Capítulo 1.

35 5 3
                                    

– "Exacto, desde la supuesta desaparición de David Collins todos los medios de comunicación se han empeñado en averiguar más sobre el caso, y por ello hemos entrevistado a personas de su entorno, ¿verda...?"

Se hizo el silencio de un momento a otro gracias a mi: apagué el televisor. Me tenían cansada con tanto alboroto las veinticuatro horas del día.

– Después de una semana buscando algún rastro de papá, y aparece esto... Es que ya es el colmo –suspiré al mismo tiempo que dejaba caer el control remoto encima de la mesa–.

– ¿Sabes que seguirán, verdad? –intervino mi mejor amigo, Connor, acercándose a mi y colocó su mano en mi espalda–.

– Sí... – apoyé mis manos en mi cabeza cerrando los ojos – Y–Yo... –solté un suspiro ahogado– Estoy súper preocupada, Connor –levanté la cabeza, con los ojos abiertos apuntando a él– ¿Y si resulta que ha muerto? –mis ojos avellana empezaron a nublarse con lágrimas melancólicas– Que hago yo si está muerto... Me moriría después de saberlo... –bajé mi mirada al suelo, esperando que él no me viera más llorar–.

– No pensemos en eso ahora, ¿vale? –hizo varias caricias a mi cabello desarreglado, notablemente desarreglado tras tanto agobio de por medio– Él seguro que se encuentra bien, no pensemos en lo peor, ¿esta bien? –rozó su dedo por mi mejilla para retirar las recientes lágrimas que vio brotar de mis ojos– Ahora, abogada, debes descansar –sacó una contagiosa sonrisa que me la pegó al momento de observarla– Mañana por la tarde seguiremos con la búsqueda, ¿te parece bien? –levanté mi cabeza dejando mi cara al descubierto–.

– ¿Y porque no por la mañana? –pregunté seriamente confundida y desconcertada, no tenía sentido sentido–.

– He quedado con una chica –me respondió mientras se acercaba a mi frente para así seguido, depositar un beso– Pero sea lo que sea que necesites llámame, estaré pendiente del teléfono.

– Ya –asentí desviando mi mirada hacia las escaleras de mi casa, que estaban situadas al frente de la cocina–.

Un montón de pensamientos negativos hacia él aparecieron de repente, aunque decidí dejarlos de lado, no era momento para discutir.

Con mi mirada aun pegada en las escaleras, logré descifrar un brillo que descendía de ellas, llamando mi completa atención.

– ¿M–Morgan? –anunció mi hermano, quien estaba en el principio de las escaleras, restregándose con el puño sus ojos adormilados–.

– Sam... –murmuré al unisono que me levantaba lentamente de mi asiento– Lo hemos despertado... –solté un suspiro mientras me apoyaba en la mesa–.

– No te preocupes, te dejo con él –besó mi mejilla fugazmente– Mañana nos vemos –me sonrió con ánimos, sabiendo que los necesitaba– Adiós –dicho esto cogió sus llaves y se alejó hacia la salida, yéndose de mi casa–.

La puerta se cerraba tras tan poco impulso que le dio Connor, hasta llegar a cerrarse por completo. En esos pocos segundos que tardó en hacer ese acto, mentalmente le agradecía todo lo que hizo por mi, tanto en mi vida anterior como en mi vida actual. Gracias a Dios que lo seguía teniendo.

– ¿Morgan, eres tú? –la voz de Sam irrumpió mis oídos–.

– Sí, Sam, soy yo –asentí a la vez que me acercaba a él, que se adelantó y se aproximó al lado de la puerta de la cocina. Cuando estuve enfrente, me agaché de cuclillas llegando a estar a su altura– ¿Te he despertado? –acaricié su mejilla suavemente a medida que sonreía ante tal dulzura–.

– No, tuve una sueño malo –bajó su mirada lentamente, como si estuviera apenado o triste–.

– Oh, entiendo –mis comisuras se elevaron mucho más que antes, logrando sacar una sonrisa tierna– ¿Y si vamos a tu habitación y me cuentas sobre esa pesadilla? –tomé su mano con delicadeza–.

– Vale –asintió levemente y simultáneamente se giró y empezó a caminar hacia su habitación junto a mi, empezando por las escaleras–.

El diminuto cuerpo de Samuel, el cual llevaba puesto un pijama de dinosaurios, abrió la puerta de su habitación con emoción y con esa emoción aun en sus venas empezó a correr hacia su cama hasta que se lanzó en ella, quedándose en una perfecta compostura.

– Con cuidado, bichito, no te vayas a hacer daño –advertí en cuanto cerraba la puerta, aunque no del todo, solo lo suficiente para que nuestra madre no se despertara por nuestras voces–.

– Es que sino, no es divertido –protestó él haciendo morritos de enojado–.

– Vamos –inicié una risa a causa de lo gracioso que me había sonado– Métete a la cama –me acerqué a la cama, esquivando algunos juguetes que había de por medio, hasta sentarme en ella–.

Ciudad de MáscarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora