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Al día siguiente, en la escuela, monsieur DuBois, el profesor de francés, nos distribuye en parejas para una actividad de dramatización

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Al día siguiente, en la escuela, monsieur DuBois, el profesor de francés, nos distribuye en parejas para una actividad de dramatización. Yo elijo el nombre de Isabelle, y Luna, mi compañera, se llama Marie-Claire.

Empezamos charlando sobre nuestras aficiones y sobre el calendario escolar y luego, cuando monsieur parece absorto mientras cuelga en la pared varias ilustraciones de quesos galos —Luna y yo alcanzamos el límite de nuestro vocabulario francés—, volvemos a nuestro idioma y ella me cuenta que el año pasado, a mediados de diciembre, entró a la escuela, como yo ahora.

—Es horrible tener que abandonar toda tu vida —comenta, al tiempo que entrecruza su cabello oscuro del color café formando una trenza larga y gruesa a una lado de la cabeza. Yo asiento mientras pienso en mis viejos amigos y me pregunto qué estarán haciendo en este momento.

Y si ellos también me echan de menos.

— Buen, el caso es que me he dado cuenta de que no vas con nadie —prosigue Luna— .El otro día te vi sola en la cafetería. Eso es lo que se llama suicidio social, ¿lo sabías? si no se pone remedio, puede derivar en el atropello social.

— ¿Atropello social?

Afirma con un gesto mientras continúa trenzándose en el pelo, tratando de sujetar todos los mechones sueltos a pesar de la plétora de pasadores que lleva como adorno en lo alto de la cabeza.

— Una especie de asesinato de la vida social. Te encasillan para el resto de tus días en la escuela, sobre todo ahora que estamos a mitad de curso. Todo el mundo ha formado ya su grupito.

— ¿"Su grupito"?

— Sí —responde, y sus ojos castaños sobresalen levemente por la conmoción que le produce que yo no acabe de entender su manera de hablar, más que nada porque ambas conversamos a nuestra lengua materna— . La gente se acomoda a su círculo de amistades —explica—. Y te tomarán por una solitaria. Bueno, a menos que de veras quieras estar sola...

— No me había detenido a pensar, la verdad.

— Pues deberías, te lo aseguro —afirma Luna—. Porque no queda mucho tiempo.

Noto que el semblante se me frunce, pues su filosofía me resulta tan incomprensible como su vocabulario.

—¿Quieres saber mi opinión —pregunta.

Abro la boca para cambiar de tema, para preguntar sobre los próximos deberes escolares; pero Luna, de todos modos, me da su opinión.

— ¿Por qué pasarte el día sacada de onda por haberte mudado a un pueblo de mala suerte en el estrado de Busan, a una hora y doce minutos de trayecto a Seúl....? Y eso cuando hay poco tráfico. Conclusión: deberías acoplarte a Jimin y a mí.

En ese momento, un chico de pelo castaño, sedoso y ojos muy jalados —debe ser Jimin— se gira sobre su silla.

— ¿Alguien me llama?

— Jimin, __ ; __, Jimin —dice ella para presentarnos.

Enchanté —responde él, simulando acento francés—. Pero hasta que suene el timbre me llamo Jean- Claude.

Luna tuerce los ojos y acto seguido pone a Jimin al tanto de mis "circunstancias", transformado mi condición de alumna nueva en un diagnóstico sociológico. Según ella, sólo me queda otra semana, cuando mucho, para abandonar mi estatus de solitaria si es que no quiero quedarme para siempre con la etiqueta "fracasada".

— No le hagas caso a Luna —dice Jimin, quien a todas luces advierte mi malestar—. Tiende a dejarse ,llevar por los asuntos de política social.

— Di lo que quieras... —replica ella, colocando una liga en el extremo de la trenza, que por fin terminó a su gusto—. Pero sabes que tengo toda la razón.

Jimin se encoge en sus hombros y vuelve la atención en mí.

— Bueno, ¿Qué dices? ¿Mesa para trois, a partir de mañana?

— Eres un ignorante —suelta Luna, sin duda refiriéndose a su francés.

— Suena bien —digo con una sonrisa, convencida de que ésta es la primera vez que me siento más o menos normal desde que me mudé a este pueblo. 

 

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Como otro mundo | J.JungkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora