Capítulo uno.

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Sofía y Christian se habían mudado hacía sólo dos días al nuevo departamento de la avenida Porlbeir. Juntos desde el día en que se conocieron, se asemejaron y se unieron como broche de oro. Eran inseparables y se amaban como el hermano que a ambos les faltaba.

-¿Todavía quedan cajas que traer?- preguntó Sofía cargando en la mano dos cervezas y la caja de empanadas.

-Sí...- se giró Christian para mirarla mientras eludía las cajas esparramadas sobre la sala de estar.- Mmm...faltan los cuadros y los adornos que nos regaló tu madre. Parte de mi ropa y la tuya. Y...creo que nada más nena.- agarró la caja de empanadas cuando ella se lo acercó para que la ayudara.

-Tendríamos que ordenar, ¡Esto es un lío!- exclamó saltando por encima de una caja cerada con cinta, y casi tropieza con la de adelante.

-Tendríamos...- respondió riendo su compañero. En frente del enorme plasma color negro colgado sobre la chimenea, se sentaron uno frente al otro a degustar la estupenda comida que le habían traído de la pizzería del frente. Chocaron ambas cervezas y se divirtieron durante toda la noche con la películas que transcurrían en el canal 25.

-Podrías quedarte y nos acurrucamos...- sugirió la amante al bowling.

-Tengo trabajo. Y ya sabes que no es mi estilo Julia.- respondió con firmeza Stefano, que se colocaba unos pantalones deportivos que utilizaba para dormir y se retiraba de la habitación en silencio, dejándola sola y desnuda sobre la cama de huéspedes.

Tener un revolcón de último momento era inesperado pero a la vez excitante.

Él se encontraba trabajando en la oficina de su departamento, cuando la puerta se abrió y su acompañante nocturna desde hacía meses ingresó con un escotado vestido donde la abertura le llegaba al ombligo. Estaba vestida de gala, por lo que dedujo que había asistido a la ceremonia de los hermanos Pralio.

Se acercó a su mesa, con su cabello oscuro recogido en una coleta alta y muy bien peinada, sus ojos ahumados por un oscuro maquillaje que resaltaban sus azules ojos, y con sus tetas casi al aire y su cuerpo moviéndose con seguridad.

-No me llamaste.- le recriminó ella apoyando ambos brazos sobre su escritorio y arqueando la columna para mostrar más a fondo su escote.

-Deduje que irías a la ceremonia. No quería molestar, además, ¿acaso no viste al entrar que estoy trabajando?.- cerró la pantalla de la notebook y se levantó  para caminar alrededor el escritorio y situarse frente a ella.

Julia seguía apoyada sobre el refinado escritorio.

-Pensé que me extrañabas, así que quise hacerte una visita.- giró su rostro para observarlo más detenidamente. Estaba vestido sólo con un pantalón deportivo. Su cuerpo febril y vigoroso era estupendo bajo aquella difuminada luz que alumbraba solamente el costoso mueble. Sus abdominales se podían apreciar muchísimo mejor y sus cicatrices sobre su pecho proveniente del electroshock del que nunca quiso hablarle se admiraban con mayor detenimiento. Sus verdes ojos casi esmeralda la fulminaron cuando se percató qué parte del cuepo estaba ella admirando.

-Deja de mirarme. Ahora andate, no quiero verte. Tengo trabajo.- la agarró del brazo y la echó de su oficina. Si había algo que lo cabreaba con énfasis era que alguien lo observara de esa manera, con lástima. ¡Cómo si la necesitara!

-¡Espera!- trató de zafarse de su mano, pero era imposible, ese hombre era muchísimo más fuerte en todos los sentidos.- ¡Bien, sólo quiero un polvo!- gritó para tranquilizarlo y llevarlo a la acción lo antes posible para que se le pasara el enfado.

Bestias del pasado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora