojizos, se sonrió en el espejo y se lanzó un beso a sí misma.

— Pobre, Benedict — le dijo a su reflejo —. El maldito era un buen hombre..., bueno, me imagino que le harán algo. Arréglate — se dijo.

Salió de la habitación setecientos setenta y siete, las damas de aseo y los mayordomos correspondientes a su habitación se la llevaron abajo, al Recibidor Grand Infinito.

— Escalera — ordenó a las escaleras.

El arte de bajar y subir las escaleras era muy complejo para los nuevos del Hotel Infinito, pero lady Constance había dominado la práctica hace años, tal vez décadas. Ya ni recordaba su edad, o cuando había llegado al hotel, o... a veces ni recordaba a su familia en Marte, sabía que había un señor Filch, una madre y un padre Filch, pero ya no recordaba sus rostros, ni sus voces, ni sus nombres.

Bajó al segundo piso y decidió saltar al recibidor, cayó de rodillas frente al escritorio y las mesas donde los gerentes mecánicos del hotel administraban las habitaciones, la cafetería, el gimnasio, el observatorio y la biblioteca privada del Hotel Infinito.

— Lady Constance — le habló uno de los gerentes, el que tenía el bigote pintado de verde oscuro, Vincent, le sonrió —. ¿Cómo amaneció hoy?

— No le incumbe, Vincent — le respondió Constance Filch —. ¿Dónde está Botón, señores?

— En la cafetería, lady Constance — respondió el otro, Edmund, de bigote teñido de celeste oscuro con hebras de vello blanco.

— Gracias, máquinas — agradeció Constance.

Se trasladó a la cafetería del Hotel Infinito por medio de la alfombra. La lana y el terciopelo rojo de la alfombra le enredaba las partes más bajas de su vestido; la cafetería era una habitación larga y rectangular con doce mesas a cada lado, derecho e izquierdo, al centro se alzaba una isla de color carmín oscuro donde tres meseras mecánicas atendían a los mecánicos clientes del hotel.

El hombrecito llamado Botón estaba sentado en la primera silla de madera y la primera mesa, bebía una taza de leche de yak, amarillo y grumoso.

El Hotel InfinitoWhere stories live. Discover now