Michael Somers se estacionó a un lado del camino, frente a la Iglesia, en las afueras del poblado. Se veía tal y como él recordaba: pequeña, de madera, pintada de blanco, en un paisaje nevando y frío de febrero, rodeada por un cementerio y una cerca de estacas. Tras ella crecía el verde oscuro de los abetos y los cedros que formaban gran parte del bosque.
Salió de la camioneta cerrada Nissan que conducía y cruzó la reja de entrada. En la esquina noroeste del cementerio encontró la tumba de sus padres, marcada con una lápida pulida de piedra gris negruzca y grabada con letras doradas. Cuando tenía dieciocho años y estaba en la Universidad volvió a casa para el funeral de su madre, y ésa fue la última vez que estuvo en Little River Bend.
Doce años más tarde vivía en Toronto con su esposa y su hija, cuando supo que su padre había perdido la vida en un accidente, pero en esa ocasión no asistió al funeral. Mientras el cuerpo de su padre era depositado en la tumba, Michael se encontraba en una reunión de negocio y fingió que su vida continuaba con normalidad. Solamente algún tiempo después fue evidente la rapidez con que comenzó a desmoronarse, y como la muerte de su padre había acelerado el proceso que terminó catastróficamente con los sucesos que destruirian más vidas que la suya. De pie frente a la tumba, Michael sintió que todo aquello se le agolpaba en la cabeza.
Fue el doctor Heller, el psiquiatra de Saint Heller's, quien le sugirió la idea de volver a Little River Bend.
— En tres años no has dicho una palabra acerca del lugar del que provienes, ¿te das cuenta? ¿A qué le temes allá?
— ¿Quién dice que tengo miedo?
— Si no es así, entonces vuelve.
Michael lo pensó un tiempo. Luego, durante una de sus sesiones, preguntó al psiquiatra si era posible arreglarlo con la gente que se ocupaba de su libertad bajo palabra.
Heller le mencionó que ya había hecho algunas indagaciones.
— Preséntate ante el jefe local de la Policía Montada en Little River Bend.
— Ya tienes todo resuelto —comentó Michael— . ¿Estabas tan seguro que iría?
— Creo que sabes que tienes que hacerlo —fue la respuesta del doctor Heller.
Y eso había sido todo.
Michael se alejó de la tumba de sus padres. Un dolor sordo comenzó a taladrarle el cráneo, y aumentaría en intensidad hasta dejarlo sin aliento. Al llegar a su auto, respiró profundo y se dio un masaje en la cabeza con los nudillos hasta que el dolor cedió.
Entró en el pueblo por Main Street. Algunas cosas habían cambiado con los años, pero casi todo se veía igual. Los recuerdos comenzaron a invadirlo; reconoció el mercado de manzanas y luego de la casa de Fourth Street donde alguna vez viviera el viejo Spencer, que mantenía el hábito de sentarse en el porche todo el día para saludar con un movimiento de cabeza y sonreír a las personas que pasaban, llamandolas a todas por su nombre. Más adelante vio el letrero con la pintura descarada que todavía colgaba sobre la tienda que alguna vez tuvo sus padre. Las ventanas se hallaba cubiertas por dentro con papel negro, de modo que el edificio parecía un agujero oscuro y vacío entre sus vecinos. A un lado se encontraba una farmacia, que se transformó en comedor la última vez que estuvo ahí. Sin embargo, al otro lado, la tienda de ropa Greerman's Clothing seguía idéntica. En el escaparate estaban los pantalones vaqueros y camisas a cuadros de siempre. El volver a ver la tienda de su padre hizo que de pronto Michael sintiera un nudo en la garganta. Pensó en Louise y en Holly, y un dolor profundo con el que había aprendido a vivir surgió de repente y se desvaneció como el fuego de un fósforo.
Se estacionó frente a la oficina que supuso que Carl Jeffey había ocupado después de que su padre se retiró. Michel lo recordaba desde la secundaria como un muchacho gordo e impopular que usaba anteojos muy gruesos. Cuando Michel descendía del auto, una mujer que pasaba por la acera miró hacia donde él estaba, pero siguió caminando, Sin dar muestras de haberlo reconocido. Él se había preguntado cómo reaccionaría la gente a su regreso, pero tal vez ya nadie lo recordara; de ser así, seguramente no les importaría lo que sucedió siete años atrás, en el este.
Subió la escalera y entró en la recepción. Una joven le sonrió Cuando levantó la mirada de su computadora.
— Hola. ¿ En qué puedo servirle?
— Soy Michael Somers y vengo a ver a Carl Jeffey.
La sonrisa se esfumó.
— Le diré al señor Jeffey que usted está aquí.
Se levantó y entró en la oficina, no sin dirigir a Michel un vistazo antes de cerrar la puerta. Cuando volvió a abrirla, después de un minuto o dos, la muchacha volvió a su escritorio y evitó mirarlo a los ojos. Carl salió tras ella, con una amplia sonrisa.
— ¡Hola, Michael! ¡Ha pasado muchísimo tiempo! ¿ Cómo estás? — se estrecharon las manos—. No has cambiado nada desde la última vez que te vi.
— Tu también te ves bien, Carl.
De hecho, Carl era tal como Michel lo esperaba. Tenía el mismo rostro, sólo que más rollizo de lo que recordaba, con las mejillas y el cuello unidos en una papada que se desborda por encima del cuello de la camisa. Traje estaba arrugado en los brazos y muy tenso en torno a la cintura, y había una ligera mancha en la corbata. Carl efectuó un movimiento con el brazo para indicar a Michel que pasara su oficina.
— ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Veinte años? —Carl movió la cabeza con incredulidad mientras se colocaba detrás de su amplio escritorio de madera—. Siéntate. Ponte cómodo. ¿Fumas? — ofreció un paquete de Camel Lights.
— No, gracias. Ya lo dejé.
— ¿Si? Debería hacer eso. Estas cosas pueden matarme — Carl encendio un cigarrillo y acomodó su enorme cuerpo en el sillón.
Los dos tenían la misma edad, treinta y siete años, pero Carl se veía más viejo, y su talla lo hacía verse próspero, a la manera de los pueblos pequeños. Pero en la ciudad había parecido un abogado de segunda, zarrapastroso, quizá de aspecto hostil; en el pueblo se veía como un hombre estable, con raíces y confiado. En cambio, Michel pensó que él debía parecer nervioso. Lo notaba en su propia expresión al mirar su imagen sin querer en una ventana o en un espejo. Sin embargo, su cabello era espeso y rubio, y algunas veces encontraba en su aspecto rastros del joven que alguna vez fue. Imaginó que no encajaba con la idea de Carl acerca de cómo debía verse un ex convicto.
— Así que, dime, ¿Cuándo llegaste? — preguntó Carl.
— Acabo de llegar.
— He estado esperándote desde que recibí tu última carta. Al ver que no llegabas, comenze a creer que tal vez habrías cambiado de parecer. Hasta llegue a pensar que estaba confundido con las fechas, pero cuando llamé a ese hospital, Saint Helen's, dijeron que habias salido hacía un par de semanas.
— Decidí venir en auto — explicó Michael.
— ¿Todo el camino desde Toronto? Es un viaje muy largo.
Michael se encogió los hombros.
—Tenían ganas de conducir.
Era algo que no quería explicar. Usó parte del dinero que heredó de su padre para comprar un Nissan Patrón y lanzarse a cruzar el continente: siguió la carretera hasta las Montañas Rocosas, y luego de atravesarlas dio vuelta al norte en la carretera 97 hacia Williams Lake, pueblo grande más próximo a Little River. Pernocto en moteles baratos y comió alimentos chatarra de Dairy Queen o McDonald's. La comida en prisión, y después de la Saint Helen's, incluía hamburguesas y alimentos por el estilo, pero Michael aprendió que lo que más se extraña en cautiverio son las pequeñas cosas. Para él, una de éstas era el sabor especial de una Big Mac, Aunque antes de que su vida se desintegrara deforma tan espectacular rara vez las comía. Supuso que tenía que ver con que uno extraña aquello que no puede tener. Conducir todo el camino hasta la Columbia Británica resultó una manera de acostumbrarse otra vez a la libertad. Disfruto el estar de nuevo en espacios abiertos, y además necesitaba tiempo para adaptarse.
— ¿Te molesta si te pregunto por tu esposa? — manifestó Carl tras Una pausa—. Quiero decir, ¿ la has visto?
— Ya estamos divorciados.
— Tenías una hija, ¿no es cierto? ¿Cómo se llamaba?
—Holly — la imagen de la pequeña vino en seguida a la mente de Michael, tal y como la había visto por última vez, cuando era sólo una bebé. En esos días estaría por cumplir 8 años, y él no tenía idea de cómo era. Por un segundo el silencio los envolvió. Luego, cuando fue evidente qué Michael no agregaría nada más, Carl continuó.
— Bueno, creo qué quieres ir directo al grano — tomo una carpeta y comenzó a leer—. Todo es más o menos como te dije mis cartas. Tenemos la casa, por supuesto, que no está en muy buen estado, lo cual era de esperarse después de haber permanecido vacía tanto tiempo. Luego está la vieja tienda de tu padre. Cómo sabes, el seguro cubrió la hipoteca cuando él murió, así que esa propiedad también se halla libre de gravamen. El dinero que dejó tu padre ha estado en una cuenta bancaria desde su muerte.
Durante años han tenido que pagarse de ahí los impuestos, Así es que la cantidad se ha reducido un poco, incluso luego de agregar los intereses, pero todavía quedan casi 20.000.
— Más bien 8 — corrigió Michael, y explico qué había comprado la camioneta Nissan.
— Esta bien, de acuerdo —Carl tomó nota— . De todas maneras, no estás precisamente en la ruina. Sumando lo todo, debe de ser suficiente para que pueda comenzar de nuevo.
Michael asistió, Aunque su mente divagaba.
— La as pasado muy mal estos últimos años, Michael —prosiguió Carl— . Por eso me da gusto poder darte buenas noticias.
— ¿ Buenas noticias? — repitió Michael.
— Así es. En cuanto supe qué sería liberado, comencé a organizar esto — Carl se puso a revisar unos documentos que tenía sobre el escritorio— . Creo que te agradará. No te comenté nada antes porque pensé qué sería una sorpresa agradable para ti — le entregó a Michael una hoja— . Además, te diré que la primera oferta de este hombre era demasiado baja. Conseguí que la subiera hasta lo que en mi opinión, espero estés de acuerdo, un precio justo.
Michael revisó las cifras.
— Así que, ¿ a dónde irías? ¿Volverás al este?
Michael tardó un poco en asimilar la suposición que hizo Carl, y por unos momentos los dos permanecieron en silencio.
— No voy a vender — contestó Michael por fin. La hoja de papel, comprendió, ella una oferta por la casa y la tienda. Esas eran las buenas noticias de Carl.
— ¿No venderás? —Carl parpadeó— . No lo entiendo.
— Quiero decir que me quedaré aquí, Carl.
Carl se quitó los anteojos y los limpió con un pañuelo.
— ¿Te refieres a que planeas vivir aquí? ¿En Little River?
— Parece que no crees que sea una buena idea.
Carl jugueteó con una pluma. Se puso de pie, como si estuviera incómodo con aquella situación.
— La verdad es que pensé que no querrías quedarte en un lugar como éste. Para comenzar, ¿ qué harías aquí? Te dedicas a la publicidad, ¿ no es cierto? Quiero decir, eso no es algo muy solicitado por aquí.
— Creo que yo no soy solicitado en estos días —respondió Michael.
— Bueno, puede ser que en Toronto no, pero en Nueva York o California, tal vez.
La mención de Estados Unidos hizo que Michael pensara de nuevo en Louise y en Holly. Lo último que había sabido de su esposa fue que volvió a casarse y que vivía en Boston.
— No planeaba volver al negocio de la publicidad.
— Entonces, ¿ qué harás?
— Aún no lo sé, Buscaré cualquier tipo de trabajo. No importa qué —la verdad era que no había considerado el aspecto práctico de su situación con mucho detenímiento. Necesitaba estar ahí, reconciliar su vida; más allá de eso, no sabía lo que haría.
Carl cambio de táctica y adoptó un tono de advertencia.
— Michael, quizá no sea muy fácil que consigas un empleo por aquí —sus palabras tenían un aire profético.
— Porqué estuve en prisión?
— No es eso. Hay otras personas que han tenido sus roces con la ley, pero..., bueno, tu sabes como es la gente.
Michael pensó en la secretaria de Carl y en su reacción cuando el dijo su nombre, y en la manera en que Jeffey se comportaba en ese momento. Estaba comenzando a ver cómo era la gente.
— En un pueblo como éste, las personas tienen buena memoria —Carl se detuvo— . Escucha, si vendes tus propiedades podrías irte a cualquier lado donde nadie te conozca. Los diarios de por aquí no publicaron los hechos tal como fueron cuando mencionaron tu caso, Michael. Además, ya sabes cómo se tuerce la verdad cuando la historia corre de boca en boca. El homicidio es un tema delicado.
— No maté a nadie —señaló Michael.
— Eso no significa en absoluto que no tuvieras la intención de hacerlo —replicó llanamente Carl.
Michael se puso de pie para marcharse.
— Gracias por tu tiempo, Carl.
Cuando Michael salió de la oficina, la secretaria de Carl levantó la mirada de la pantalla y luego, a toda prisa, miró hacía otra parte sin verlo a los ojos. Él se detuvo un momento y notó que los hombros de la chica se ponían rígidos para protegerse de él. Por un segundo, a Michael eso le pareció como un augurio de lo que sería su vida en el futuro y le provocó una profunda tristeza.La casa se hallaba situada a un lado de un camino rural, a dos o tres kilómetros del pueblo. Un sendero sin pavimentar, llevaba hasta un claro; quinientos metros más adelante corría el río del que el pueblo tomó su nombre.
Michael apagó el motor y dejó que el silencio lo rodeara, interrumpió tan sólo por el zumbido del metal caliente. En ese instante el Sol asomó entre las nubes e iluminó las montañas, a la vez que perseguía las sombras por las laderas nevada y los bosques hasta el claro. La casa quedó bañada de luz, Y de pronto fue como si alguien hubiera abierto las cortinas empolvadas de una habitación antigua. Era una casa de madera de dos pisos, tenía un porche a lo largo de todo el frente y de un costado. Michael asimilo la sensación de encontrarse ahí nuevamente y sintió una sombra del pasado tras de sí. El Sol se desvaneció al volverse a cerrar la nube, lo que sumergió otra vez al paisaje en tonos grises. El cielo parecía bajo, opresivo, y en un instante la casa se tornó sombría.
Los recuerdos que conservaba de haber crecido ahí eran atemorizantes así que lo sacó de su mente. Adentro, el aire se sentía frío, húmedo y encerrado, y las paredes estaban frías al tacto. Vagó por las habitaciones mientras iba retirando las sábanas de los muebles. En el Piso de arriba, entró en la habitación de su madre. La cama en la que ella murió aún permanecía ahi. Había vaciado un frasco de píldoras para dormir Miércoles por la tarde, a sabiendas de que tu esposo llegaría a casa a las 6:00. La única noche que volvería tarde a casa era del jueves, cuando se quedaba en la tienda para hacer el papeleo.
Aquella noche su padre llegó casi a las 11:00, rompiendo inexplicablemente la rutina de toda una vida. Cuando la encontró, ella estaba inconsciente; y cuando arribaron los paramédicos, ya estaba muerta.
Hubo rumores de que él llegó a casa temprano, que la encontró y luego se fue otra vez para no regresar sino hasta estar seguro de que las píldoras habían hecho su trabajo. Cuando Michael le preguntó a su padre dónde había estado, él le respondió que en la tienda, pero no pudo explicar la razón por la que se quedó tan tarde. En la mente de Michael esa pregunta había permanecido sin responder desde entonces.
Después del funeral, no volvió a ver a su padre. Estuvieron juntos, lado a lado, frente a la tumba, como los extraños que siempre fueron. Más tarde recordó qué aquél hombre no derramó una sola lágrima por su madre, y años después lo recordó de nuevo, al recibir la llamada que le informaba que había muerto. Esa ocasión, Michael permanecio sentado frente a su escritorio mientras las lágrimas lo rodaban silenciosas por el rostro. Era un hombre del que siempre estuvo alejado, al que no había visto en más de 12 años, un hombre a cuyo funeral se negó a asistir.
El presente se mezcló con el pasado y Michael pasó la mirada por la habitación silenciosa y sepulcral. Había jurado que nunca cometería los mismos errores que sus padres. Pero tenía una hija a la que no conocía y cuya madre probablemente le había dicho que él, su padre, era un loco que alguna vez trató de hacerle daño.
''Bienvenido a casa'', se dijo a sí mismos con triste ironía.
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El Halcón de las Nieves
General FictionSi los deseos tuvieran alas ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------