Ariadna - Proposiciones indecentes

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“No, no, no”. Ariadna se clavó las uñas en la rodilla, debía dejar de temblar, debía controlar su cuerpo. Fue inútil. Nada más verlo, lo supo. Y sus estúpidos nervios la habían delatado. “Me ha sonreído”. No necesitaba ver los colmillos para saber lo que esa sonrisa conllevaba.

Una hora después, el profesor Krauser dejó de hablar y salió del aula sin mediar palabra, como si se le hubiera agotado la batería y tuviera que ir a recargarla. Ariadna recogió su carpeta y la bandolera y se dirigió a la puerta con la cabeza gacha. “No le mires, será peor”. Antes de llegar al exterior, un brazo estirado le impidió salir.

—Hola.

El profesor lo había presentado como su ayudante, Tesh. Era un hombre joven y parecía más el estereotipo de un estudiante común que un profesor adjunto; estatura media, delgado, pelo castaño claro, casi rubio y ojos marrones medio ocultos tras unas gafas de pasta. Ariadna miró a su alrededor. Estaba sola. “Por supuesto”. El resto de alumnos había huido espantado en cuanto el profesor abandonó el aula. Apretó su carpeta contra el pecho, sin valor para alzar la cabeza.

—¿Estás bien? —hablaba despacio, susurrando, de la misma forma que lo haría con un cervatillo asustado. No iba mal encaminada la comparación—. Te he visto pálida, ¿necesitas que te lleve a la enfermería a que te examinen?

“¿O puedo encargarme yo?”, le faltó añadir, con la expresión curiosa de quien analiza el contenido de una hamburguesa.

—No, gracias —se inclinó y pasó por debajo del brazo del profesor. Era un suplicio tener que contenerse al tiempo que su cerebro le gritaba: “¡Corre, corre, corre!”. Finalmente iba a obedecer cuando sintió que le agarraban del hombro. Lo oyó aspirar tras ella, lentamente, y un escalofrío ascendió por entre sus costillas, erizando el vello de su nuca. Una voz familiar le devolvió a la tierra. “Menos mal”. Estaba a punto de chillar, histérica.

—Oye, ¿quieres hacer el favor de soltar a mi novia?

Memorias de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora