VI

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Tenían que ayudarla.

Su corazón golpeaba fuertemente, como si estuviera justo en sus oídos. El Rompecabezas del Milenio brilló dentro de su bolsa.

Se le secaba la garganta y sentía el sudor cayendo por su cuello. El fuego. Los caballos. Los gritos. Todo a su alrededor era dolorosamente repetitivo.

Tenían que ayudarla.

Sus pies se movieron solos.

Oyó a Yūgi llamarlo. Intentar detenerlo para analizar bien la situación. Uno, dos... No, fácilmente habían más de veinte Kul Elnianos poniendo Nebastis de cabeza como si no les importara en lo absoluto.

Y es que ese era el caso.

Furia. Estaba molesto. Molesto, asustado y confundido.

¿No podía dejar que todo se repitiera?

Sacudió su dolorida cabeza, en alguna parte su corazón se encontraba igual.

No le importó.

Salió de su escondite olvidando a Yūgi por unos segundos. Sus ojos estaban únicamente enfocados en Nebet y en los dos hombres que la amenazaban en aquel insufrible dialecto.

—¡Habla de una vez! —gritó uno de ellos, el de la espada. Arrastraba las palabras y casi parecía que era otro idioma, pero Atem se las arregló para entenderlo.

—Detengan todo este caos y hablaré —dijo ella.

—Parece que no ves quién está en desventaja aquí, eh...

El de la espada movió el filo peligrosamente. Atem no lo permitiría. Sacó el Rompecabezas y se lo colgó al cuello. Prácticamente no estaba pensando, estaba actuando, pero no le importaba. No en lo absoluto. Era lo que querían, ¿no?

—¡No!

Sin embargo, antes de que pudiera siquiera pensar en llamar la atención de todos los tipos de Kul Elna, alguien lo tacleó por su lateral derecho justo cuando iba a salir.

—¡¿Qu-...?! —sintió el peso sobre su cuerpo —. ¡Yūgi!

Pero Yūgi estaba siendo retenido por alguien más. Alguien alto y con una capa oscura.

Se desesperó. No le quitarían también a su hermano.

Empezó a patalear y a golpear. La otra persona hizo fuerza con él, pero ninguno se rindió.

¿Cómo? ¿Por qué? ¿Ya habían liberado a Nebet? ¿Ahora lo capturaría a él? ¿O a Yūgi?

No, tenía que asegurarse de que por lo menos su hermano estuviera bien. Tenía que soltarse.

—¡Déjame!

Su voz pareció amortiguada, tanto por el esfuerzo como por el demás bullicio que había a los alrededores.

—¡No, espera! ¡Detente, por favor!

Estaba tan molesto y desesperado, pero de alguna forma la voz llegó a sus oídos. Aquella voz que había reconocido algún tiempo atrás.

Lentamente dejó de moverse. La velocidad de su respiración no disminuyó. Su pecho subía y bajaba constantemente como el de la persona que estaba sujetándolo de lo brazos sobre el suelo arenoso.

Pero por fin, unos segundos después, ella alzó la cabeza jadeando. La capa que la cubría cayó sobre sus hombros y sus cansados ojos esmeralda se posaron sobre él.

—Príncipe, por favor, es nuestra oportunidad —le rogó. Su indómito cabello castaño flameaba con el viento haciendo que algunos mechones lo golpearan él.

THE LOST KINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora