Encuentro de Soluciones

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―¡Kagome-sama! ―exclamó Rin sorprendida. Justo cuando había perdido las esperanzas.

Ahí estaba el grupo del hermano del amo: Inuyasha, Kagome, Sango, el monje Miroku, el pequeño zorro mágico Shippō y la gata yōkai, mascota y compañera de armas de la exterminadora, Kirara.

―¿Qué haces aquí, acaso Sesshōmaru no está contigo? ―preguntó la sacerdotisa mirándola con la preocupación de una madre. Rin reaccionó.

―N-no es que él lo haya querido, es sólo que...

―¿Acaso ocurrió algo con el bastardo? ―intervino Inuyasha atrás de Kagome.

—¡Inuyasha! —reprendió Kagome al hanyō. Este se cruzó de brazos.

—Solo fue una pregunta —refunfuñó.

—Cállate —le ordenó Kagome—. Rin, no tienes que contestar si no quieres, pero tal vez si lo haces, podríamos ayudarte.

Rin se lo pensó, tal vez debería confiar en esos chicos, después de todo, aunque el señor Inuyasha no se llevase de maravilla con el señor Sesshōmaru, Rin respetaba al hermano de su amo porque Inuyasha había demostrado en muchas ocasiones mantener distancias con Sesshōmaru por lo sano y no aparentaba tener ganas de molestar al amo ahora.

—Rin —se acercó la exterminadora—. ¿Qué te parece si solo nos lo dices a Kagome y a mí?

Rin miró a las mujeres que le sonreían cálidamente.

Bueno, si lo ponían así.

—S-solo a ustedes —accedió temblorosa.

...

—Así que eso pasó —dijo Kikyō viendo fijamente al sirviente del hermano de Inuyasha. A quién por cierto, no había tenido el gusto de conocer del todo, aunque Kikyō sabía que Sesshōmaru no era de los que gustasen de socializar con humanos (curiosamente, a excepción de la pequeña que lo acompañaba).

—Así es. Y por eso pensé que tal vez tú sabrías cómo resolver este problema —se lamentó Jaken. Ah-Un dormía a un lado de ellos.

Kikyō había accedido a sentarse en una roca al lado del camino y el pequeño yōkai se sentó a su lado a una distancia prudente.

—Lamentablemente esto no parece ser un conjuro muy normal si hablamos de una sacerdotisa desertora—Kikyō suspiró—, quizá ella haya maldecido a Sesshōmaru por algo en especial. Si es así, entonces no habrá mucho que tú puedas hacer.

—¿A qué te refieres? —preguntó Jaken.

—Las maldiciones no son sencillas de romper, menos cuando fue hecha por una sacerdotisa que, por lo general, se le enseña a romperlas. Y lo peor, a veces, este tipo de las maldiciones solo pueden ser rotas por la persona que fue afectada por ellas, si es que aún vive.

—¿Quieres decir que el amo debe romper la maldición por sí mismo?

—Si está en sus manos hacerlo, sí —respondió—, no sé quién es él realmente, pero dudo que sea un tipo estúpido. Si necesita tu ayuda, estoy segura que te la pedirá, pero mientras no lo haga yo te sugiero que no intervengas en esto. Podrías perjudicarlo en vez de ayudarlo.

Kikyō se levantó de pronto y tomó su arco antes de lanzar una flecha rápidamente a un saimyōshō que volaba a lo lejos. La ráfaga de luz azulada destruyó al insecto en el acto. Jaken se congeló en su lugar aliviado de no ser enemigo de esa mujer tan letal ya que si la flecha hubiese sido para él, el yōkai estaba seguro que ni siquiera hubiese podido saber que iba a morir hasta que hubiera atravesado su cráneo con una de esas flechas.

—No vino aquí por mí —le dijo la mujer—. Vete ya.

...

—Mmm... no lo sé, Rin —musitó Kagome después de escuchar el relato de Rin.

Que básicamente trató un tema del cual parecía no saber mucho. Simplemente que Sesshōmaru les había dicho a ella y Jaken de pronto que debían irse, más tarde regresó hecho un perro gigante y que al parecer Sesshōmaru no podía regresar a su estado original.

Las orejas de Inuyasha se movieron precisamente en esa parte.

—Tendríamos que verlo —dijo Kagome no muy segura de que su propuesta sea bien aceptada por Inuyasha y los demás. Sango la miró un tanto indecisa.

—No creo que sea buena idea que llevemos a Inuyasha con Sesshōmaru ahora —le dijo Sango a Kagome al oído—. Sesshōmaru se encuentra en su verdadera forma, no podemos arriesgarnos a que peleen.

Las orejas de Inuyasha se movieron de nuevo.

—Eso lo sé, Sango, pero prometimos ayudarle —respondió Kagome susurrándole a la exterminadora.

Buen punto.

Sango suspiró.

—Espero que esto no termine en tragedia —resopló yéndose con los chicos para decirles la noticia.

—Bien, Rin —Kagome juntó sus manos y le sonrió—, vamos a tener que ver a tu amo para entender qué es lo que le ocurre.

—¿Qué? —articuló Rin ladeando la cabeza.

Inuyasha se acercó sonriendo perversamente.

—¡Perfecto! Ya quiero ver en lo que se metió ese idiota —en sus ojos no había más que diversión, pero Kagome supo cómo quitársela con un buen "abajo".

Rin se sintió un tanto preocupada. ¿Acaso ya había pasado el mejor momento para decirles que mejor se las empeñaría por sí misma?

...

Jaken había incendiado a muchos insectos Saimyōshō con ayuda de su báculo, mientras regresaba a donde se encontraba el amo con toda la velocidad de Ah-Un podría ofrecerle (ayudando a matar a los pequeños enemigos).

Después de varios minutos, sintiéndose cada vez más agitad, dio unas cuantas vueltas para despistar a sus seguidores y poco después se adentró al bosque para destruirlas con golpes sin fuego. Ah-Un ya empezaba a apartarlas con su cola y Jaken poco a poco iba perdiendo poder.

—¡Ya déjenos en paz! —ordenó el sirviente mientras azotaba a 12 más de ellas. Llegaban más y más, Jaken se aferró a su báculo y prometió eliminar a todos los insectos que se atrevieran a desafiarlo.

Sin que él se diese cuenta, hasta que fue bastante tarde, los Saimyōshō lo obligaron a mecerse demasiado sobre Ah-Un a una altura bastante grande, justamente debajo de una cascada que resoplaba su poder con fuerza.

Los insectos entretuvieron a Ah-Un lo suficiente para que Jaken pudiese resbalar y caer en picada hacia abajo.

Fin de Capítulo.

¡𝙴𝚕 𝙰𝚖𝚘 𝚖𝚎 𝙽𝚎𝚌𝚎𝚜𝚒𝚝𝚊 𝚊 𝙼𝚒!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora