CAPÍTULO XVII

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27 de julio de 1900.

Un nuevo día y mi vida sigue siendo la misma: monótona, aparte de ciertas cosas que me han disgustado mucho y que luego referiré.

Si no fuera por el cariño que me profesa Amelia, me sentiría aislado en esta casa, pues la señora ahora muy raras veces me ve y siempre me demuestra superioridad, como dándome a entender que entre ella y yo hay mucha distancia. La hay, en efecto, eso yo lo comprendo bien, mejor que ella.

Por pura deferencia, según dijo a sus amigas, delante de Niall, que me ha permitido que coma con su sobrina. Ella come con su hijo, y casi siempre con personas allegadas, la mayoría, pertenecientes a la aristocracia del dinero, la canalla dorada que abunda nuestra sociedad; ricos de un día para otro y que nadie se preocupa por saber cómo han hecho capital, puesto que ya lo tienen. Conozco a uno de esos: un chico, un cualquiera, un pobrete, que nada valía porque nada tenía, y que ahora que tiene capital se codea con las personas principales de esta ciudad. Y su valimetno, ¿de dónde proviene? De medios muy "honrosos", el desfalco a la Hacienda Pública; despojó a su pariente y... ¿Y qué hay de todo eso? Pues nada: que unos, por su causa, viven pobres, ignorados, mientras él, con el dinero de otros, pasea su insolencia y su ignorancia por Europa, por donde se le antoja; denigra a los honrados y pone el grito en el cielo cuando sabe que alguno se atreve a dudar de su reconocida honradez... ¡Honradez del dinero, indiscutible honradez...! Eleanor Calder y este hombre que acabo de bosquejas, son íntimos amigos, y con esto está dicho todo.

Repugnancia, asco, desprecio, tal siento, por cuán prostituida y degradada que está nuestra sociedad. Entonces bendigo mi aislamiento que me permite tener muy pocas relaciones, pero todas buenas, de las ideas de mi madre.

La señora de Styles se asombró mucho porque hace tres días vino a visitarme la señora Violet de Roberts, permaneciendo conmigo largo rato, y porque la señora de Jones me mandó sus niños: son estos tres angelitos, bellos, sonrientes y cariñosos: dos niñas y un varoncito: Ayda, la mayor, de diez años; Arthur, de siete, y Juliette de cuatro años. Todos me quieren mucho; mandé a traerles juguetes y dulces para obsequiarles y que estuvieran contentos.

—Hace días que deseamos venir —me dijo Ayda—, pero Juliette ha estado enferma.

—¿Y os acordabais de mí?

—Mucho, muchísimo. Le preguntamos a mi papá por usted y él nos prometió que vendríamos a verlo. En la casa todos se acuerdan de usted, hasta la jardinera cuyo hijo cuidó usted cuando estuvo enfermo; dice que, si no hubieran sido sus cuidados, hubiese muerto. Mi mamá dice que usted ya no nos visita porque vive muy ocupado, pero que cuando no quiera estar en esta casa, lo llevará a la nuestra para nos enseñe todo lo que sabe. ¿Es verdad? ¿Irá a vivir con nosotros, Louis?

—Tal vez.

—Pues, vámonos ya, mis hermanos se comportarán bien con usted.

—¡Sí! —exclamó Arthur, y al que lo toque o lo moleste, lo mato. Tengo un fusil que me regaló el señor Harry y con él a nada le tengo miedo.

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⏰ Última actualización: Feb 05, 2019 ⏰

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La Agonía de los Pétalos || L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora