El Hechizo de una Pésima Sacerdotisa Mala.

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Aquella tarde, el equipo de Sesshōmaru retornó su viaje después de algunos inútiles combates contra aquellos yōkais de bajo nivel que no causaron más que irritación y pausas al grupo que se reducía al propio Sesshōmaru.

Pero gracias a Dios, ahora ya estaban de regreso para ir en busca de Naraku y su pútrido trasero para desaparecerlo del planeta debido a tantas osadías contra Sesshōmaru que cometió alrededor de tantos meses y tantos días y tantas horas y... ¡muchos minutos!

Naraku iba a pagar con sangre todo lo que había hecho. Sobre todo el haberse metido con el gran Sesshōmaru y pensar que saldría vivo después de ello. Sesshōmaru contaba con una muy buena memoria, y con una poca (o nula) capacidad para perdonar.

—Mmm... Sesshōmaru-sama —llamó la pequeña Rin montada en el yōkai, Ah-Un, cuyas cuerdas estaban siendo jaladas por Jaken cuyo rostro sólo podía ser definida con una palabra: irritación.

—¿Qué? —dijo el peligroso yōkai perro sin detenerse, ni mirar hacia atrás. Con la vista fija al frente cual depredador. Nadie completamente cuerdo se pensaría siquiera en ponérsele enfrente. Su aura era poderosa y oscura, peligrosa.

—¿Ya casi llegamos? —pregunta típica de un infante en proceso de morir de aburrimiento. Menos mal que Sesshōmaru parecía tenerle mucho más apreció a esa niña humana que a cualquier otro ser, porque si hubiese sido Jaken quién ahora mismo gruñó ante la pregunta, tal vez Sesshōmaru ya estaría viajando solo.

Mierda, y ese era justamente el problema, Sesshōmaru no iba a pedirle que se callase ahora por lo que Rin iba a seguir preguntando sin poder humano o yōkai que pudiese silenciarla. A decir verdad esa era una de las cosas que el gran Sesshōmaru lamentaba en el más estricto de los secretos, el poder que su pequeña protegida tenía sobre él aunque nadie salvo él mismo lo sabía.

—Aun no, mocosa, ahora deja de fastidiar al amo —espetó el pequeño sirviente yōkai, harto también de las preguntas bobas de esa diminuta humana; y aunque ambos yōkais sabían que el que Rin hiciera preguntas como esas a cada segundo no era algo anormal suponiendo que por su edad la curiosidad por las cosas era inmensa, no quería decir que estaban dispuestos a tolerarla al 100%.

—A usted nunca lo llame Jaken-sama —bufó ella torciendo la boca acomodándose en el lomo de Ah-Un que los acompañaba sin decir (o gruñir) nada.

Y aunque pudiera, Ah-Un no se metería en una plática de esas, realmente consideraba que hacerlo sería un suicidio teniendo al yōkai perro de mal humor, cosa que Ah-Un olía bastante bien.

—¡Mocosa irrespetuosa! —gritó Jaken agitando su báculo sin dejar de caminar ni mucho menos se atrevió a soltar las cuerdas de Ah-Un—, aprende a respetar a tus mayores, no es posible que no sepas cuál es tu lugar... —y etcétera, etcétera y etcétera, Jaken siguió hablando sabiendo bien que Rin no le prestaba ni la más mínima atención. Pero a Jaken le gustaba gritarle así que no se preocupó por lo demás.

Tal vez debió hacerlo.

Sesshōmaru suspiró de forma casi indetectable, estar con esos dos, caminando a la deriva, prometía serios dolores de cabeza diarios, pero siendo él un poderoso yōkai, el quejarse sólo demostraría debilidad; una que estaba más que dispuesto a desaparecer de su interior.

—Anochecerá pronto —avisó deteniéndose—, Jaken —llamó sin mirar atrás.

—Dígame amo —Jaken dejó las cuerdas del yōkai de dos cabezas y se acercó a Sesshōmaru con el báculo en sus dos manos enfrente de su cuerpo como si con esa cosa pudiera protegerse de algún pisotón inesperado.

¡𝙴𝚕 𝙰𝚖𝚘 𝚖𝚎 𝙽𝚎𝚌𝚎𝚜𝚒𝚝𝚊 𝚊 𝙼𝚒!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora