Ariadna - Relaciones defectuosas

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—¿¡Cómo puedes ser amigo de esa cosa!?

Ariadna esperó a que el profesor abandonara el edificio para empujar a Matt y gritarle, furiosa.

—¿A qué viene eso? —él observó a su alrededor, incómodo, cómo varios alumnos se giraban y les lanzaban miradas indiscretas antes de entrar a su siguiente clase—. Entiendo que estés enfadada conmigo, pero ¿con Tesh? ¿Es que te ha hecho algo?

No podía contestarle. No con la verdad. Y estaba harta de dar excusas, así que prefirió el silencio. Agradecía su repentina aparición y no quería empezar una pelea, como hacían siempre. Sobre todo ahora que le debía una por haberla sacado de ese aprieto. Aunque él no lo supiera.

—Gracias… —murmuró ella con la voz quebrada—, pero... —"dale una vuelta a la discusión"—... sabes que no pienso ir esta noche.

—¿Por qué? Solo serán unas cervezas y…

—No salgo de noche, Matt —le interrumpió ella, firme—. Nunca.

—Puedo avisar a Cris y a su nuevo novio —trató de convencerla—. Si estás más a gusto con ellos que conmigo.

—¡Ni hablar! —“lo que me faltaba, ¡más vampiros a la fiesta!”.

Aferrándose a la bandolera, Ariadna se alejó con paso seguro. No podría razonar con él cuando no había argumentos lógicos que ofrecer. Lógicos para los demás. Poco tardó en alcanzarla.

—¿Pero qué coño te pasa? ¡Siempre igual!

Al instante Matt cerró los ojos y cambió su tono, más calmado, casi arrepentido. Le daba rabia cuando se mostraba tan sumiso. "Tiene demasiada paciencia conmigo".

—Perdona, Ari —ella no deceleró y se vio forzado a sujetarla por el brazo. Se estaba cansando de tanto agarrón—. Es que no sé qué te ocurre. Ya te he pedido disculpas por lo de la semana pasada de mil maneras y sigues sin contestar a mis llamadas —la liberó, observándola con esos tiernos y enormes ojos de cachorrillo abandonado—. Aquella vez no debí presionarte…

Ariadna se giró, la sola idea de retomar la última gran bronca no le hacía ninguna gracia. Matt la detuvo, enmarcándole el rostro con sus cálidas manos. Adoraba sus manos.

—Dame otra oportunidad —le susurró a escasos centímetros de su boca—, déjame recompensarte los malos momentos. Solo quiero estar contigo y esperaré lo que haga falta.

Sonaba sincero. “Él siempre suena sincero”. Uno de sus defectos era que no sabía mentir, ni lo intentaba. Sus labios se rozaron y Ariadna cerró los párpados. Matt besaba como los ángeles, si supieran hacerlo. Aún recordaba la primera vez, cómo la pilló desprevenida y sus dientes entrechocaron. Los dos se rieron y el beso se volvió espeso y dulce como la crema de chocolate. A veces esa era la única manera de que dejaran de discutir, y cada reproche merecía la pena.

—De acuerdo —le concedió ella cuando se separaron—, pero no iré.

Matt le dio otro rápido beso.

—Ya veremos.

Memorias de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora