Despierto. Juraría que escuché a alguien decirme que reaccionara, pero no puede ser. Escucho a alguien decirme que me levante, que lo escuche, que no caiga, que me quede. Me tapo los oídos, pero siguen ahí. ¿Por qué no se van? ¿Por qué no se callan? ¿Por qué siguen hablándome? ¡Que se callen! ¡Que se callen! Empiezo a desesperarme, muevo la cabeza lado a lado, tratando de quitarme la sensación. No se va. ¿POR QUÉ NO SE VA? Cierro los ojos. En el cuarto sólo hay dos personas. Sólo dos personas. Sólo dos...
«¡Cállense!» Grito. «Salgan de mi cabeza, por...», digo, sollozando. «favor...»
Pero las voces no cesan. Siguen gritando que escuche, que me concentre, que los vea, pero no hay nadie frente a mí. Empiezo a frustrarme, empiezo a hiperventilarme. De repente, me quedo en nada. No escucho nada. No me muevo, y, de repente, veo todo. Un hombre tratando de despertarme, una habitación blanca, un chico de ojos marrones en la misma forma en la que yo estoy, y, de repente, todo vuelve a ser blanco. Todo empieza a verse como antes. Pero, al llegar la imagen correcta, llegan las voces que no cesan.
«¡Váyanse!» Grita alguien, y sé que es él. Sé que es Isaac.
Empiezo a llorar, aunque no sé porqué. Me abrazo a mí misma, recostándome en la cama. Isaac tiene el cabello desordenado, y observo que su cabello es negro. Me quedo mirando su cabello hasta que mi respiración se normaliza. Después sólo veo a la ventana.
«No grité en la noche», dice Isaac.
«¿Qué?» Pregunto, aún sin mirarlo. Frunzo el ceño.
«Eso, que no grité en la noche. Al menos, no que yo sepa.»
«No soy esquizofrénica», le digo.
«Me fijé en eso», me responde.
Sólo asiento.
.
Miro mi comida, y me pregunto si es locura. Si es sólo un problema de psicosis, o si incluye neurosis, o qué es lo que tengo. No es esquizofrenia. No me pasan cosas como Isaac. Él sabe que soy real, y escucha personas que no están. Yo no sé qué soy. No sé qué me pasa.
Anastasia me trajo un libro, e Isaac quiere leerlo conmigo. Nunca ha leído un libro tan grueso como este, cosa que, en lo personal, me sorprende. Me sorprende mucho. Él dice que siempre escucha cosas raras, y que no confía en la gente. Pero dice que en mí sí. Porque yo grito mucho. Debo aceptar que, cuando lo dijo, me pareció muy raro. Pero también me pareció lindo. Me pareció lindo, porque era la primera vez que alguien no me decía que soy una loca. Él me dijo: «Oh, ¿sabes que me agradas porque gritas mucho? Gritas demasiado, eso te hace confiable. Yo también grito demasiado. Y también hablas muy bajo. Y eres muy vulnerable. Y te ves adorable estando vulnerable. Eres adorable.»
Decidí que Isaac me agrada mucho.
.
Miro a todos lados. Es la primera vez que me dejan salir al patio del hospital en tantos años. Trato de recordar a mis padres, pero ellos dejaron de venir hace tres años, cuando tenía dieciséis. A veces el tiempo pasa rápido porque haces cosas que te gustan. Aquí nada es así, pero el ver el parque me parece hermoso. Isaac, que sí ha venido varias veces, me muestra las distintas flores que reconoce, de cuando era pequeño. No puedo evitar sentir que estoy en una nube, como si esto no fuera real; pero me digo a mí misma que los doctores de equivocan, que no soy esquizofrénica. Y voy a probarlo. En serio lo haré. Cierro los ojos, sintiendo el olor de las flores, hasta que siento un olor familiar. De unas en especial. Orquídeas. Abro los ojos, y las busco con la mirada. Ahí están, justo frente a mí, orquídeas rosadas. Y trato de recordar porque las reconocí.
«Orquídeas rosadas», dice un muy sonriente Isaac. Y entonces, recuerdo porqué se me hacen tan cercanas.
«Mis padres», digo, frunciendo el ceño, «tenían unas orquídeas en unos potes. Siempre que iba a la terraza, veía las orquídeas y me acercaba a verlas. No recuerdo cuándo dejé de ir a admirarlas.»
Él se queda callado por un rato muy pequeño, y luego se dirige a mí: «¿Hace cuánto que estás aquí, Isabella?»
«Desde los trece años. Bien puedo recordar que antes venía. Como desde los once, tal vez un poco antes; pero, en verdad, me internaron a los trece. Mis padres dejaron de venir a verme a mediados de mis dieciséis años; pero siempre me mandaban cosas sencillas. Hasta hace un año. Cuando cumplí dieciocho. Dejaron de comunicarse conmigo.»
No dijo nada. No dice nada. No dirá nada. Sólo me mira, y sonríe. Asiente, y luego frunce el ceño. Mira hacia el frente, mirando las orquídeas, y me hala hacia atrás. Me lleva a los columpios que, supongo, son para los niños, aunque aquí no hay niños. Sólo hay adolescentes y adultos. Entonces veo que me lleva al columpio del medio, y me pide que me siente. Así que lo hago. Y, cuando voy a columpiarme, Isaac empieza a llevarme hacia al frente; así que dejo que él intente hacerlo. Pero pronto deja de hacerlo, y se sienta en el columpio que queda al lado del que estoy usando, y empiezo a columpiarme; él me imita.
«Recuerdo cuando era pequeña, tenía tal vez cinco años, y mis padres me llevaban al parque que quedaba a dos calles de mi casa. El único lugar al que iba, era a los columpios. Porque podía sentir que volaba, como toda niña de cinco años que se respetara. Pero cuando era más grande, tal vez tenía diez años, siempre iba al parque por mi cuenta, ya que mis padres trabajaban todo el día, todos los días. Y siempre iba a los columpios. Aún me gustan los columpios.»
«Es que los columpios son sensualones.»
Yo sonrío.
.
En la hora de cenar, siempre ceno sola. Pero hoy estoy cenando en el comedor principal. Con gente. Pero me senté al lado de Isaac. No se quienes son los demás, y ellos me dan miedo. Se supone que deberíamos llevarnos bien, pero en ellos no confío. Sólo confío en Anastasia. Y, ahora, también en Isaac. Cuando terminamos de comer, que es aproximadamente a los veinte minutos de haber empezado, me levanto e Isaac hace lo mismo. Dejo la bandeja sobre el mueble, y me dirijo a nuestra habitación. Esperando que me deje, y se vaya a otro lado, lo encuentro caminando conmigo. Cuando llegamos al cuarto, me voy a cepillar los dientes. Sólo tengo que salir, y veo a Isaac entrando al baño. Me siento en la cama, y observo una esquina del cuarto. De repente, me erizo. Hay una cámara en la esquina del cuarto. Veo a la otra esquina, y me encuentro con otra cámara. Me recuesto a la cama, y me encuentro con otras dos cámaras, en el otro lado. ¿Cómo es que nunca las he visto? Miro mi lámpara de noche, y le veo un desperfecto. Tiene un micrófono en el foco mismo. Ahí está, están espiando las conversaciones que tenemos. O, al menos, las nuestras. Siento un escalofrío en la espina dorsal, y tomó un respiro que toma cinco segundos. Veo a Isaac salir del baño, y me sorprende lo que hace: mira de reojo a las cámaras, se pone de lado a la lámpara, mirándome de frente. De inmediato, toma el micrófono con la mano izquierda, y lo quita. Entonces me dice:
«Dudo que quieran hacerlo de nuevo.»
Pero ambos sabemos que tratarán de hacerlo cuantas veces sea necesario, así que miro hacia arriba, y a los segundos siento que la cama de hunde un poco. Luego siento que me abrazan, pero yo ya he cerrado los ojos.
«Todo va a cambiar desde ahora», escucho a Idaac decir.
«Lo dudo», susurro.
Ante toda respuesta, me giro y lo abrazo; tratando de asegurarme de que es real.
.
En medio de la noche pienso, y sólo sé me acerca un pensamiento a la mente. Después de todo, la esquizofrenia no es lo que parece. O, tal vez, esquizofrenia no es la palabra que me describe a mí.

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Esquizofrenia
General FictionEsquizofrenia. Grupo de enfermedades mentales correspondientes a la antigua demencia precoz, que se declaran hacia la pubertad y se caracterizan por una disociación específica de las funciones psíquicas, que conduce, en los casos graves, a una demen...