Tesh - Estudios inofensivos

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—Ni hablar.

—Vamos —le animó Tesh, con los labios curvados en una sonrisa sugerente.

—No —insistió Ariadna y reforzó su negativa echándose hacia atrás en la silla y cruzándose de brazos, como si supiera que mostrarse escandalizada a esas alturas sería poco realista.

—Pero solo...

—Ni una gota, Tesh, ya te lo he dicho —frunció el ceño, molesta—. Antes tendrás que matarme.

Él negó con la cabeza, no tenía sentido seguir dándole vueltas al mismo tema. Estaba claro que si quería una pequeña muestra de su sangre tendría que conseguirla a la fuerza. Tal vez si... "No". Hacía décadas que había tomado una firme decisión sobre el camino que tomaría su existencia, evitando en lo posible la violencia y la fuerza bruta, "en la medida de lo posible".

Te recuerdo que esto es un intercambio. —Lo intentó una útima vez.

—No me vengas ahora con tonterías, sabes que si estoy aquí es porque el otro día mandaste un matón a mi residencia —le fulminó con su mirada de ojos verdes, casi azules bajo los rayos de sol que invadían la cafetería del Edificio Central de la universidad. Tesh había procurado que al menos su asiento estuviera guarecido tras una columna, dividiendo la mesa en luz y sombra. "Aunque con esta sed no duraré más de un par de horas". Deshidratarse en público no era nada divertido—. Sabes que lo único que quiero es que me dejen en paz...

—¿Por qué? —No pudo contener la pregunta, esa cuestión le inquietaba desde que recibió su primera negativa—. Soy inofensivo, un estudioso del mundo y sus maravillas, y tú eres tan... extraordinaria.

Cualquier otra joven se habría ruborizado ante ese comentario. Ariadna, en cambio, palideció y evitó mirarle fijamente, ladeando la cabeza y mostrando la elegante curvatura de su cuello. No tenía que concentrarse demasiado para captar su acelerado pulso bajo la fina piel, su respiración y la sorprendente ausencia de cualquier fragancia propia.

—Soy una increíble fuente de información y tú no haces más que rechazarme —continuó, intrigado más que ofendido—. Cualquier otro de los míos no se mostraría tan... amistoso. Deberías estar agradecida.

—¿Agradecida? —exclamó, alzando la voz, con los ojos muy abiertos entre el asombro y la indignación. Cuando se compuso sonrió con amargura—. Jamás, yo... —Ariadna se levantó de improviso y cogió su bolso—. No sois de fiar. ¿Has dicho que eras inofensivo, profesor? Entonces, ¿por qué has enviado a otro de tus matones? —Le dio la espalda y susurró, casi hablando para sí misma—. Dejadme en paz... por favor.

Tesh habría disfrutado del temblor que acompañaba a su súplica final. A pesar de sus principios como observador neutral, su instinto cazador en ocasiones gozaba con los pequeños placeres del miedo. Sin embargo, fue incapaz. "¿Otro de mis matones?". Si ella no se lo hubiera dicho, ni se habría percatado de ello hasta abandonar la cafetería. Cerró los ojos y visualizó el pasillo exterior, los bancos de ornamentación antigua, los enormes ventanales de colores y, entre los alumnos, el aroma a cuero viejo, metal y sangre recién derramada, procedente de un familiar incómodo. "Gideon". El miedo quedó sepultado por la ira. "Me ha seguido hasta aquí y me vigila, en mi propio territorio". Peor aún. "Ha vuelto a ahuyentar a mi presa". La mesa de madera crujió bajo sus dedos.

Memorias de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora