1984

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Era una tarde de invierno, la lluvia golpeaba mis mejillas como el tocar incesante de una puerta. No podía dejar de pensar en aquello que escribí; al parecer era tan solo mi propio deseo de poder salir de esta vida. Salir de este mismo hábito que me consume como la colilla de un cigarro. Todos parecen llevar una vida normal alabando a un ser humano que nunca se ha presentado. El cual solo nos da órdenes y que nos vigila continuamente.

Ya caminando a través del último gueto para poder llegar a mi departamento, por enésima vez, lo volví a ver. Un panfleto con el rostro pálido de un hombre en sus cuarentas; apariencia caucásica, y con un bigote gigante. Era la pesadilla que me ha seguido todos los días de mi niñez, después de la revolución. No podia sacarmelo de la cabeza, era como un virus implantado en los cerebros de todos nosotros sin saber de donde provenía. Debajo del panfleto con mayúscula y negrita decía:

EL GRAN PARIENTE TE OBSERVA.

¡NO PIENSES! ¡PENSAR ES IR EN CONTRA DEL GRAN PARIENTE!

Sin embargo, en el trabajo, nadie parecía molesto por aquella frase, mis camaradas lo ven como un modo de vida. Quizas algun dia lo vean desde mis ojos. Creen que sin EL GRAN PARIENTE no son nada más que pobladores siguiendo órdenes determinadas, sin vida, sin la capacidad de sentir emociones, ni tener libertad de expresión. Pero claro, ellos no saben que no tiene nada de eso. Piensan exactamente lo contrario.

Al entrar al edificio, caminaba despacio, encontré a un niño vigilando la puerta, mirándome fijamente a los ojos como si quisiera arrancarme lo poco que me queda de alma. Esta es la nueva táctica del partido, poner a niños con el cerebro lavado para vigilar a sus pobladores, ingenioso.

     -¡Buenos dias, policía!- Replique viéndolo a sus pequeños ojos fijamente, para evitar que descubriera que soy diferente al resto.

     -Buenos días, camarada.- Replicó sin mostrar ningún movimiento facial exceptuando sus labios.

De forma abrupta, entre a mi choza y cerré la puerta con todos los seguros posibles. Estaba nervioso, casi me atrapan, me hubieran llevado a la habitación 101 para torturarme y sacarme información; o quizás acusarme como un desertor, por no seguir las órdenes del Gran Pariente.

Libertad es prision.

Ignorancia es fortaleza.

La guerra es paz.

Me senté y puse mis dos manos en el escritorio, pensaba como seria el mundo sin el GRAN PARIENTE. Sin embargo, era tan solo una utopía, creada por mi mente fracturada de tanto pensar. En un segundo pensé en acabarlo todo de una vez. Cogí una de las pocas afeitadoras que nos entregaban el trabajo para sobrevivir; le quite las hojas, y con mi mano, puse una cerca de mí garganta.

Estaba en estado de shock, no sabia que hacer, miraba al espejo solo a un hombre sin animo de seguir en una dictadura, en la cual, solo el sabia que estaba siendo dictado. Mis lagrimas caian de mis ojos como precipitación en invierno. Estaba ansioso por finalizar mi miserable vida, pero acobardado por las consecuencias o por lo que pudiera sentir al morir. Sentir que todo, sirvió para nada, porque todos seguirán creyendo en el GRAN PARIENTE.

Me detuve, por un segundo, sentí como mi corazón aminoraba sus latidos, como si fueran tiempos musicales que cada vez, se hacían más lentos. Como una sinfonía.

En un arrebato de coraje, cogí mi diario, abri la pagina media, y vi el preludio de lo que había escrito.

"no importa quizás me asesinaran en la habitacion 101 igualmente no importa nada no importa me matarán sin piedad como a todas las personas que han desaparecido cuál es el objetivo no importa nada no importa igual me mataran."

Seguido de la frase.

¡MUERTE AL GRAN PARIENTE!

Ese no era yo, ayer sentí como si alguien controlaba mi mano al escribir tal crimen. Si ya no es peligroso tan solo el acto de pensar, sería pena de muerte, el ipsofacto de ir en contra del GRAN PARIENTE.

De repente, escuchaba como alguien golpeaba mi puerta. Alze mi cabeza, con mis ojos abiertos de polo a polo, intente tranquilizarme; a medida que el tiempo pasaba, más fuertes e incesantes se hacían los golpes. Hasta que decidí abrir la puerta.

Para mi suerte, no era la policía del pensamiento, ni los niños espías. Era la Sra Whitehall, (Señora era un término prohibido de usar, pero por instinto se lo dice) esposa del camarada Whitehall, una persona que carece de cerebro, es todo lo que el GRAN PARIENTE ama, los más fáciles de controlar con una euforia acelerada.

     -Buenas tardes, camarada Goyes- dijo la Sra Whitehall.

     -Buenas tardes, camarada Whitehall.

     -Me preguntaba si era posible, puede venir a solucionar un problema que tenemos en el fregadero? Mi esposo aun no llega, el es...

De forma extraña, la Sra Whitehall siempre corta sus oraciones en la mitad, no tienen mucho sentido, quizás sepa que no puede hablar mucho de ciertas cosas.

     -Si, no hay problema - respondí inmediatamente.

Al entrar al departamento de los Whitehall, se notaba que era más grande, pero a la vez, más desordenado. A tal punto que la cara de la Sra tenia polvo porque no limpiaban. Lo que no faltaba era el poster gigante de el GRAN PARIENTE, pegado en la pared como si fuera lámina de pintura. Después de un momento, escuche un ruido que provenía de otro cuarto.

     -Son los niños, quizás ellos... - dijo con una mirada muy afligida la Sra Whitehall.

Al mirar el fregadero, vi que era un problema de atascamiento. Solo había que desenganchar las partes y quitar el bloqueo. Sorpresivamente, los niños salen de su habitación, uno me apunta con una pistola de juguete, mientras que su hermano menor repite lo mismo que él hace con un arma imaginaria.

     -Has sido arrestado por ser un traidor! TRAIDOR! - dijo el niño, de forma rabiosa, mientras que su madre observaba con una risa falsa.

El niño estaba vestido con el uniforme de los espías, lo que me causaba más inseguridad. Impresionante que el sueño de este par de hermanos sea matar a otros por traidores.

Por seguir el juego, alze las manos, mientras que ambos me apuntaban y me disparaban en su retorcida imaginación. Uno de ellos tenía una feroz mirada en mi contra, no me imagino que harían si tuvieran algo más que un arma de juguete.

     -Hacen demasiado ruido... quieren que los lleve a ver como cuelgan a esos traidores en la plaza.

Eso simplemente me dejó atónito, no podía mover un músculo de mi cara, solo de pensar que un par de críos puedan tener la mente de un psicópata, claro, si ese era el término que se usaba, no recuerdo bien.

     -¿Por qué no podemos ir a ver cómo los cuelgan? Gritó el pequeño con su tremenda voz, impropia de su edad.

     - ¡Queremos verlos colgar! ¡Queremos verlos colgar! —canturreaba el hermano menor mientras saltaba.

Después de terminar con el favor de la Sra Whitehall, regrese rápido a mi departamento, sin mirar a nadie. Ya estando dentro, veo el desastre que hice en mi escritorio, solo una mala memoria de un mal momento. Decidí acostarme sin tomarle atención a las telepantallas del partido. Solo, en mi pequeña burbuja, recapitular los hechos anteriores y reflexionaba acerca de aquellos niños, pensé, la desgraciada mujer debía de llevar una vida terrorífica. Dentro de uno o dos años sus propios hijos podían descubrir en ella algún indicio de herejía. Casi todos los niños de entonces eran horribles. Lo peor de todo era que esas organizaciones, como la de los espías, los convertían en pequeños salvajes, sin embargo, este salvajismo no les impulsaba a rebelarse contra el Partido.

Goyes cayó rotundamente dormido en su cama, dejando su diario abierto con las frases que había escrito, y con las hojas de las afeitadoras, regadas a través del escritorio. Los sucesos de hoy parecerán un solsticio en sus sueños. Los cuales lo van a perseguir por el resto de su vida. 

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