Al amanecer

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La noche y el tiempo no se detuvieron por más que les rogaste. Jamás antes habías pensado en rogar por algo tan ilógico, no contando por supuesto tus suplicas al aire porque Holmes correspondiera tus sentimientos, de todas formas qué importa eso ahora... Holmes se ha ido nada más el sol dio sus primeros destellos de luz.

No has dejado de preguntarte qué hay en la cabeza de Holmes, qué hubo en sus pensamientos al darse cuenta de que, al despertar, sus brazos tibios y suaves te rodeaban, casi como si te protegieran de las mantas y las almohadas. Desde luego él no lo tomó de esa forma tan sentimental. No pudo no haber visto esa forma tan íntima en la que te tocaba. De todas formas, debió ser lo suficientemente negativo como para que nada más darse cuenta de la situación, haya abandonado esa confortable tibieza.

Lo único bueno que has obtenido hasta ahora, más o menos treinta minutos después, es que fuiste lo suficientemente inteligente como para fingir estar dormido y además no mostrar tu disconformidad cuando el pecho de Holmes dejó de ser tu almohada. De todas formas no habría servido de nada hacer nada, si Holmes no estaba contento con la escena no iba a tener paciencia para que le reclamases cualquier cosa.

Una vez más, en estos minutos, suspiras...

Quieres dormir de nuevo, después de todo, el tiempo ha decidido hacerse ínfimamente más lento desde que Holmes se fue. Das una vuelta sobre la cama, otra vez caes en donde Holmes estuvo, otra vez intentas extraer su aroma de las pocas horas que él pasó ahí. Un ligero y lento golpeteo en la puerta te hace voltear hacia ella, la miras con recelo, como si la cosa te hubiese sacado de un sueño. Cierto es que casi fue así.

—Doctor Watson, le he dejado el desayuno servido en la mesa, debo salir a hacer unos encargos del señor Holmes, llegaré para la comida de la tarde. Con su permiso doctor —para terminar la señora Hudson, como si estuviera feliz por estar despierta a semejante hora, te regala una cantarina risa. Ni siquiera le respondes, bien sabes que ya no está ahí. Suspiras contra la almohada, entiendes que debes salir ahora, más tarde la comida se enfriará. Te detienes justo antes de abrir la puerta, no es que nada en ti esté fuera de lugar, es solo que simplemente no quieres afrontar la realidad que chocará contra tu cara nada más pongas un pie afuera.

No es que aquel desenlace con Holmes te hubiera roto por dentro, te dañó, no hay por qué negarlo, pues estabas ya preparado para esa clase de escenario. Holmes solo hizo lo que pensaste haría y punto. Si él quiere hacer como que nada pasó, estás listo para eso, si simplemente no quiere aclarar nada aun si es consciente de todo, estás listo para eso, si él quiere enfrentarte, estás listo para eso. Estás listo para todo... incluso para el rechazo y el inminente alejamiento.

Con un último suspiro abres la puerta y bajas a la sala.

Nada más entras al lugar un delicioso aroma invade tu olfato, la hermosa sonata del Stradivarius arrulla tus oídos y, como si fuera fácil dejar eso de lado, la silueta de Holmes enmarcada por su más elegante traje da el tiro de gracia al pobre corazón que grita por más espacio dentro de tu pecho. Sus ojos luna titilan, mirándote a los ojos, consumiéndote y así derritiendo todo lo que eras hace solo unos segundos. Porque las notas bailan entre tú y Holmes, los consume, los aniquila y sin ser necesario, los une. Más, más. Más aún si ya no es posible, más aún si es absurdo que se fundan en un solo ser...

El sueño continúa, la música no se detiene mientras Holmes camina lentamente hacia ti, ni siquiera desperdicia su tiempo en ver el camino, porque te ve a ti, sus ojos solo existen por ti, el solo ve porque tu estas ahí, para corresponderle, para ser de él.

Si no estás consciente del sonrojo que cubre tu cara y sube a tus orejas, o del temblor en tus piernas, o el hecho de que te has quedado parado como idiota en medio de la sala es solo porque tu cerebro no dará cuenta de nada más hasta que Holmes decida desatarte, soltarte de ese maravilloso mundo en donde todo está en este lugar porque era necesario para que Holmes y tu estén ahí. En éste preciso instante y segundo.

Lentamente las notas empiezan a caer, consumiéndose finalmente en silencio. Silencio que invade la habitación. Pero es lo único que pasa, tus ojos y los de Holmes se niegan a separarse, a mirar a otro lado. Después de todo, nada podría ser más importante...

Las razones de WatsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora