Prólogo

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Aknamkanon sabía que ese escenario llegaría en cualquier momento. Más temprano que tarde. De alguien más cercano que lejano. Por eso no se sorprendió cuando lo vio apuntándole con la punta de la espada justo al pecho.

Lo que le sorprendió fue ver que la espada ya estuviera manchada de sangre.

Su corazón latió con miedo, pero como buen rey que era, evitó que su pavor se demostrara de cualquier manera.

—No tienes que hacer esto —le dijo al traidor.

—Sí, lo tengo que hacer —le contestó —. Morirás como héroe. Tu reina y heredero solo serán sacrificios necesarios. Los Kul elnianos no tienen piedad, después de todo.

Aknamkanon lo miró a los ojos. No mentía.

—Necesitarás esto —dijo entonces elevando el Rompecabezas del Milenio que colgaba de su cuello —. Sólo le pertenece al verdadero Faraón. La gente seguirá a quien tenga que seguir.

Hizo como si se lo fuera a entregar, quitándose la cadena que lo rodeaba y extendiendo su brazo con el objeto entre los dedos.

Los ojos del traidor siguieron el brillo dorado como si lo hipnotizara. Esa ambición... Nunca podría ser el verdadero gobernante.

Entonces Aknamkanon desarmó el Rompecabezas.

—¿Qué? ¡NO!

La desesperación lo desequilibró lo suficiente como para que Aknamkanon actuara. Tomó su pesada espada que reposaba a unos cuantos metros y empujó al traidor mientras buscaba el camino más corto hacia la habitación de la reina. En medio del alboroto cayeron algunas antorchas incendiando inmediatamente las sábanas en el suelo y algunas otras cosas.

El fuego se expandió cual plaga y pronto ya habían criados intentando apagarlo. El traidor había desaparecido, pero Aknamkanon sabía que todo recién comenzaba. Tomando una franela continuó su camino.

—¡Neferu!

Las puertas de los apocentos de la primera Reina estaban abiertas, ella apareció con una expresión no más que asustada y con el heredero detrás de ella.

—Mi rey, ¿qué sucede? —sus ojos se dirigieron a él, luego al fuego.

Tomó a su hijo de la mano.

—Corre —le ordenó antes de entregarle el Rompecabezas hecho piezas dentro de la bolsa hecha de tela —. Llévate esto contigo.

—¿Qué?

—Ve por el pasaje que te mostré. Huye con nuestro hijo. Busca refugio.

Ella lo miró aterrorizada conforme los gritos de los sirvientes iban en aumento.

—¿Qué está sucediendo, Aknamkanon? ¿El fuego tiene algo que ver? ¿Y tú?

Él la tomó de los hombros, sus ojos pasaron de Neferu a su hijo y luego volvieron a ella.

—Neferu, tienen que irse.

—¿Vas a luchar? ¿Y los sacerdotes? ¡¿Qué está pasando?!

Antes de que ella pudiera aceptar o seguir preguntando, el pecho de su esposo fue atravesado por una espada plateada teñida de rojo.

Neferu gritó tapando la vista de su hijo con su espalda al ponerse delante de él.

Aknamkanon escupió sangre y cayó sobre sus rodillas apoyándose brevemente en Neferu mientras le entregaba las piezas del Rompecabezas.

—No irán a ninguna parte —dijo el traidor.

Neferu comprendió todo entonces. Le dio una última mirada a su esposo y cuando él asintió, ella se llenó de valor.

A la cuenta de tres.

Uno...

Dos...

Aknamkanon utilizó todas sus fuerzas para abalanzarse una última vez contra el traidor evitando así que sacara su espada y dándole tiempo a Neferu para correr con el Príncipe hacia uno de los laterales de la habitación.

Había una puerta, miró por última vez al cuerpo de su esposo y luego la atravesó cerrándola tras su paso.

Su hijo estaba en silencio, pero su expresión no era la de confusión. Su hijo comprendía todo. Su hijo lo había visto todo.

No. No era momento de pensar en eso. Tenía que encontrar el pasaje secreto.

Llegó a otra habitación llevándolo prácticamente a tropezones. Cerró la puerta y está vez la atascó movimiento uno de los muebles con toda su fuerza a su lado.

Se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano y continuó con lo planeado. Se agachó a la altura de su hijo y lo hizo mirarla a los ojos.

—Yo sé que sabes lo que está pasando —le dijo —. Sé que da miedo, pero tienes que seguir solo, ¿entendido, hijo? No mires atrás.

¡BAM! Alguien chocó contra la puerta y comenzó a aporrearla. El sonido fue atemorizante.

—¿Y tú? —preguntó tomando la bolsa que Neferu le daba.

Le sonrió.

—Iré justo detrás de ti. Solo lo voy a distraer, ¿está bien? —hizo que apretara la bolsa entre sus manos —. No lo pierdas. Cuida esto con todo tu poder. Es la prueba de que eres quien eres —pese a todo, le tomó unos segundos decir lo siguiente: —. Nunca lo olvides.

Lo besó en la mejilla y se levantó para empujar una especie de pilar. Era de color blanco, distinto a los de color gris y arena que había en todo el palacio. Neferu hizo uso de toda su fuerza para empujar el gran bloque de granito. Luego hizo que él entrara.

—Sigue de frente y no vuelvas, ¿entendido? —tragó saliva —. Te quiero.

No le dejó decir lo mismo cuando comenzó a empujar el pilar de regreso desde fuera. A él sólo le quedaría continuar.

Neferu tomó la única espada que encontró. Era pesada y ella no estaba entrenada en ningún tipo de arte de guerra, ni utilizar algún tipo de magia, debía proteger a su hijo de la mejor manera posible.

Pero cuando el traidor irrumpió en la habitación, supo que la única manera de detenerlo sería utilizando su propia vida. Se disculpó internamente con su hijo, no podría volverlo a ver en esa vida.

Su hijo supo entonces lo mismo cuando vio a su madre siendo asesinada por protegerlo. No pudo hacer más que correr.

THE LOST KINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora