Capítulo 13

71 7 0
                                    

La semana pasó bastante rápido. Francesca y Liv se volvieron íntimas amigas, dentro de lo que se puede llegar a ser en poco menos de una semana. La primera, cuando tenían ensayo, se sentaba en una esquina, donde las veía bailar y le enviaba todas sus buenas vibras a Liv, quien le guiñaba un ojo cuando hacía su coreografía ante las miradas entre atónitas, envidiosas y orgullosas de las presentes.

Sus clases de piano no daban tantos frutos como los que esperaba, pero aún así, no se daban por vencidas  ni ella ni su abuela, quien usaba esos momentos para ahondar en la vida de su nieta, ya que poco o nada le decía a Francesca de la propia.

Los otros datos que tenía de ella los había obtenido a través de Kerena, a quien iba a importunar cuando Liv o su abuela no tenían tiempo para ella. La ama de casa se sentía acompañada, debido a que en esa casa todos tenían algo que hacer y las pocas veces que hablaba con alguien era cuando hacía sus compras en el mercado. El día que tuvo que ir para allá, se llevó junto con ella a la jovencita, quien con la perspectiva de salir de la casa le dijo que sí inmediatamente. Tomó un abrigo de su armario y salió corriendo con ella.

Kerena de cierta forma entendía a la pobre chiquilla. Liv era una buena compañía, pero su de vez en cuando tiránica maestra, debido a la proximidad de los castings que se harían en unos meses más, los ensayos habían aumentado en frecuencia. La señora Hallström por más que se hiciera el tiempo para compartir con ella, su vida estaba más que hecha y tratar de incluir a su nieta en sus horarios le costaba mucho. Pero por la cantidad de años que llevaba con ella, sabía que el orgullo propio no la iba a hacer rendirse. No señor, ella era una Hallström y los Hallström no aceptaban que existían cosas superiores a ellos. Cosas que no podían cambiar.

Para ponerle peor la existencia a Francesca, la niña Ingeborg pasaba en su pieza, saliendo sólo para comer. Pensó que había cambiado de conducta con el paso del tiempo, pero esa costumbre estaba tan arraigada en ella que, al igual que su madre, no cambiaría nunca.

El otro día la había escuchado tocar, ya que en esa casa era la única que interpretaba de esa forma tan propia y excepcional. Tan intensa como el señor Domenico. Una especie de imán la había llevado al estudio, pero se detuvo a medio pasillo, porque en el dintel de la puerta estaba Astrid Hallström. Ese día andaba con su cabello suelto, tan rubio como cuando era joven, su vestido negro ceñido al cuerpo y sus ojos miraban fijamente al fondo de la sala. Pudo ver como ese azul que en contadas ocasiones eran capaces de reflejar su alma a punto de caer a las lágrimas.

Al verla ahí, no podía asimilar lo que le había dicho unos meses atrás. Astrid Hallström era del tipo de personas a las cuales te acostumbras con el tiempo, de las que por más que lo intentes, las necesitas para vivir. Su sola presencia era, para la mayoría, el combustible que se necesita para disfrutar del día a día. Al menos para ella era eso.

Cuando le había comunicado su decisión, no la comprendió del todo. Mejor dicho, aún no la entendía y dudaba que algún día lo hiciera. Tuvo que combatir con su orgullo y mandarle la carta a su hija, quien sin saberlo, había sido rastreada hasta dar con su dirección. Lo de la nieta fue una sorpresa, ya que el investigador no le había dicho de su existencia, pero ese era un dato poco relevante. A quien necesitaba era a Ingeborg, para sanar sus heridas y las de ella. Era algo obvio, para lo cual no había que ser inteligente.

De vuelta del mercado, se fueron caminando por la plaza, para que conociera un poco. Las mujeres del pueblo, para variar, se pusieron a cuchichear entre sí. La líder de esa maraña de arpías, Britta Karlsson, se le acercó con su voz salamera. Detestaba a esa mujer hasta decir basta.

— Señora Lindberg, ¡hace tiempo que no pasaba por aquí! ¿Como está la señora Hallström? Casi no sale de casa, así que nos preocupa que pueda estar mal... ¿y esta jovencita? No la habíamos visto antes.

— Buen día Britta. La señora Hallström está perfectamente, como siempre. Esta joven es Francesca Bellucci, la nieta de la señora.

Francesca se dio vuelta al escuchar su nombre. Las mujeres habían estado hablando en esa lengua que aún no podía saber cual era, ya que las pocas palabras que le enseñaban no le daba grandes luces del asunto. Para algunas personas, eso sería una gran falta, ya que lo mínimo que se esperaba si viajaba al extranjero era saber que idioma se hablaba en el lugar a donde iba. Pero teniendo en consideración el poco tiempo que su madre le había dado para arreglar todo para el viaje, no tenía del todo la culpa.

— ¿La nieta? Eso es imposible, ya que no...— cambió la expresión de la cara al caer en la cuenta de lo que Kerena le quería decir.— ¿Volvió Ingeborg?

— Si linda, volvió a su casa. ¡Qué extraño que no lo sepas! Podrías ir a verla, ya que no ha salido mucho. Recuerdo que eran muy amigas.

— Sí... Lo fuimos. La dejo señora, ya que tengo que ir a la casa a hacer mis cosas. Vi ses snart! *

Se fue de allí, dejando a sus amigas queriendo saber que habían estado hablando. Kerena en su interior se reía maliciosanente, ya que de alguna forma sabía que a Britta Karlsson no le había hecho mucha gracia el regreso, por muy corto que fuera, de la niña Ingeborg.

— ¿Qué quería esa señora?— le preguntó Francesca interesada.

— Una chismosa de pueblo, cariño, nadie muy importante. Será mejor que me ayudes con las bolsas, que si no nos apuramos, almorzaremos tarde. Kom igen! Kom igen! **

Francesca tomó parte de las bolsas y siguió a Kerena por la calle hasta la casa. El cielo se estaba cubriendo de nubes, por lo que supuso que llovería pronto. Corrió tras la mujer, porque lo que menos quería era enfermarse.

*  ¡Hasta pronto!

** ¡Vamos! ¡ Vamos!

La Utopía de la Familia PerfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora