Capítulo 27

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—Kerena, ¿has visto a mi madre?

Amelia entró a la cocina, donde Kerena y la cocinera estaban desayunando. La ama de llaves se limpió la boca y negó con la cabeza, a medida que le respondía:

—No, señorita Ingeborg. Pensé que estaría recostada en su cama, dado que no se ha sentido muy bien en estos días ¿Qué no está ahí?

Amelia negó con la cabeza. Relajó sus hombros y se sentó en una silla desocupada. La cocinera le ofreció un poco de kuchen de manzana y ella le recibió un trozo. Apoyó su cabeza en la palma de su mano y empezó a juguetear con las esquinas de una servilleta que había sobre la mesa.

—¿Tienes idea de qué es lo que pasa a mi madre?

—¿A qué te refieres, Inga?

Amelia la miró directamente a los ojos y Kerena hizo lo mismo. La mujer pudo reconocer perfectamente que su ama de llaves estaba nerviosa, como si estuviera ocultándole algo. La cocinera, aprovechando el momento, se levantó de la mesa y se fue a sus dominios. A pesar de ser una chismosa de primera en el pueblo, sentía cierto respeto por la casa y la gente que le había dado un trabajo. Cuando presentía que se venía una de esas conversaciones suculentas para sus compañeras en el pueblo prefería alejarse, para que así, cada vez que le preguntaran por algo interesante que había sucedido en la casa no mintiera al decir que no tenía ni idea.

Cuando llegó la señorita Ingeborg con su hija a la casa Hallström fue el momento en que de verdad se sintió acosada. Ella no conocía a la hija de la señora, pero en cuanto la vio y escuchó lo bien que hablaba de ella Kerena, también evitaba estar presente en conversaciones donde estuviera ella. Britta Karlsson era siempre la mas interesada con los asuntos Hallström, pero con la llegada de Ingeborg Amelia Baldecchi su interés había aumentado exponencialmente. Ella la superaba con creces a la hora de chismear.

Aún así, no pudo evitar poner atención a esa conversación. Podía sentir ciertas ondas energéticas en el aire, así que prestó atención como toda una profesional.

—Tu sabes perfectamente a lo que me refiero. Eres, por así decirlo, su única amiga. Mejor dicho, la única capaz de soportarla y la única en quien confiaría sus secretos. Ha estado mas rara que de costumbre y me gustaría saber si sabes algo.

—Yo no sé nada, Ingeborg. Pero, aún si supiera, no te lo diría. Tu madre es un ser bastante especial y hay momentos en los que anda así, pero eso es parte de su naturaleza— Bebió de su taza, meditando lo que diría a continuación — Tú eres igual de inestable.

Amelia sonrió aceptando que Kerena tenía razón. De algún lado tuvo que haber salido. Comió parte de su kuchen y tuvo que admitir que extrañaba la comida de la casa Hallström. La mano de Kerena para la repostería era la mejor que había conocido en toda su vida, incluso mejor que la de esos caros restaurantes donde Gianluca la llevaba por sus asuntos de negocios.

— ¿Has hablado con Rolf Lindström, Ingeborg? Mejor dicho, ¿te ha hecho algún tipo de propuesta indecorosa?

Se atragantó con un pedazo bastante grande de kuchen. Lo mismo le pasó a la cocinera, pero con su saliva. Con razón Britta estaba tan interesada en la hija de la señora. Todos en el pueblo sabían que si había algo intocable en cien kilómetros a la redonda era el esposo de ella, Rolf. Una mujer más o menos parecida que le sonriera al leñador y Britta rondando por las inmediaciones equivalía a un buen chisme por un par de meses. Ella lo consideraba casi una estupidez, ya que nadie la superaba en belleza. Nadie, hasta que llegó la señorita Amelia.

— ¿Por qué piensas eso? ¿Quién te ha sugerido idea semejante? Kerena— la observó como si fuera una pequeña de seis años—, creía que detestabas a las chismosas.

La Utopía de la Familia PerfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora