Tercera Bala

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Dio el último trazo al borde de sus labios con su lápiz labial. Le regaló una mirada exasperada al espejo retrovisor y encendió de nuevo el auto. Golpeó el volante frustrada por la tardanza de su compañero y de su hermana. El escape pasó de excelente a un fracaso épico en menos de 5 segundos; no sabían dónde diablos se había metido Nayra.

– La puerta está sellada, Cas. – Se quejó el chico.

– Con la mirada no la vas a derribar. – Respondió sosteniendo el teléfono en su mano izquierda.

– Es acero, idiota.

– Entonces, vuélala, mequetrefe. Encuéntrala y sal.

– Creí que querías hacerlo con cautela. – Se mofó de ella. Algo que le hizo arder en rabia.

Los pasos de Beatus se oían perfectamente a través del altavoz del teléfono. La llamada marcaba 29 minutos exactos, el tiempo que había transcurrido desde que su compañero entró a aquél prostíbulo con fachada de hospital.

El plan de ruta era simple: Recoger a Nayra, quien legalmente había salido de su encierro; buscarle algo decente que usar y comer para, finalmente, reunirse en casa. En el transcurso la policía los abordó. Ya sabían quién era ella. Como siempre, cuando los planes salen mal, toca improvisar.

El confidente se hizo para atrás una vez colocó el detonante al final del túnel. Múltiples bips molestos se oyeron y la explosión se hizo protagonista de la escena.

– Fuera del camino. – Apareció la rubia menor empujando a Beatus.

– Muévanse. – Los apremió Casiana. Un camión de bomberos cruzó en frente de ella; tan sólo estaban a tres calles de ser pillados. – Te encanta joder todo, Nayra. – Susurró.

Tras pasar 5 minutos más los vio acercarse por lo que cortó la llamada. Ambos estrellaron las puertas del Aston Martin al cerrarlas recibiendo como premio un gruñido de la conductora. Puso el auto en marcha y trató de mezclarse en el tráfico. La rabia que le consumía por dentro hacía que su pie se hincara más en el acelerador.

Sus ojos verdes como los de su abuela trataban de atravesar con balas imaginarias a los transeúntes que se metían en su vía.

– ¿Qué fue lo primero que nos enseñó papá, Nayra? – Cuestionó con sarcasmo mientras viraba el volante.

– A disparar con revolver compacto.

Casiana respiró profundo provocando que sus hombros se elevaran.

– ¿Y lo segundo?

– Nadie sabe quiénes son los Timor. Así debe quedarse. – Pronunció sin poder ocultar la zozobra en sus palabras.

– ¡Y tú acabas de tirar todo por la borda! – Gritó con acritud.

El automóvil derrapó en una intersección dejando las marcas de neumáticos en el pavimento. Nayra tenía los nervios de punta. Si no moría por la forma en que su hermana mayor conducía en estos instantes, su padre la mataría por meterse en los problemas que llevaron a que se delatase. Primero ella, luego todos los miembros de la mafia. Así sería como la DEA y el FBI desmoronarían el imperio familiar.

Casiana recién se dispuso a examinar el estado de su hermana. Jamás la había visto tan delgada. Su cabello enmarañado y los ojos de un muerto. Se veía que igual que su madre antes de morir. Era evidente que ya no era la misma que antes de entrar a ese sitio, tampoco la de antes de irse de casa en pos de Cicely.

– ¿Sigues virgen?

– ¿Sigues soltera? – Contraatacó Nayra.

– Ya conoces a mi esposo, Beatus. – Hizo un ademán con su mano hacia el hombre sonrisa burlona. Él ya estaba acostumbrado a ser arrastrado a circunstancias de todo tipo por su jefa.

Mafia Timor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora