Capítulo 5

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Amelia dormía profundamente, por lo que no se levantó a cenar.  Kerena al verla dormir plácidamente prefirió no despertarla y decirle a la señora Hallström que Amelia no bajaría a cenar.

Astrid Agnetha Hallström había sido una importante bailarina de ballet de su país. Tenía un futuro más que grandioso, pero se enamoró. Así de simple.

Fue un golpe duro, tanto para ella como para quienes tenían puestas sus esperanzas en su prominente carrera. Cuando en medio de un ensayo para su debut en el ballet internacional se desmayó, sabía que se acercaba su fin artístico. El doctor diciéndole que estaba embarazada de dos meses no hizo más que confirmar sus temores. Nunca había llorado tanto como ese día.  Había peleado con uñas y dientes en contra de sus padres que querían que su hija se casara y viviera como la abnegada esposa de uno de los hijos de sus socios para seguir su sueño, que volver a la casa con la cabeza gacha y la cola entre las piernas fue frustante y doloroso.

— ¿Se encuentra bien, señora Astrid?— le preguntó Kerena al entrar a la sala de estar, donde esta se encontraba sentada mirando el crepitar del fuego de la chimenea.

— Perfectamente linda, perfectamente. Estaba pensando, tan sólo eso. ¿Cómo se encuentran?

— La señorita Ingeborg está durmiendo, así que preferí dejarla descansar. La señorita Francesca dijo que enseguida bajaba. Estaba arreglando su ropa y una que otra pertenencia. Al parecer ahí viene.

Kerena no se equivocaba. Desde la escalera se escucharon unos pasos y a los segundos después su nieta hacía aparición. Se había cambiado de ropa y se había dado una ducha, por lo que venía con el pelo un poco húmedo.  El pelo de esta era de un castaño claro, bastante bonito. Sus facciones eran delicadas, pero no tanto como las de ella y las de Amelia. Esos ojos verdes le hacían recordar tanto al padre de Amelia. Trató de no mirarlos mucho y le preguntó lo más cálidamente posible:

— ¿Lograste descansar, cariño?

—Un poco. En el avión dormí bastante, así que tampoco estaba tan cansada, ¿y mi mamá?

— No bajará. Kerena dijo que estaba durmiendo, así que lo mejor es dejarla donde está. Se vuelve un poco complicada cuando no duerme lo suficiente.

Eso era verdad. Su madre, sino cumplía con sus horarios, pasaba de la angelical a la mujer con un genio de los mil demonios. Se volvía insoportable para todos los que la rodeaban. Bueno, dependía de la persona. Con ella en la casa era así, pero con su padre o con las cientas de personas con las que hablaba durante el día no.

Se encaminaron al comedor, que era igual de amplio que el estudio. Una mesa larga estaba en el medio de este, con dos puestos listos para ser ocupados, uno para su abuela y otro para ella. En la cabecera de la mesa había un cuadro de un hombre de ojos azules, iguales a los de Astrid Hallström y con un pelo rubio algo oscuro. Llevaba un traje azul oscuro y tenía ese presencia majestuosa que su abuela y su madre tenían y ella carecía.

— Él es tu bisabuelo, Alberick Hallström. Fue un buen hombre, bastante obsesivo en su trabajo y dedicado a salvaguardar el apellido de la familia. No soportaba que alguien o algo se entrometiera en el prestigio y el honor de algún miembro de esta. El clásico ejemplo del hombre ideal de las mujeres de la época de mi madre. 

Francesca pudo captar a través de las palabras de su abuela cierto resentimiento hacia el padre de esta.  No le preguntó más. Había aprendido a base de cientas de conversaciones con su madre cuando era el momento de parar o no hablar . Se sentaron y una empleada de la cocina apareció con la cena. Comieron en silencio, sólo escuchándose el golpe de los cubiertos sobre los platos. La comida estaba deliciosa.

— Lamento haber parecido sorprendida, abuela, cuando mamá nos presentó.

— ¿Por qué tendrías que disculparte?, yo tampoco sabía de tu existencia cariño y la verdad es que también me sorprendió. Aunque, la verdad es que no me extraña mucho, ya que han pasado varios años desde que no hablaba con ella.

Francesca contemplaba a su abuela. Al parecer le había afectado el hecho de que su madre nunca le había dicho que había tenido una hija. La entendía perfectamente.  Si algún hijo o hija de ella le hubiese hecho eso, le habría dolido y hecho enojar al mismo tiempo.

Terminaron en silencio. Francesca se disculpó diciendo que tenía mucho sueño, por lo que se subiría a acostar. Astrid le dijo que no tenía problemas, por lo que se paró y la dejó sola. La señora Hallström se quedó ahí, tratando de entender por qué había escrito esa carta. Las circunstancias en que se encontraba en ese momento la habían hecho tomar esa loca idea.

Esperaba no haberse equivocado.

La Utopía de la Familia PerfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora