Capítulo 6 - Conocemos a las mascotas

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La ardilla que salvé empezó a vivir conmigo tal y como si fuera un animal doméstico. Como a mi madre no le gustaban los animales, no tuve más remedio que esconderla. Cada día que pasaba me resultaba más familiar, además de parecerme más mona. Tenía ciertas similitudes con el conejito y el perro de la otra vez, y tal vez, incluso, con la gata que vio Ichigo por la ventana del autobús.

Una mañana de finales de mayo, mi madre me obligó a limpiar toda la casa. Me encontraba limpiando el polvo de su habitación, cuando mi nueva mascota entró en el cuarto.

-         ¡Sal de aquí! Te van a pillar – dije susurrando.

El animal me miró extrañado. Después, se subió a una estantería y se quedó quieto por un momento. Me pareció que estaba buscando algo. Seguidamente, bajó de la estantería y se movió ágilmente hasta el armario. Raspó la puerta frenéticamente.

-         ¿Quieres que la abra? –pregunté.

La ardilla me miró, asintió con la cabeza (como si me hubiese entendido) y siguió arañando la puerta. La abrí sin rodeos. Al instante, el animal entró en el armario y salió con una caja en la boca, bueno arrastrándola.

-         ¿Qué llevas ahí, pequeña? – le cogí la caja con cuidado.

Era bastante grande y pesaba mucho, además de que estaba llena de polvo. Al principio pensé que tal vez, si la abría, me caería una maldición o algo por el estilo (como en las películas). Al final, cedí.

No pasó nada. Ni salieron demonios malvados, ni pareció caerme una maldición. Dentro había muchas fotos y cartas. Cogí algunas y las observé.

-         ¿Esa soy yo? – me sobresalté-. Y esa, creo que es mi abuela.

¿Cómo podían estar aquellas fotos allí? ¿No se suponía que las únicas fotos que quedaban de mi abuela se habían quemado en un incendio de mi casa anterior? ¿Por qué mi madre las escondería? Como si no quisiese que yo las viese.

Seguí echando un vistazo a muchas de ellas. En la mayoría, aparecía mi madre de joven con mi abuela, en lo que podría haber sido un descampado, con otras muchas chicas de la edad de mi madre, más o menos. En otras, estaba yo de bebé en brazos de mi abuela. Casi me eché a llorar de tantos recuerdos.

Había un libro. Lo abrí y leí: “Diario de Minami Maeda, no leer”. Pero me podía la curiosidad, y decidí guardármelo para mí. Ya tenía algo nuevo que leer.

Estaba cogiendo algunas fotos más cuando, de entre ellas, cayó algo. Un collar con una piedra preciosa. Lo miré bien. ¡Era el collar que llevaba desde los cuatro años buscando! Se suponía que lo había perdido cuando cumplí los cuatro, o al menos eso es lo que me había dicho mi madre. ¿De verdad había sido capaz de ocultarme todo aquello más de diez años?

La ardilla me hizo un gesto colocando sus manos alrededor de su cuello. Quise pensar que decía que me pusiera el collar y me lo guardara. Y desde luego, eso hice. Lo metí debajo de mi camiseta, para evitar que se viera.

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