XXVI

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¿HAY QUE GIRAR EL ESCORPIÓN? ¿HAY QUE GIRAR EL SALTAMONTES?


Fin del relato del Persa

De este modo, bajando al fondo de la bodega, había llegado al fondo de mi aterrador pensamiento. El miserable no me había engañado con sus vagas amenazas contra muchos de aquellos de la raza humana. Al margen de la humanidad, se había construido lejos de los hombres una guarida de animal subterráneo, completamente decidido a llevarse todo por delante, junto con él, en una catástrofe estrepitosa, si los que vivían sobre tierra iban a acosarle al antro donde había refugiado su monstruosa fealdad.

El descubrimiento que acabábamos de hacer nos emocionó tanto que nos hizo olvidar todas nuestras penas pasadas, todos nuestros sufrimientos presentes... Nuestra excepcional situación, incluso aunque hacía un momento nos habíamos encontrado al borde mismo del suicidio, no se nos había presentado aún en todo su espanto. Ahora comprendíamos lo que había querido decir y lo que le había dicho el monstruo a Christine Daaé y lo que significaba la abominable frase: «¡Sí o no...! ¡Si es no, todo el mundo está muerto y enterrado!» Sí, enterrado bajo los escombros de lo que había sido la gran Ópera de París... ¿Podía imaginarse crimen más espantoso para dejar el mundo en una apoteosis de horror? Preparada para la tranquilidad de su retiro, la catástrofe iba a servir para vengar los amores del más horrible monstruo que se haya paseado bajo los cielos... «¡Mañana por la noche, a las once, último plazo...!». ¡Ah, qué bien había elegido su hora...! Habría mucha gente en la fiesta..., muchos de los de la raza humana..., arriba..., en los pisos superiores y flamígeros de la casa de música... ¿Qué séquito más hermoso podría soñar para morir...? Iba a bajar a la tumba con los hombros más bellos del mundo, adornados con todas las joyas... ¡Mañana por la noche, a las once...! ¿Cómo no iba Christine Daaé a decir: no? ¿No preferiría casarse con la muerte misma antes que con aquel cadáver viviente? ¿No ignoraba acaso que de su negativa dependía el destino fulminante de muchos de la raza humana...? ¡Mañana por la noche, a las once!

Y, arrastrándonos en medio de las tinieblas, huyendo de la pólvora, tratando de encontrar los escalones de piedra..., porque allá arriba, encima de nuestras cabezas..., la trampilla que lleva a la habitación de los espejos, también se ha apagado... nos repetimos: ¡Mañana por la noche, a las once...!

... Por fin encuentro la escalera..., pero, de pronto, me pongo de pie en el primer escalón porque, de forma súbita, un pensamiento arde en mi cerebro:

¿Qué hora es?

¡Ah!, ¿qué hora es? ¡Qué hora...!, porque, en última instancia, mañana por la noche, a las once, tal vez sea hoy, tal vez sea inmediatamente... ¿Quién podría decirnos la hora que es...? Me parece que estamos encerrados en este infierno hace días y días..., desde hace años..., desde el inicio del mundo... ¡Quizás todo esto salte por los aires ahora mismo...! ¡Ah, un ruido...! ¡un crujido...! ¿Ha oído, caballero? Allí..., allí..., en aquel rincón..., ¡grandes dioses...!, una especie de ruido de mecánica... Sí... ¡Ah, la luz...!, es tal vez la mecánica la que va a hacer que saltemos... Ya se lo he dicho: un crujido..., ¿está usted sordo?

El señor de Chagny y yo nos pusimos a gritar como locos..., el miedo nos pisa los talones..., subimos la escalera trepando por los escalones... La trampa tal vez se ha cerrado arriba. Tal vez sea esa puerta cerrada la que crea toda esta oscuridad... ¡Ah, salir de la oscuridad, salir de la oscuridad...! Volver a la claridad mortal de la cámara de los Espejos.

... Ya hemos llegado a la parte superior de la escalera..., no, la trampa no se ha cerrado, pero ahora la cámara de los espejos está tan oscura como la bodega que abandonamos... Salimos de la bodega..., nos arrastramos por el suelo de la cámara de los tormentos..., el suelo que nos separa de aquel polvorín... ¿Qué hora es...? Gritamos, llamamos... El señor de Chagny clama con todas sus fuerzas: «¡Christine! ¡Christine!»... Y yo llamo a Erik..., le recuerdo que le he salvado la vida... Pero nada nos responde..., sólo nuestra propia desesperación..., nuestra propia locura..., ¿qué hora es...? «Mañana por la noche, a las once»... Discutimos..., nos esforzamos por medir el tiempo que hemos pasado en aquel lugar..., pero somos incapaces de razonar... Si pudiéramos ver la esfera de un reloj, con unas agujas caminando... Mi reloj se ha detenido hace tiempo..., pero el del señor de Chagny todavía funciona... Me dice que le ha dado cuerda al arreglarse para la velada, antes de acudir a la Ópera... Tratamos de deducir de este hecho alguna conclusión que nos permita esperar que aún no hemos llegado al minuto fatal...

El fantasma de la óperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora