Ariadna - Invitaciones a deshoras

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—Ari, llámame, por favor, yo...

Ariadna borró el mensaje de voz sin escuchar el final. No necesitaba oir más lloriqueos de su supuesto novio, estaba cansada de tener que sonreír y decir que todo iba de maravilla cuando ni siquiera podía pisar la calle de noche sin empezar a temblar. Estaba harta de inventarse excusas cada vez más incongruentes. "Un día diré que se me han caído las piernas y con un poco de suerte me creerán". Sus excusas eran tan malas como ingenuos sus amigos.

Cogió la cesta con la ropa sucia y salió de su cuarto, dirección a la lavandería de la residencia. Cerca de la sala común la supervisora de turno le echó una mirada reprobatoria; en teoría debían quedarse en sus dormitorios de diez de la noche hasta las seis de la mañana, bajo amenaza de castigo sin poder salir el fin de semana. Poco le importaba eso a Ariadna, era el mejor momento para hacer la colada, sin alumnas cotillas ni obligadas charlas sociales. Descendió al sótano, donde se ubicaban media docena de grandes lavadoras y secadoras. Sin ventanas, la única iluminación provenía de los halógenos del techo, que le daban un tono azulado a los electrodomésticos. Trabajó de forma mecánica: meter ropa, poner detergente, enchufar la máquina y esperar. Se sentó en uno de los taburetes y abrió por la mitad el libro de 'Cumbres borrascosas' que le había dejado Cris hacía dos semanas. Demasiado drama para su gusto, pero al menos entretenía. 

Cerró el libro de golpe tras la primera frase. Algo fallaba a su alrededor. Se le erizó el vello del brazo y una gota de sudor frío le recorrió la columna vertebral. "Algo no...". Se incorporó súbitamente, forzando a las blandas piernas a estirarse, al ver la figura de pie en el centro de la habitación.

—¡Tú! ¿Qué...?

Tendría que gritarle, decirle que no debía estar ahí, en una residencia femenina a esas horas de la noche. Que no pintaba nada, que él no... "Dios, ¿desde cuando es tan alto?". De día debía caminar encorvado, o no tenía explicacion. Lo había subestimado demasiado.

—No grites o asustarás a las chicas, y sabes que desapareceré antes de que venga nadie a ayudarte.

Aarón la miraba desde sus ojos de un tono verde oscuro más brillante que el habitual. "No respira. Ya no respira". Se había despojado de su disfraz, no había humanos a los que engañar ni una novia ante la que aparentar ser un 'inocente chico rebelde con estilo'. "Nos ha engañado a todos". Ariadna solo esperaba no tener que pagar las consecuencias con su vida. Apretó el libro contra su vientre, como el escudo más absurdo del mundo. Él dio un paso al frente, demostrando que no se trataba de una ilusión.

—El profesor quiere hablar contigo.

—¿Ahora? —su voz sonó más débil de lo que le habría gustado.

—No —Aarón se encogió de hombros—. Pero quiere verte. No puedes negarte.

El ambiente vibró de esa forma tan particular que había visto en Tesh y en otros vampiros. "Más trucos tontos". Si supiera hacerlo, habría enarcado una ceja. Soltó el aire despacio, recobrando algo de su autoestima, esparcida como trozos de papel en el suelo.

—Déjalo, Aarón, no pienso hablar con Tesh —dijo con calma—. ¿Qué eres, su recadero? ¡Olvídame! Dile que me deje en paz. No hablo con los vuestros...

No lo oyó caminar, ni siquiera lo vio moverse. Estaba a tres metros de ella, pestañeó, y lo tenía en frente. Aunque eran de la misma estatura daba la impresión de que le sacaba una cabeza. Tras sus ojos vislumbró la ira contenida. Cuando habló, los colmillos asomaron de su boca.

—Pues deberías, 'Ari' —siseó su nombre entre dientes—. El profesor no me permite tocarte, y tienes suerte de que le intereses viva. Te conviene tener amigos como él. —Alzó el dedo índice—. Un café, es todo lo que pide.—Y desapareció, como si nunca hubiera estado en ese lugar. 

Ariadna se dejó caer en el taburete, con las rodillas temblando, incapaz de seguir en pie. Hacía mucho que no sentía ese miedo tan real, el que araña las entrañas, retuerce el estómago y tira de la piel. El que te hace darte cuenta de que no eres más que un montón de sangre, carne y huesos, tremendamente vulnerable.

"Solo un café. No será más que un café", se repitió, sabiendo que no era más que otra mentira.

Memorias de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora