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El reloj del salón de clases indicaba que su maestra llevaba quince minutos de retraso, y Kurt no podía sentirse más inquieto ante la posibilidad de que los rumores fueran ciertos. Su profesora de matemáticas, la señorita Jackson era una de sus docentes favoritas, por la forma tan sencilla que empleaba al explicar cada ejercicio, haciendo aquella materia una de las que Kurt más le gustaba.

- Te dije que no vendría – le susurró su amiga Rachel, relajándose en su asiento al lado de él – Aquel virus la mandó directo al hospital... Y probablemente hoy no tengamos clases... ¿No es genial? – la chica sonrió divertida, metiendo su cuaderno de regreso a su bolso.

- ¡Rachel! – la riñó el chico - ¿Cómo puedes alegrarte de la desgracia ajena? – negó con la cabeza, reprobatoriamente.

- No estoy feliz porque la señorita Jackson esté enferma... ¡Dios, no! – se escandalizó la muchacha – Sólo celebraba el hecho de no pasarme dos horas haciendo ecuaciones y logaritmos.

Kurt le lanzó una mirada por el rabillo del ojo y guardó silencio. Si no tendrían clases, en cualquier momento vendría alguien a avisarles. Garabateó distraídamente en su cuaderno, dibujando flores y estrellas, cuando escuchó que alguien entraba al salón a la carrera.

Alzó la vista, esperando ver al director, el señor Figgins, o a su secretaria, para informar la ausencia de la maestra; sin embargo, sus ojos quedaron atrapados en la perfecta imagen frente a él. Un joven, y muy apuesto hombre, con anteojos de marco negro y un maletín de cuero en su mano, estaba acomodándose en el escritorio del maestro. Tomó un marcador y con una exquisita caligrafía, escribió "Sr. Anderson" en la blanca pizarra.

- Buenos días, alumnos – comenzó a decir y Kurt sintió que un coro de ángeles estaba resonando por el aula. No sólo se veía perfecto físicamente, sino que se oía como perfección pura también – Disculpen el retraso, pero tuvimos un pequeño inconveniente – Kurt apoyó su cabeza sobre su palma, posando el codo en su pupitre para mantenerla en alto y tener una mejor vista – Como han oído, la señorita Jackson se encuentra en el hospital por tiempo indefinido... Por lo que yo... Seré su maestro, el tiempo que ella tarde en regresar – el chico casi brincó de su asiento para celebrar aquella noticia – Soy el señor Anderson – indicó con su dedo índice la pizarra – Algunos ya me conocen del taller de reforzamiento matemático, del que me hice cargo este año... - El chico entendió entonces por qué no había visto al hombre jamás – Espero que nos llevemos muy bien... Porque, créanme que no querrán tenerme de enemigo – le guiñó un ojo a todo el salón y Kurt creyó que se desmayaría – De acuerdo, vamos a ver la asistencia.

El hombre se sentó frente al escritorio y acomodó unos papeles, antes de comenzar a nombrar a cada uno por su apellido. Kurt Hummel, a sus 17 años, estaba seguro que acababa de experimentar su primer "flechazo" y no podía evitarlo, considerando el monumento de profesor que tenía ante él; cabello negro, ligeramente ondulado, ojos claros con largas pestañas, casi podía asegurar que eran color avellana... Unos hermosos labios, y extrañas cejas pobladas y triangulares. Era algo que jamás el adolescente había visto en su vida. Además de la adorable forma de vestir de su maestro, que le restaba años de encima; camisa a cuadros, corbata de moño, chaleco sin mangas. Sus pantalones mostrando parte de sus tobillos y...

- ¿Hummel? – dijo el hombre, pero Kurt estaba tan absorto analizándolo, que no podía oírle. Rachel a su lado lo miró con curiosidad - ¿Kurt Hummel?

- ¡Kurt! – fue codeado con poca delicadeza por su amiga, despertando de golpe de su ensoñación, ruborizándose furiosamente por ser tan despistado.

- ¡Kurt Hummel! – dijo por última vez el señor Anderson, escrutando el salón con la mirada.

- ¡Aquí! – chilló el muchacho, elevando su voz una octava, causando algunas risitas a su alrededor – Yo... Soy yo – se ganó un ceño fruncido de su maestro, y luego se encogió en su lugar, avergonzado.

Problemas Matemáticos [Klaine]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora