Capítulo cuatro

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                                                                     Descubrimientos.

Habían pasado ya tres semanas desde mi regreso a clases, desde que me había decidido a entrar en pánico sobre la deformidad que me estaba pasando en la piel.

Hacía una semana que sorprendentemente había notado que ya la herida de mi muñeca había desaparecido y en su lugar estaba una piel nueva y raramente azulada.

Que-miedo.

Todavía no podría quitarme la gruesa pulsera negra que había adquirido para ocultarla.

Por cierto, desde ese día el chico raro no volvió a parecer. Al día siguiente cuando Oliver y yo habíamos salido para encaminarnos a la escuela no había ningún rastro del hombre medio muerto a medio camino de la banqueta, ni restos de pedazos de Lincoln. De hecho, había revisado afuera del portal donde este se suponía que tenía que encontrarse. Estaba intacto.

Ni una abolladura tenía.

Después de haber pasado el primer día de horror, Jay me había convencido de conseguir un trabajo para regular la supuesta “depresión” que él me había notado el día anterior a ese.

Una cafetería nueva llamada Maggie, que se había puesto en la ciudad era ese trabajo.  Jay se presentó con la dueña y a ella se le habían iluminado los ojos justo al verlo pidiéndole algo más que darle un trabajo con su mirada que le daba. Después esa deseosa mirada se enfocó en mí y rápidamente ese especial brillo se convirtió en odio, tanto odio que hasta a mí me había dado un poco de miedo.

No importó lo tanto que Jay se preocupada por mí, Maggie, la dueña, le había asignado un trabajo a tiempo parcial que comenzaba justo después de la escuela que eran todos los miércoles y jueves. A él le había quedado genial.

Sin embargo a mí. No podría decir lo mismo.

Maggie había cobrado su venganza dándome un turno de la tarde-noche para comenzar ese mismo día y todos los viernes. No sabía porque ella conservaba una gran sonrisa satisfactoria en su rostro, hasta cuando habían pasado las ocho y media.

 Ahí fue cuando lo supe.

Resultó que estábamos al lado de un club nocturno y peor tantito; en frente se encontraba el campus de la universidad local de Santa Bárbara.

Después de esa hora lo asqueroso en verdad llegaba cuando universitarios entraban al local pasados de copas pidiendo entrar a los baños de la cafetería para vomitar. O incluso si no se podía aguantar más ahí mismo en la entrada hacía su espectáculo ahí mismo.

Y adivinen quien tenía que limpiar.

Así es, yo.

Todo eso es tres semanas.  

Sentí algo vibrar en el bolsillo de mis jeans, agarré mi celular y verifiqué el mensaje que recién me había mandado.

¿Ya has terminado tu turno?

-Jay.

Sonreí al terminar de leer esa pequeña pregunta por su parte. Me decidí a contestarle antes de que otras personas llegaran para pedir su orden.

–Hey, mariposa, despierta. Acaban de llegar otros clientes, ve a atenderles cabezota.

Mi compañera de turno, Holly, llevaba la misma cara aburrida de siempre. Tarareando la pegajosa canción “Gloria” de los Them.

Me había llamado Mariposa desde mi primer día aquí y jamás le había preguntado la razón del porqué me llamaba así. Pero, sin albergar ninguna esperanza, ese día en que le preguntara no sería hoy.

The MightyhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora