Recuerdo los días en los que tus manos me acariciaban las heridas, y tus labios besaban mis precipicios, dándome seguridad, alivio, cuando yo me aferraba a tu cintura como una niña y cantaba a tu oído, recuerdo tus labios, entreabiertos en suspiros, elevados en sonrisas, moviéndose al compás de tus palabras que sabes que pueden hacerme vivir o morir. Aún recuerdo tu aroma, vicioso y delirante, tus manos finas, tu caminar vacilante, el ir y venir de tus rizos en la brisa veraniega, tu voz, tu risa.