Podría decirse que la cena transcurrió normal luego de hablar con Julia, pero eso sería mentir. Fue tan incomodo como el día anterior. Con mi abuela contestando llamadas y siendo la única capaz de salvarse, con mi madre y el señor Hazard dándose miraditas incómodas para Julia y para mí. Yo la miraba y ella ponía sus ojos en blanco. Tenía ganas de reír de su expresión... era bonita haciendo eso.
¡Por Dios, Charlie!
Negué con mi cabeza varias veces tratando de despertar.
El celular de Julia comenzó a sonar. La melodía de This Is War de 30 Seconds to Mars inundó el comedor. La miré con una sonrisa en la cara. Esa era mi banda favorita y me alegró saber que entre tantas diferencias, ella y yo compartíamos algo.
El señor Hazard la miró con desaprobación.
—Julie ¿Cuántas veces te he dicho que nada de llamadas a la hora de comer? —el señor Hazard era estricto, pero no de un modo autoritario. Estricto como un padre debería serlo.
¡Y la llamó Julie! Qué bonito, sí le queda... a pesar de que Julia me gusta bastante.
—Lo siento, papi —ella se disculpó esbozando una sonrisa de pequeña arrepentida.
¡Papi! ¿Quién lo diría? Julia es una nena de papá.
—¿Puedo contestar? Es Ivy.
—Seguro, contesta cariño —ella saltó fuera del comedor tratando de no parecer ansiosa.
Sabía que estaba ansiosa y dudaba que fuera solo por Ivy. Pero me limité a encogerme de hombros. No eran mi problema sus llamadas personales... aunque tal vez tuviera que ver con la investigación... eso si me interesaría. Lo averiguaría luego.
Ayudé a mamá a lavar los platos mientras el señor Hazard guardaba los manteles y la vajilla. Me escurrí rápidamente a mi habitación cuando mamá le ofreció al señor Hazard ver una película en la sala. Estoy feliz porque mamá ha podido encontrar a un hombre que lleve su juego correctamente. Conozco su tipo: sumisos. Y el señor Hazard se veía exactamente como lo que mamá había estado buscando todo este tiempo... y no me malinterpreten, es genial... pero ellos alrededor con su aura de coqueteo me tienen un poco enfermo.
—Cachorrito —canturreó mamá al asomar su cabellera pelirroja por la puerta entreabierta de mi cuarto.
—Madre... —contesté mientras terminaba mi tarea de matemáticas con arduo esfuerzo, estaba dando vueltas en mi silla para seguir pensando—. Si sigues llamándome cachorrito se me van a caer los tres vellos del pecho, mamá —le comenté.
Ella rió y dio un paso dentro de la habitación. Cerré el cuaderno y lo eché en la pila de tarea ya hecha sobre mi escritorio.
—Solo venía a hablar contigo, creo que no hemos hablado mucho luego de la repentina llegada de los Hazard.
—Sí —suspiré—. No me lo esperaba.
—Lo sé, ¿No estás molesto?
—¿Por qué metiste a tu novio en casa? No... —bufé—. Tal vez debiste avisarme, un mensaje de texto tal vez, pero por lo demás estoy tranquilo... —me crucé de brazos deteniendo mi silla frente a ella.
Se sentó en la cama, donde había estado Julia horas antes.
—Aunque, si van a hacerlo aquí, procura que esté fuera de casa, llamarme luego de que pase para verificar que el ambiente vuelva a ser seguro.
La almohada que mi madre me lanzó impactó directo en mi cara. La atrapé antes de cayera al suelo y la dejé en mi regazo. Ella entornó los ojos hacia mí y negó con su cabeza, fulminándome completamente con la mandíbula apretada. Mi madre era una versión más voluminosa de mi abuela; con el cabello rojizo, la piel blanca y cremosa, nariz pequeña y sonrisa dulce. Mi madre era por mucho mi mejor amiga, aparte de la abuela y de Poppy que siempre estaba ahí.
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Mejor que la ficción.
Ficção AdolescenteCharlie Prescott tiene diecisiete años y una capacidad de redacción maravillosa; escribe en anonimato para el periódico escolar bajo el seudónimo de «Ghost Writer», dulces relatos románticos, graciosos, a veces reflexivos y hasta dramáticos, que na...
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