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                         Al llegar nuevamente a la mansión Teixeira, Joe y Leonard se encontraban presentes.

Todas las mañanas, desde que había comenzado a trabajar para los Teixeira, me imagine el momento en el cual me encontraría con Joe. Pero nada de lo que me imagine desde hace dos noches ocurrió: Joe se acercó a mí con expresión confundida, me pregunto qué hacía ahí. Fue cuando caí en cuenta de que Abby no le había puesto al tanto de los pormenores de la casa Teixeira, tampoco Lynx había mencionado nada acerca de una desconocida que quizá la conoce de algún lugar y su nombre es Rebeca.

Agradecí a ambos por eso, y escuche con atención todo lo que Joe tenía para contarme.

Había estado en una ciudad de Colombia llamada Bucaramanga, había probado las arepas colombianas (reconociendo que no las amaría como las arepas venezolanas) y el café de Cali y el de Bogotá no se comparaban al de Bucaramanga. Le dieron varios reconocimientos por ser el "mejor jugador del encuentro internacional" y se quejó de que las colombianas no eran tan bonitas como yo. Eso me hizo sonrojar en límites insospechados.

Luego me sonrió, y me dijo al oído que estaba muy entusiasmado por haber vuelto.

Yo no sabía qué hacer, y mucho menos como actuar. Él y yo no éramos precisamente una pareja, lo cual quería decir que nuestra relación no estaba definida aun, por lo que no me negué al momento que me robo un beso en los labios.

Más tarde, cuando se iba, me pidió que habláramos un momento a solas. Me asuste tanto que desee que no hubiese venido.

—¿Qué ha ocurrido? —intente sonar normal, sin nervios ni titubeos en los labios.

Él negó con la cabeza. Estábamos en el armario de la ropa de Gloria, donde fácilmente cabían unas 300 prendas sin colgar. Era amplio y ancho, estaba cerrado, ya que Gloria se encontraba con Leonard en el área del comedor y Daiana no se encontraba presente esa tarde. Aproximadamente eran la 1: 00 y yo esperaba impacientemente lo que él tenía que decir.

—¿Para que quieras que habláramos a solas? —intente cruzarme de brazos pero largue conmigo un feo vestido de lentejuelas de los años 70.

A Joe le cayó encima de la cabeza un colgador de madera. No pude evitar reírme.

—No quería hablar...—susurro él encogiéndose de hombros y apegándonos mucho más.

Justo cuando iba a recriminarle su barata petición de sexo, él beso mi mejilla. Yo me sobresalte.

—¡Aquí no, Joe!

—Shhh. —dijo él, bajando lentamente sus besos hasta mi cuello.

Comencé a sentirme mal por dos razones: la primera porque me encontraba encerrada en un maldito armario gigante con el chico que siempre desee que me besara encima de una lavadora y la segunda, porque me encantaba la sensación de ser pillados en pleno beso por una anciana portuguesa de más de 60 años.

¿Qué puedo decir? Joe no me hacía pensar con claridad.

—¿Qué haces aquí, Rebeca? —pregunto él, mientras me hacía un moretón en el hombro derecho.

Sin darme cuenta, me había arrebatado la camisa.

Yo no decía ni una palabra, tenía un asqueroso nudo en la garganta que no me dejaba hablar para parar la situación.

—No me gusta que estés aquí. —dijo en un gruñido, y yo tire de su cabello para besarle.

Nos mantuvimos así aproximadamente una media hora, encerrados en un armario, besándonos y él tocándome sin yo poder controlarlo.

El efecto Rebeca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora