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¿En dónde quedaba Mana? Esa pregunta se quedó estancada en su cabeza aun cuando ya habían entrado al palacio y estaban sentados cara a cara con la Princesa en una especie de vestíbulo.

Quienes habían estado hablando hasta ese momento eran Mahad y Mana, dando un resumen de todo lo que había sucedido y de lo que probablemente estaba a punto de suceder.

Al final, Teana asintió.

—Comprendo lo que dicen.

—Entonces, ¿ayudarás? —Mana se inquietó.

Teana le sonrió a Mana, pero lo miró a él cuando comenzó a decir:

—Me gustaría hacerlo, pero yo sola no puedo movilizar a un ejército, que destinado a la protección de mi reino, para la guerra de otro.

—No pedimos que sea toda tu gente —aportó Mahad —. Ni siquiera tienen que ser soldados.

—¿Eh? —la princesa pareció confundida.

—Uhm... Los sacerdotes Shada y Shimon están buscando apoyo en Egipto mismo —incluso Yūgi empezó a participar. Atem se sentía tan fuera de lugar —. Y estoy seguro de que mi madre, el sacerdote Karim y la sacerdotisa Isis están haciendo algo desde donde sea que estén.

—Así que... ¡Por favor, princesa! —Mana insistió —. No sabemos a quién más pedir ayuda. Tú dijiste que-...

Teana alzó una mano y Mana se detuvo. De hecho, fue un acto tan solemne y llamativo que fue imposible que no le prestaran atención.

Atem se preguntaba si, de haber sido criado de la misma manera, él podría hacer lo mismo. Mirar sus propias manos, mientras escuchaba discusiones políticas, sin duda no ayudaba en lo absoluto.

—No me malentiendan, por favor —dijo, entonces, la princesa —. No es que no quiera ayudar. No puedo. Mis padres son los reyes, no yo. Además-...

—Entonces aboga por nosotros, Teana.

Todos los pares de ojos lo miraron sorprendidos. Él mismo lo estaba. Pero quedándose en silencio no iba a resolver nada. Quería liberar a Nebet, ayudar a Mahad y Mana, vengar a sus verdaderos padres... Obtener el reino sería una consecuencia con la que tendría que vivir, estando preparado o no, Atem simplemente no podía quedarse callado y aceptar todo lo que viniera sin aportar nada a cambio.

Él era el dueño legítimo del Rompecabezas.

El verdadero Faraón.

Tenía que demostrarlo.

Aun cuando tuviera que dejar de lado sus sentimientos más profundos.

—Aboga por nosotros frente a tus padres, princesa Teana.

—Príncipe Atem...

La miró a los ojos, pero el sonido de pasos firmes y puertas abriéndose los interrumpieron.

—Espera, Teana-...

—¡Su majestad!

Tan pronto como aquella voz hizo eco en el lugar, tanto Mahad como Mana saltaron de sus asientos y se arrodillan con respeto.

A penas un segundo después, Yūgi hizo lo mismo, dándose cuenta de frente a quiénes estaban.

El rey y la reina de Dióminia habían ingresado a la habitación.

Sin embargo él no se arrodilló. Muy en el fondo de sus recuerdos, algo le decía que un Faraón jamás debía agachar la cabeza frente a alguien más.

—Oímos de los criados que habían visitas —comentó la mujer de elegante porte, hacia Teana —. No pensé que se tratase de la realeza de Egipto.

THE LOST KINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora