Parte 2

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Había pasado un par de semanas desde mi primer encuentro con Lisa y prácticamente babeaba por ella. Lo que alguna vez sólo conocí en teoría ella me estaba llevando a conocerlo en práctica. Esa primera vez que tuvo sus labios sobre mis labios -mi otro par de labios- fue completamente alucinante. Me quedé varias horas en su casa buscando que el rojo de mis mejillas desapareciera por completo. Cosa que era casi imposible por la mirada predadora de la pelirroja sobre mí.

Las clases de piano eran muy amenas, como de costumbre, con la diferencia que, de vez en cuando, ella se sentaba detrás de mí y recorría mi cuerpo buscando quebrar mi fuerza de voluntad. La mujer era la personificación del pecado. En estos días me había dado cuenta que la señora del aseo ya no llegaba.

―¿Por qué la señora ya no está por acá?

―Viene los días que tú no vienes.

―¿Por qué? ―sonrió de lado.

―No creo que se tome bien el que me encuentre con mi cabeza entre tus piernas ―sentí una leve punzada en dicho lugar.

―Ah ―rió.

―Sí, ah.

―¿Crees que te delataría?

―Quizá no, pero no hay necesidad de montar un espectáculo. Debemos ser cuidadosas.

―Suenas a esos que se quieren aprovechar de las niñas ―su mirada cambió de inmediato.

―¿Hemos hecho algo que no quisieras? ―me asustó la forma en la cual me habló.

―No, para nada. Sólo era...

―Una broma ―completó entre dientes.

―Lo siento, no quise ofenderte.

―Creo que la clase terminó ―el ambiente cambió de manera tan drástica que sentía mi pecho oprimirse.

Esa era otra de las cosas que hacían a Lisa tan particular, su humor. Un día era el sol y al otro día era la lluvia. Era tan cambiante que me daba miedo que tuviera múltiples personalidades. Lo que no cambiaba era la forma en la cual me veía. Independientemente si estaba con un palo en el culo, me veía con deseo, con pasión que se notaba a kilómetros de distancia.

Esta vez ni siquiera dije adiós al salir. Quería poner distancia entre ella y yo lo más pronto posible. Llegué a casa empapada en sudor, era un día particularmente cálido. Parecía un día en África o en la India donde el calor era ridículo. Dejé las cosas en mi habitación y me fui directo al baño. Después de una larga ducha regresé a mi cama sólo enrollada en una toalla. Me recosté un rato y segundos después sentí mi teléfono vibrar. Rápidamente lo tomé y abrí el mensaje; "muero por tocarte". Definitivamente la mujer estaba loca.

"Es hora de que te tomes tus pastillas" sonreí y pulsé enviar. Ciertamente me aterrorizaba a momentos, pero era divertido joderle la existencia. No era muy afín a las bromas y me había dejado muy en claro que mi sarcasmo no era de sus cosas favoritas, en absoluto. No tardó mucho en que mi teléfono comenzara a sonar.

―Hola ―contesté aguantando la risa.

Hola, enfermera ―reí.

―¿Quién eres Wakko o Yakko?

Agradece al cielo que no estás aquí o tendrías las nalgas rojas.

―Sabes que el sado lo dejamos fuera de la mesa.

Quisiera que fueras así de audaz cuando te tengo debajo de mí.

―El sarcasmo es un arte que domino, acostarme con mujeres no. Al menos por ahora, quizá con más práctica y otras mujeres.

Mi profe de pianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora