Capítulo siete: Chloé.

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Chloé.

Mi madre está llorando. No es raro. Ya es costumbre.

Me meto en su habitación con el desayuno en una bandeja y la dejo sobre su mesilla de noche. Acaricio su lacio y graso pelo negro con cariño.

—Mamá, aquí tienes el desayuno —la informo—. Voy a ir a clase, es el último día y no puedo faltar.

Su respuesta son los sollozos de siempre.

Voy hacia el baño que hay en el piso de arriba para buscar las pastillas que le recetó su psiquiatra, pero al entrar me quedó petrificada.

Mi hermano Jim tiene en la mano el botecito marrón donde se encuentra el medicamento, y se las está entregando a Sam. A Sam, sí. Y este, a su vez, tiene un par de billetes en la palma de la mano.

—¿Qué coño haces, Jim? —exclamo.

Pone los ojos en blanco y coge el dinero que le entrega Sam para meterlo ágilmente en el bolsillo.

—Nada.

—¿Estás traficando con la medicación de mamá?

—Olvídalo Chloé. Nunca las toma.

Sam, aprovechando un despiste, pasa por mi lado en dirección al vestíbulo. Le saco la lengua a Jim y sigo rápidamente a mi compañero de instituto. La puerta principal es cerrada con más fuerza de la necesaria, así que corro hasta el exterior. Una vez que lo he alcanzado, me coloco frente a él, deteniendo su paso seguro.

—Dámelo —exijo.

Ladea la cabeza con una sonrisa divertida en el rostro y después resopla.

—Quita enana. He pagado ya.

Intenta rodearme pero yo doy pasos a derecha e izquierda bloqueando sus andares.

—Mi madre las necesita más que tú.

Se queda quieto, de pronto con el rostro serio. Tengo que alzar la mirada para mirarlo, y creo distinguir odio en su mirada.

Y entonces, de repente, me empuja contra el muro de una casa y me besa con fiereza. Tardo en reaccionar, pero en cuanto comprendo, enredo mis dedos en su pelo y lo beso con necesidad.

Pocos segundos tarda en separarse y reírse.

—Eres como todas —comenta—. Por un momento, llegué a pensar que serías diferente.

Se aleja a grandes zancadas de mí y yo me quedo quieta apoyada contra la pared. Mi boca está entreabierta todavía, y mi respiración se ha vuelto forzosa de pronto.

Sin saber porqué, empiezo a llorar.

Jamás hago nada bien.

***

Lydia y yo salimos a la hora del descanso a la terraza de la cafetería. Las dos llevamos ensalada y agua, una buena elección dado al calor que hace.

Lydia es mi mejor amiga desde hace ya cinco años, es decir, desde los doce. Es todavía más bajita que yo, y le sobran unos cuantos kilos. Es rubia y tiene unos ojos violáceos impresionantes.

—Pedazo de idiota. ¿Igual que todas? ¿Acaso te conoce lo suficiente como para decir algo así? —exclama enfadada.

Le he contado lo ocurrido esta mañana, y esta se ha quedado incrédula respecto al beso con Sam y al acontecimiento que lo ha acompañado después.

—Tiene razón, Lydia. No debería haberle correspondido. No lo conozco de nada, y lo poco que sé es que trafica con drogas, que las toma, y que es un auténtico idiota.

—Bah, pero está bueno. Si a una chica se le presenta la ocasión de besar a un tío como Sam... Pues lo besa. Joder. ¿Y le molesta? Luego dicen que la mente de las mujeres es compleja.

Sonrío, pero sigo dándole vueltas a lo ocurrido. Creía que teníamos más que suficiente para pagar la casa y comprar comida con el dinero de las carreras ilegales. No tenía idea de que Jim también traficaba. Ni aun descubriendo a veces los botes de pastillas vacíos llego a pasarse la idea por mi cabeza.

—Eh, Chloé, ¿de qué van esos? —pregunta Lydia, señalando con la cabeza a unos metros de nosotros.

Sentada en un banco que hace frontera con el césped del jardín, se encuentra Kore Lendval. Frente a ella, en silla de ruedas, está Dan. Los dos se sonríen y tienen las manos entrelazadas.

—Uou —suelto.

—¿Tendrán sexo?

—Pregúntales.

Me mira alzando las cejas y sonríe perversamente.

—Buena idea.

Se levanta de la silla de plástico, pero le agarro la muñeca.

—Era broma, Lydia.

Se ríe y vuelve a tomar asiento mientras pincha con su tenedor un trozo de tomate.

Un grupo de personas sale del instituto reunidas con varios profesores. Uno de ellos llama a gritos a la acaramelada pareja. Se colocan con las indicaciones de los profesores en filas y el director les saca fotos.

—Los de último año —suspira Lydia—. Qué envidia.

Entre ellos, además de Kore y Dan, está Sam, con las manos en los bolsillos de sus pantalones y mas de una mirada clavada en él. También está Sky, que casualmente está junto a él. Un chico se acerca a Kore en mitad de una foto, y el director se queja. Lo reconozco como Kurt.

—¡Luc, sonríe por Dios! —grita de nuevo el director—. Y quítate la capucha.

Un chico delgaducho y alto se quita la capucha de su sudadera gris a regañadientes. Estoy cociéndome viva, y él lleva sudadera. Impresionante. Continúa sin sonreír.

—¿No crees que Annie está un poco pillada por alguno de último año? —me pregunta Lydia.

Sentada a una mesa junto a nosotras, Annie, Vera y Sue hablan entre susurros. Annie, con su pulcro pelo y su espalda erguida, tan perfecta como siempre, lanza miradas inquisitivas hacia los de último año, pero la aparta enseguida.

Me encojo de hombros y continúo mirando a Sam, completamente serio. Habla con Sky. Siento un pinchazo desgarrador en el pecho, y rápidamente, dirijo mi mirada a mi ensalada para no sufrir más.

Duele.

Oscuros días de verano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora