Todo tiempo pasado, fue tiempo pasado

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(A/N: Again, ya se que esto no es un drabble eve pero espero que les guste. Es un old people AU. Marcos y Blanca son OCs hijos del PeChi. Puede que lo edite en el futuro, asi que no duden en dejar comentarios.)

A veces, cuando se despierta, se olvida que duermen en camas separadas. Es temporal, porque no llevan mucho tiempo en ese asilo, y la habitación que se suponía que era suya—una donde si había una cama matrimonial—esta siendo remodelada. Los ronquidos de Miguel siempre se oyen como si estuviera a apenas un centímetro de su oreja; la vejez los había hecho más potentes, así que ni la sordera parcial que tenía en un oído era suficiente para ocultarlos.

Además, el reloj sobre la mesita de noche hace un sonido muy similar a un reloj que solían tener en su viejo apartamento, con pequeños tics y tacs que llegan con largas pausas de por medio. Todo esto, no hace más que colaborar a que, al despertar por la mañana, este a solo un minuto de caer de la cama.

Porque ese cuarto definitivamente no es la habitación de la casa donde había vivido tantos años. La casa donde habían criado a sus hijos. ¿Cómo la iba a confundir?

Miguel sigue siendo el mismo viejo gordito de siempre. Se ríe entre sueños, y se despierta temprano con hambre, como siempre. Necesita que la enfermera lo ayude a bajar de la cama y a pasarse a la silla de ruedas. Sigue haciendo malos chistes, celándolo por tonterías y haciendo berrinches cuando alguno de sus hijos no llama.

Manuel puede pasarse solo a la silla de ruedas. Solía usar bastón, pero últimamente le costaba mucho mantenerlo derecho y su familia no lo dejó en paz hasta que decidió cambiarlo por la silla.

Desayunan juntos en la pequeña y amena cafetería, con música suave y vieja de fondo. A veces pasan canciones de su época, y a veces otras que Miguel dice que su abuelo solía tararear. Miguel siempre ha preferido el emoliente al té, porque "sabe menos como agua cochina". De cualquier modo, el emoliente que sirven en la cafetería no es de su agrado y no deja que un día pase sin comentarle a los encargados que hay algo mal con como cocinan. Manuel rueda los ojos, le dice que los deje tranquilos, que si tanto le molesta podría meterse de cocinero.

Miguel susurra que es un idiota, le cuenta a un encargado que antes de conocerlo, solo comía caldos y paltas preparadas en todas las maneras que uno puede imaginarse. Manuel señala que su esposo sufre de demencia senil. Miguel bufa y dice que el que tiene demencia senil, es él.

Por las tardes, la gente se dedica a llenar el tiempo con las actividades que ofrece el asilo. Miguel desaparece dentro de la sala donde hacen galletas, bizcochos y brownies. Manuel se queda en la sala principal, donde algunos ven TV, otros juegan cartas y otros pocos leen. Manuel trata de leer. Es difícil con todo el ruido que hacen los que ven la telenovela de la tarde. Por lo menos sirve para recordarle que el tiempo aún pasa, se dice al voltear otra página.

Sus hijos llaman a eso de las seis de la tarde. A veces son llamadas largas, y otras veces son solo llamadas cortas para confirmar que siguen con vida. Miguel suspira con alivio y, cuando por fin cuelga, lo llena de "¿te acuerdas...?" o "me acuerdo que". Manuel lo corrige cuando empieza con sus episodios de fantasía. Que los niños nunca fueron los mejores de su clase, y que se acuerde bien porque los citaban en el colegio cada tanto. Marcos no dejó a su primera novia por fea, su novia lo dejó a él porque atravesaba una de esas fases raras y estaba insoportable. La última vez que vacacionaron en familia fue en Viña, no en Zorritos. ¿Es que acaso pensaba que las playas estaban así de limpias de milagro?

Miguel bufa, y se cruza de brazos. Le reclama que lo deje recordar su vida en paz, que no le hace daño a nadie. Manuel ríe, porque en secreto encuentra divertido que Miguel sea así de dramático y que todo se vea más rosa en su cabeza. De hecho, es raro como su esposo parece haber filtrado sus memorias. Es una suerte. Manuel recuerda el sonido de voces, conversaciones ya muy lejanas. Le parece muy raro, así que nunca se lo comenta a nadie.

Pero, en serio ¿Por qué se le venían a la mente conversaciones que, en su momento, le habían sido tan insignificantes? Su cerebro le grita que quizás, es porque ahí se escondían las claves que le hubiesen evitado a prevenir muchas tragedias. Quizás era eso. Calla la vocecita odiosa con un sorbo rápido del pisco que le trajo Blanca la última vez que fue a visitarlos.

La botella tiene la forma de una virgen María; Manuel encontró ingenioso venderle el cuento de que la bendijo el mismo Papa a su esposo. Así se aseguraba que Miguel no fuera a descubrir el secreto por pura curiosidad, y la virgen se queda en su rinconcito en la vitrina de su cuarto.

A las ocho viene la enfermera a darles sus medicinas para la noche. Miguel siempre se queja de que las pastillas que le dan saben a mierda, y Manuel señala lo conchudo de que haya pasado su vida entera acusándolo de ser el de la boca sucia. Miguel lo maldice entre dientes, recibiendo el vaso de agua que la joven enfermera le alcanza y dejando que esta lo ayude a pasarse a su cama después. Manuel ya se encuentra acomodado en su propia cama cuando esta por fin se marcha.

Prende la lamparilla de la mesa de noche, porque algunas cosas simplemente nunca cambian, y se pone los anteojos para leer hasta que le de sueño. Miguel se remueve hasta que encuentra una posición más o menos cómoda. Se queja en voz alta de que le duele la espalda y Manuel le responde que esas son las consecuencias de no tomar la medicina cuando el doctor se la prescribió. Miguel deja salir un "humph" y le da la espalda. Después de un buen rato, parece que se ha quedado dormido. Pero entonces empieza a hacer ese sonido.

Ese sonido que hace, que es casi como un lamento o un lloriqueo, mezclado con suspiro.

Manuel sabe lo que se avecina.

Miguel se voltea a verlo, la ansiedad en sus ojos perfectamente desde la cama de Manuel. Le devuelve la mirada, dejando que su libro caiga sobre su regazo. Miguel le pregunta si cree que hicieron las cosas bien. Le dice que no solo se refiere a lo de ser padres. Le pregunta si las cosas que hicieron fueron lo que tenían que hacer, o si realmente tomaron las decisiones correctas. ¿Será que había otro camino en el que menos gente terminaba lastimada, en el que todos sufrían menos, y sus amigos no...? Manuel lo interrumpe antes de que pueda terminar ese pensamiento.

Le pregunta si ha estado pensando mucho en eso últimamente. Que sabe que no le hace bien. Miguel miente—visiblemente—diciendo que solamente esta preocupado y ya. Que igual ya se ha olvidado de muchas cosas, que realmente ya no piensa en eso. Manuel deja su cama para sentarse al lado de Miguel. Le remueve el pelo, le pica una mejilla y lo llama cerdito mentiroso. A Miguel parece no molestarle. En cambio, parece calmarse un poco.

Manuel le susurra que no tiene sentido atormentarse. Que lo pasado, ya paso. Y tienen el buen final: la casa, la familia y la vejez compartida. Tuvieron todo lo que siempre quisieron tener. Eso es lo que importa, ¿verdad?

Miguel susurra que supone que tiene razón. Algo de razón debe de tener, porque decirlo en voz alta hace que Manuel este aún más seguro al respecto. Las cosas pequeñas del pasado son cosas pequeñas y ya. Y las cosas grandes las lidiaron lo mejor posible. Miguel asiente, se acomoda de nuevo, dándole espacio para que se eche a su lado, y lo abraza. Manuel lo abraza también, y los dos se quedan ahí. En esa habitación extraña, entre el sonido del tic tac familiar y la calidez del cuerpo del otro. Y el pasado se queda donde debe estar.

PeChis Sin HogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora