La fiesta de Jules (H)

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Jules no pudo esperar hasta el fin de semana, cuando yo me iba a visitar a mis padres, para hacer su dichosa fiesta de regaliz, en la cual ni siquiera había regaliz.

El apartamento que compartíamos no era tan pequeño, pero sin duda era demasiado pequeño como para hacer una fiesta con más de cincuenta personas conmigo adentro. Simplemente no podía estar en las fiestas de Jules. En general, no me gustaban las fiestas. Ni siquiera bebía o bailaba.

La fiesta comenzó alrededor de las nueve. Jules me había dicho que si no salía a divertirme, cambiaría la cerradura de la puerta y no dejaría que yo obtuviera una llave. Era absurdo y no pensaba salir a la fiesta por ningún motivo. No contaba con que los jóvenes ebrios de entre dieciocho y veintidós años no entendían el concepto de privacidad. Y tampoco podían leer un maldito cartel en una maldita puerta que dijese NO ENTRAR.

Alrededor de las diez, el sueño había comenzado a obligarme a bostezar, pero no podía pegar un maldito ojo. La música estaba tan fuerte que ni siquiera me dejaba leer, y cuando trataba de escuchar mi propia música con mis auriculares, esta se mezclaba con la de la sala y no podía, simplemente no podía. Tampoco podía ir por un vaso de agua, porque el apartamento estaba infestado de borrachos y yo llevaba unos shorts de piyama muy reveladores con unicornios estampados y una blusa sin mangas a juego.

Así que no tenía nada que hacer. Literalmente, nada. Ni siquiera dormir. Ya me quejaría con Jules después. En ése momento, necesitaba recurrir a una medida desesperada. Lamentaba haber dejado mis píldoras en la casa de mis padres, pero yo había creído que ya no las necesitaría. Qué ilusa.

Ya eran las once y media, cuando por fin los ojos empezaron a cerrárseme. Todo parecía borroso y lejano. Incluso la música ahora sonaba relajante. Yo no peleaba contra el sueño, porque era lo que anhelaba. Al fin estaba quedándome dormida. De pronto, dejé de pensar y sin darme cuenta, yo ya no estaba consciente.

Pero apenas pude conciliar el sueño, la puerta de mi habitación se abrió de golpe y no me quedó de otra más que sentarme rápidamente en mi cama y abrir los ojos a tope. Una figura masculina se cernía sobre el umbral de la puerta de mi habitación. Me tallé los ojos y después de unos segundos, pude ver con claridad.

Joseph.

Yo lo conocía porque a veces venía al apartamento. Y también lo conocía porque Jules no hablaba de otra cosa que no fuera Joseph. Estaba terriblemente enamorada de él, Jules. Tenía entendido que ellos dos tenían más de un año saliendo.

Joseph cerró la puerta detrás de él y se acercó a la cama.

—¡Joseph, qué estás haciendo! ¡Sal de aquí! ¿Acaso no ves que intento dormir? —él me miró y sonrió. La sonrisa de Joseph era impecable y estaba llena de dientes blancos y alineados. Sin duda, uno de sus mejores atributos. Sus ojos, plateados como la luna, también eran hermosos.

—Hola, Zoey bonita —su voz sonaba más profunda de lo normal.

—Joseph, sal de aquí. ¡Estás borracho! —él se acercó a la cama y se detuvo cuando estuvo al pie de ésta. Yo me encogí.

Había comenzado a sentir un nudo en el estómago y sabía que gritar no llevaría a absolutamente nada, dado que la música de la sala me retumbaba en los oídos. Dudo que mi grito pudiera si quiera tratar de igualar aquel ruido tan potente.

—Oh, te equivocas, linda. Nada de alcohol. Ven y huéleme. Puedo probártelo —yo sabía que estaba borracho. ¿Qué estaría haciendo en mi habitación sino?

one shots -españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora