❤C9: Desvaríos del Amor

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Desde que Midoriya era muy pequeño, su madre emprendió la labor de enseñar y marcar en él distintos valores y aptitudes, todos para hacerle un niño educado y de bien. Eran pequeñas cosas y enseñanzas que calaron muy profundo en su interior y que Midoriya sabía jamás iba a olvidar. Ayudar a alguien a levantarse, saludar con una sonrisa, no hablar con la boca llena, mirar a los ojos al hablar o siempre decir la verdad, solo eran unas pocas cosas del total.

Pero la más significativa e importante era una: compartir.

Tal vez, la más difícil que un niño podía aprender. No todos los niños comparten sus juguetes o dulces, al menos, no con todo el mundo.

Y ahí estaba Midoriya marcando la diferencia. Porque aunque su mamá le enseñó a ser un niño amable, humilde y empático, Midoriya podía sentir que aquello nacía en su pecho por si solo, aunque su madre no le hubiera enseñado probablemente sería igual. Por ello, compartir no significaba un gran sacrificio para Midoriya Izuku.

En el jardín de infantes, Midoriya era el niño al que todos recurrían por algún favor, una crayola, una hoja de papel, un lápiz, unas tijeras o un poco de plastilina, Midoriya podía compartir de todo sin sentirse mortificado.

Vale, tal vez si se sintió mortificado cuando vio que sus compañeros no devolvían lo que él prestaba, como la niña rubia que se robó su lápiz de gatito rojo y fingió demencia cuando pregunto por él.

¡Era su lápiz de gatito rojo y él lo adoraba con todo su ser!

Pero bueno, simplemente se resignó al hecho de perderlo y no volver a tenerlo nunca más, todo porque una niña maleducada se lo había robado.

Cuando fue creciendo y tuvo que enfrentarse a la marginación y desprecio por parte de la sociedad, las cosas se pusieron un poco complicadas. Midoriya solo era un chico normal en un mundo de súper humanos, y aquello parecía ser algo imperdonable. Durante ese período de tiempo —que se sintió eterno—, las personas comenzaron a tratarle con inferioridad y exigencia, subestimándole por completo. Ya no existían las palabras "por favor" y "gracias" cuando se dirigían a él, simplemente iban hasta Midoriya, tomaban lo que querían y se marchaban.

Orgullosas deberían estar las madres de esos chicos.

Nótese el sarcasmo.

Entrar a Yuuei fue lejos el paraíso después de una larga y jodida vida. Midoriya sabía que se rompía un hueso o dos a la semana y que estaba rodeado de gente importante y que podían ofrecer mucho más que él, pero aun así estaba feliz, muy feliz. No todo era color de rosa, pero ahora tenía compañeros, tenía iguales que le respetaban y admiraban por sus modales y gran corazón. A parte de considerarle un digno rival, y eso era lo más emocionante. Y tener amigos, vaya, eso era un verdadero sueño hecho realidad. Uraraka hacía un contraste perfecto, la chica hablaba hasta por los codos y desbordaba amabilidad, hablar con ella era fácil y placentero. Iida era el orden y exigencia, él único que podía mantener —o al menos intentar mantener— a raya a tantas personas impulsivas, como Midoriya, ya que muchas veces fue frenado por su amigo antes de cometer una estupidez suicida.

Y también estaba Todoroki. El chico que le llamó indirectamente un bastardo de All Might, aunque eso no le importó cuando se rompió los brazos y perdió el Festival Deportivo por él. Que no se malentienda, Midoriya no se arrepentía ni un poquito de todo lo sucedido, si tuviera que repetirlo, lo haría. Era demasiado emocionante ver que sus palabras habían alcanzado a Todoroki y habían logrado cambiar algo en él, era increíble e inimaginable, pero ocurrió, Todoroki intentaba superar su trágico pasado y avanzar.

A su lado.

O al menos, Midoriya lo sentía de ese modo. De alguna forma parecía que estuvieran avanzando juntos, hombro con hombro, compartiendo batallas, compartiendo entrenamientos, compartiendo la misma mesa para el almuerzo o simplemente, pasando el rato juntos.

• El Idiota de Cupido • [TodoDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora