-Eres insoportable. No puede ser que no puedas elegir un maldito vestido.- comentó observando la indecisión de Sofía en cuanto a dos vestidos de gala.- Tu madre está a punto de venir por nosotros.- le dijo acomodando su moño y su camisa blanca.
-Calláte y ayudáme.- lo empujó en la espalda y Christian volteó asombrado.
El Aniversario de la Gala N°68 del Departamento de Industrias Cooperativas Fedder daba su fiesta anual como todos los años en el lujoso y suntuoso hotel Las Preitas. El mismo en el que se habían hospedado la madre de Sofía cuando había consumado su matrimonio con el famoso músico Romero.
-El negro con espalda abierta, es muy sexy.- dijo en tono divertido. Lo tomó y entre las manos lo levantó para verlo mejor.- Sí, definitivamente éste es el indicado. Ahora anda, ponételo.- se lo tiró al rostro y Sofía corrió con prisa al baño.
Luego de esperala veinte minutos, salió del enorme y blanco baño hecha una diosa.
Con un vestido negro de seda que llegaba hasta el suelo, un tirante de un solo brazo y el otro cubierto por un manga que llegaba hasta su mano. Unos zapatos rojos fuego, las uñas pintadas del mismo color que sus zapatos y su mini bolso colgante. Su cabello antes de bañarse era un desastre, y como no quería que su madre organizara la cita de nuevo con el diseñador y estilista de ella que la maquillaba exageradamente, decidió por cuenta propia arreglarse ella sola. Aunque Christian refunfuñase por querer que lo atendiéran con esas máscaras y cremas hidratantes rejuvenecedoras para el rostro. Un maquillaje relajante adornaba su delicado rostro, con un ahumado sobre sus ojos que resaltaban el color miel que la distinguía, y una coleta alta, medio despeinada y con algunos mechones rebeldes sueltos sobre sus mejillas, un labial rojo pasión a juego con sus accesorios y en la abertura del vestido se podía observar su tatuaje sobre la clavícula izquierda, un sol minúsculo hecho simétricamente.
-¡Al fin!.- se levantó Christian de la cama y se acomodó el traje.-¡A la mierda nena, estás que matas bombona! No te ofendas si en la calle te preguntan cuánto cobras la hora.- se acercó a ella y le guiñó un ojo.
-Estúpido.- repuso ella pellizcándole la espalda y empujándolo fuera de la habitación.
-Espera, tu madre todavía no vino.- cerró la puerta de entrada y se dignaba a recostarse sobre el sofá.
-¡Ni se te ocurra, no pienso ir sola a esa condenada fiesta!- exclamó tomándolo del brazo y empujándolo fuera del departamento.-Vamos a esperarla en el vestíbulo.- cerró la puerta tras de sí y se dirigió al ascensor.
-Que crueldad hecha persona.- respondió poniendo los ojos en blanco.
Bajaron hasta el enorme vestíbulo del departamento, y junto a unos sillones color beige que había cerca de la portería, esperaron pacientes a la llegada de Romina, la madre de Sofía.
-Lo único que espero es que haya bastante comida y mujeres. Con eso soy feliz.- comentó Christian mientras que se peinaba observando su rostro en un minúsculo espejo que Sofía tenía en su cartera.
-Hay llega.- dijo observando la calle oscura desde el ventanal del edificio.-Y con toda la caballería.- repuso finalmente desanimada.
Romina Slaikovsky era una mujer de negocios, aristocrática y de mucho lujo sobre ella. Con una familia adinerada, la herencia de sus abuelos al morir se repartió entre ella y su hermano. Santiago, de unos 34 años, surfista y amante de los deportes extremos, era su tío favorito y el que más adoraba Sofía. Desde chiquita le enseñó los grandes placeres de la vida; caminar por la playa a la madrugada, probar las delicias de distintos países, viajar con una camioneta desgastada y con sólo 500 dólares en el bolsillo. Apesar de su riqueza, era muy reacio a presumir lo que poseía adineradamente, muy contrario a su hermana y madre de Sofía.