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Era el día de entregar nuestros "proyectos". Recuerdo que era el mismo día que nos iban a dar las vacaciones de navidad. Aquella mañana cogí mi bicicleta y me dirigí camino hacia el instituto. En la cesta de la bici iba mi precioso macetero con su respectivo brote; ahí iba MI HIJO. MI DIEZ. 


Pedaleé emocionada. Ya podía oler mi diez. De pronto, mientras atravesaba el secano que separaba mi casa del instituto, visualicé un diminuto objeto brillante. Tuve que frenar en seco y bajarme de la bicicleta. Lo tomé y mis ojos brillaron: Una chapa. Y no una chapa cualquiera. Era una chapa que aún no tenía en mi colección. Mi día no podía ir mejor.

—Te llamarás Manolo —informé al nuevo miembro de la familia. Guardé la chapa en mi bolsillo y seguí mi camino, esta vez sin pausas, hasta la clase de Megan Turner.


Lo que vi al llegar allí fue extrañamente reconfortante. Nadie tenía nada en sus maceteros. Y cuando digo nadie, es nadie.

—¡Line! ¡¿Cómo has hecho para que brote?! —preguntó una chica cuyo nombre desconocía.

—¡Caroline! No me lo puedo creer, ¡a mí no me ha salido nada! —exclamó Javier. De ese sí que me sabía el nombre, porque era uno de mis dieciséis crushes

Me froté la nariz. —Bueno, he leído mucho sobre jardinería, y tal.

No sabía qué decirles. No quería llamarles inútiles, pero es que lo eran. ¿Cómo no habían logrado cultivar una simple plantucha? En fin, es lo que tiene no ponerle amor a lo que haces.


Cuando la profesora llegó, lo primero que hizo fue mirarme, acercarse mucho a mi macetero, inspeccionar el lacito dorado que le había puesto a mi hijo para que fuese más bello y torcer el gesto. En un primer momento no lo entendí. 

—Bueno, veo que eres la única que ha conseguido que su planta germine... 

—Eso parece —respondí satisfecha.

—Bueno. 


La profesora se paseó a lo largo de las mesas, comprobando que efectivamente solo mi semilla había brotado. Finalmente se acercó a su mesa, suspiró y tomó una tiza. 

Con una horrorosa caligrafía —y es que Megan Turner perfectamente podría haber sido médico—, escribió "Todos tenéis un diez menos Caroline Valls".


Claro, yo inicialmente pensé que se había equivocado; que quería decir que todos tenían un cero menos yo. Pero no, por su cara, parecía muy segura. 

—Este proyecto fue, desde el primer momento, una prueba de honestidad. Aquello que yo os di no eran semillas, sino piedras de un tamaño y forma similar —.

Me cago en la puta. Mi cara se desencajó en ese momento.

—En definitiva, era un experimento social —continuó—: Demostrar cómo los alumnos están dispuestos a mentir —me miró cuando dijo eso— solo por una nota alta. En este caso, es obvio que Caroline compró esa planta en una floristería. Por eso, y por su poca honestidad; su calificación será de cero y tendrá que ir a la recuperación de fin de curso.

—¿Pero qué dices? —protesté, incapaz de quedarme callada.

—Line, ese tono —me regañó.

—Que yo he criado la mierda esta sola, a partir de la semilla que me diste; yo no he comprado nada que no sea la turba. ¡Si hasta el macetero es de mi yaya!

—Veo que sigues mintiendo.

—¡No estoy mintiendo! ¡El brote lo he criado yo!

—Es imposible, te di una piedra.

—Pues la habré cuidado tan bien que ha crecido, pero que te digo que esto ha crecido de la cosa que me diste.

—Me bajas ese tono de voz, eso lo primero. Y lo segundo es que no me trago ni tus excusas ni tus rabietas.

—¿Pero cómo no me voy a enfadar? Si me estás llamando mentirosa, en todo caso la mentirosa serás tú.

—Señorita Valls, sal de mi clase ahora mismo. Hablaré con el director y me encargaré de que te expulsen por llamarme mentirosa y dirigirte a mí de esa forma. Ah, y no esperes aprobar mi asignatura ni este año, ni el que viene. Felices vacaciones.


Decidí no responder. Cabreada, me eché la mochila al hombro y cogí mi maceta. Quería estampársela en la cabeza, pero mi hijo no tenía culpa de nada. Me giré, dándole la espalda a todo el mundo. Escuché risitas de fondo antes de cerrar de un portazo.



Aquella tarde, mis padres recibieron una llamada del director. Cuando mi madre colgó, me miró con una cara que dejaba claro que iba a terminar el año sin ver la luz del sol. Ni siquiera me molesté en explicarle lo sucedido. No tenía ganas de hablar con nadie. Bueno, con mis chapas sí. Por eso me encerré con ellas en mi cuarto y les conté la misma historia que ahora te estoy contando a ti.

Con respecto a mi planta, sabía que seguiría creciendo, pero no imaginaba que de esa manera.

Lie ©Where stories live. Discover now