Pecaminoso

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Cuando Manuel entra al cuarto enano de universidad—casi un closet—y ve a un sujeto comiendo un gordo sandwich de chicharrón sobre la litera superior, se dice que hizo bien en esperar absolutamente lo peor de esa experiencia. Tan pronto como su compañero de cuarto lo ve, se baja de su cama con un brinco que remece el piso. Mira a Manuel de pies a cabeza antes de torcer una sonrisa de lado y ofrecerle su mano.

-Hipster, ¿no?

Las cosas van en bajada desde esa presentación. A Manuel le gusta estar en el cuarto; leer, ver series en Netflix y fumar en el marco de la ventana. A Miguel le gusta entrar y salir del cuarto; traer comida chatarra, a sus amigos, al insoportable de su hermano, y tocar música espantosa en los parlantes a todo volumen. A Miguel también le gusta pasearse por el cuarto en ropa interior. Es tan exhibicionista que ni siquiera le molesta que lo vean en pelotas después de bañarse.

(Manuel ya se ha topado con esa escena varias veces al volver de clases.)

Y canta, canta en la ducha. Quizás no tan mal, si Manuel es sincero. Pero es molesto de todos modos, porque cada tanto se descubre tarareando las ridículas cancioncillas del peruano o silbando bajito en sus pocos momentos de soledad.

Y, sin embargo, más molesto que la ropa interior desperdigada en el piso, más molesto que el juego de bajar los pantalones por sorpresa que tenía con el insoportable rubio, más molesto que las miradas que le dirigía desde el otro extremo del minúsculo cuarto de universidad, era el pecaminoso cosquilleo que le dejaba en la parte baja del abdomen. Ese que interrumpía sus estudios cuando por fin se quedaba solo, porque hasta eso tenía que joder Miguel.

PeChis Sin HogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora