Mi bisabuelo Julián era poseedor del don de la clarividencia, lo supo desde el día que predijo la muerte de su padre. A muy temprana edad le empezaron a llegar visiones. Algunos vecinos que eran campesinos acudían a él para que les leyera la fortuna de sus cosechas para prevenir las malas y festejar las buenas, así poquito en poquito fue ganándose el cariño de todos, bueno… de la mayoría de la gente que lo conocía.
-Nunca faltan las envidias que nomás se la pasan jorobando –decía.
Una madrugada el mérito día que cumplía 22, salió junto con sus dos sobrinos Tomas y Jacinto a buscar leña al cerro pues, mi tatarabuela le iba a preparar un marrano para festejar. Eran como a las 5 cuando ya iban más arriba de las faldas del cerro, todavía faltaba rato para que aclarara, los sobrinos aún se limpiaban las lagañas. Pasando unos árboles de amate uno de los escuincles pelo los ojos del susto, -“Mire tío allá adelante” -los tres aguzaron la mirada, entre el monte, apenas se alcanzaba a ver por lo oscuro, un bulto café que se movía de un lado al otro del camino, Julián lo notó enseguida. Agarren el machete y córtenle unas varas a ese tamarindo, de las más gruesas, y vean lo que vean, escuchen lo que escuchen, no tengan miedo, aquí estoy con ustedes, hoy se convertirán en valientes, no se vayan a rajar.
Conforme se iban acercando a aquel bulto, los ojos de los sobrinos ya acostumbrados a la oscuridad no daban crédito a lo que divisaban, era un borrego pero tenía el tamaño de un toro, jamás en su corta vida los escuincles habían visto tal cosa. -¿Qué será eso tío? –Pregunto Tomas, -No preguntes chamaco, nomás estate atento, saca el costal más grande y cuando te diga, se lo vas a poner en la cabeza a esa cosa, y lo amarras muy fuerte.
Cuando se encontraron frente a frente con el animal, este empezó a resoplar, y a patear la tierra como para embestirlos, trataron de hacerse a un lado del camino, pero el animal no los dejaba pasar. –Si no nos dejas pasar te vas a arrepentir, ya sé quién eres –Dijo Julián.
Los sobrinos se miraron entre ellos por las palabras de su tío, el animal se les fue encima Julián les jalo de las varas que tenían en las manos al tiempo que recitaba un conjuro en voz alta.
-¡Avívense!! -Les grito, -¡Tomas el costal!
Mi abuelo tomas dio un salto y se abalanzó sobre el borrego con el costal, ni bien se lo había amarrado en la cabeza cuando Julián y Jacinto se le fueron encima a golpes con las varas, en el instante Tomas se les unió. Le dieron tan fuerte que de repente el animal grito de dolor -¡YA NO ME PEGUEN, POR FAVOR JULIAN YA NO!! -Suplicó, su voz era como de una muchacha agonizante. Tomas y Jacinto cayeron de espaldas al escuchar aquello, se quedaron tirados en el suelo con la cara pálida y la boca muy abierta.
El bisabuelo Julian se detuvo entonces y le dijo: “No te quieras volver a pasar de lista conmigo, yo no te he hecho nada pero si te vuelves a meter conmigo, me volveré a defender”
-Ya no, ¡te lo juro que ya no!, déjenme ir no volveré a molestarte –replicó la criatura.
-Levántense canijos, que hacen ahí todavía –Jaló del brazo a sus sobrinos y se los llevó cerro arriba.
Al regreso ya no estaba la borrega en el camino, cuando llegarón a su casa, mi tatarabuela ya tenía aliñado al marranito para empezarlo a cocinar, -ya llego la familia, la que no ha llegado es tu prima soledad, dijo que vendría a ayudarme a cocinar pero es la hora que no llega.
-No creo que venga, pa’ mí que se siente mal –dijo Julián.
-¿Tuviste una visión? –Le pregunto su madre.
-No, esta vez es mero presentimiento – Sonrió.