Una tarde cualquiera, el silencio del vecindario se rompió con un grito que resonó en toda la manzana. Los vecinos salieron de sus casas, desconcertados por el sonido.
—Siempre pierdo ahí —pensaron al unísono aquellos que lo escucharon, aunque con una mezcla de incredulidad y resignación.
Desde una de las casas cercanas, una voz se alzó entre susurros:
—Definitivamente mudarse aquí fue una mala idea.
—Ni lo pienses —respondió alguien más—, ese chico se la pasa gritando todo el día. Mañana mismo llamo a la mudanza.
El joven responsable de aquellos gritos era nada menos que Takeshi. Con su imponente figura, estaba nuevamente perdido en su mundo de videojuegos. En su casa, murmuraba para sí mismo:
—Dios, esto está ardiendo —decía mientras tomaba un extintor y lo rociaba en su consola—. Esto no está bien.
Takeshi, adicto a los videojuegos, y también a los animes y doramas, dejaba escapar exclamaciones que desafiaban el silencio de su hogar:
—¡Bésala de una vez, protagonista, por favor! —gritaba mientras veía una serie.
Su día a día transcurría de manera monótona. Salía de casa solo para lo indispensable: la escuela, comprar comida y, de vez en cuando, renovar membresías para sus consolas. En total contraste, su hermano Néstor, un exitoso ejecutivo de Huawei, lo veía con desaprobación. A pesar de ser hermanos, sus vidas no podían ser más diferentes. Néstor intentaba en vano sacar a Takeshi de su burbuja; cada intento de integrarlo al mundo exterior terminaba en fracaso. Como aquella vez en que lo invitó a una fiesta cercana y Takeshi huyó para evitar ir.
Un día, sin embargo, Takeshi recibió una llamada inesperada del instituto: era urgente que se presentara o sería expulsado. No le quedó más remedio que enfrentar la situación.
—Parece que no tienes opción —le comentó Néstor, divertido—. Te dejaré cerca, pero vuelve solo.
El instituto estaba a una hora y media de distancia. Néstor lo llevó en su auto y lo dejó frente al edificio antes de marcharse a una presentación de tecnología. Takeshi suspiró y, resignado, se dirigió a la oficina del director. Allí, el hombre lo esperaba con expresión severa.
—A pesar de tus buenas notas, no puedes faltar tanto. Te recomiendo regresar lo antes posible —le dijo el director.
Takeshi, experto en crear excusas, no tardó en inventar una historia:
—Lo que pasa es que he tenido que ayudar mucho a mi hermano —murmuró, esperando que el director se lo creyera.
El director suspiró, resignado:
—Está bien. Te seguiré evaluando solo con los exámenes.
Takeshi sonrió falsamente y agradeció la comprensión antes de marcharse. Mientras caminaba por los pasillos del instituto, algunos estudiantes lo miraban con curiosidad. Después de todo, solo lo veían tres veces al semestre.
—Es el chico que nunca viene, pero siempre aprueba —susurraba una de las chicas.
—Dicen que su hermano es muy importante en el mundo de la tecnología —comentaba otro.
Takeshi, halagado por los comentarios, sonreía para sus adentros. Al salir del edificio, miró alrededor, observando la vida que transcurría fuera de su refugio.
—Estúpida gente, deberían quedarse en casa —pensaba mientras veía parejas pasear con sus Pokémon.
Un recuerdo de su infancia vino a su mente, un momento grabado en su memoria. Años atrás, su padre había prohibido tajantemente tener Pokémon en la familia. Nadie, ni siquiera su madre, podía poseer uno. Para reforzar su punto, arrastró un Delcatty muerto frente a sus hijos, advirtiéndoles que lo mismo les pasaría a esas "criaturas" si las encontraba.
—Estúpidos traumas de la niñez —se murmuró Takeshi, mientras emprendía su camino a una tienda cercana para comprar su comida favorita: sopas instantáneas.
Cuando llegó, se distrajo con un callejón junto a la tienda. Sintiendo curiosidad, entró en él y tropezó con una caja que se movía levemente. Intrigado, la abrió y encontró una pequeña criatura de ojos rojos: era una Ralts.
—Oh, mierda —murmuró, sorprendido. Sin embargo, pronto perdió interés y la dejó allí.
De vuelta en la tienda, compró dos sopas y, al salir, le ofreció una a la Ralts.
—Seré el primero en romper el lema de mi padre —dijo en voz baja, aunque agregó rápidamente—, pero no significa que quiera un Pokémon en mi vida.
La pequeña Ralts devoró la sopa con rapidez y, agradecida, se encariñó con Takeshi, quien la miró con indiferencia. Antes de irse, la dejó en una caja del callejón.
—Lo siento, pequeña. No quiero que te quedes conmigo. Encuentra a alguien que te quiera de verdad.
Con una caricia en la cabeza, se marchó rápidamente. Mientras caminaba hacia casa, se repetía a sí mismo:
—Nunca romperé el lema de mi padre. Prefiero quedarme solo.
Horas después, ya en su hogar, Takeshi se preparó para otra noche de videojuegos. En su mente solo deseaba no perder como el día anterior, pero la consola, después de años de maltratos, ya no podía más. Tras tres horas de juego, la máquina comenzó a fallar hasta apagarse por completo. Desesperado, intentó encenderla sin éxito.
—Parece que tendré que llevarla a reparar —se dijo con resignación.
Al día siguiente, fue al servicio técnico, pero el local estaba cerrado por remodelación. Frustrado, volvió a casa solo para encontrar a empleados embargando sus pertenencias. Néstor lo miraba con los brazos cruzados.
—No puedo seguir permitiendo que te la pases así. No haces nada, Takeshi. Me haces gastar demasiado en ti. Es hora de que te hagas responsable de tu vida —le dijo, sin rodeos.
Takeshi, enojado, miró alrededor de su casi vacía casa. Su única opción era encontrar trabajo, pero en el fondo sabía que, con su actitud, eso parecía imposible.
Esa noche, mientras Takeshi se hundía en su desolación, alguien llamó a la puerta. Al abrir, se sorprendió al ver a la pequeña Ralts de nuevo frente a él. La miró, incrédulo, preguntándose cómo había llegado hasta allí.
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Un pokemon en mi vida (Resubido)
RandomQue se sentira tener un pokemon en tu vida, en especial una Gardevoir, ellas captan los sentimientos de sus entrenadores y arriesgan su vida por ellos, quieren saberlo?, pues acompañenme a esta maravillosa aventura. Epilogo: cualquier criatura solo...