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Sus metas siempre habían sido concisas y claras, incluso cuando parecía que su racha de malas decisiones desde sus dieciséis hasta sus dieciocho impedirían que la chica centre su vida, ella siempre tuvo presente quién deseaba ser una vez creciera.
Al contrario que sus mejores amigos, siempre tuvo presente que el estilo de vida que mantuvo durante años no iba a durar demasiado. Existían obligaciones que no podía esquivar, y su padre tampoco dejó que lo olvide, dejándole en claro que un día, ella se convertiría en la cabeza de su compañía y por ende, iba a tener que poner empeño en ello. Era un legado, uno importante y lo que menos deseaba era manchar la pulcra imagen de su familia, su apellido y el imperio creado.
Sin dudas, fue un recorrido interesante hasta ese punto. Porque mientras tanto, disfrutó de la vida sin preocupaciones, ella sabía que su futuro estaba asegurado y que, aún debiendo asistir a una Universidad para conseguir un título, nada malo sucedería si decidía retrasarlo un poco. No se privó de nada, cada noche salía a fiestas y clubes con el dúo dinámico: Thomas Merlyn y Oliver Queen, a quiénes conocía desde que estaban en pañales. Padres que eran mejores amigos, domingos de barbacoas y viajes por el mundo los tres. Sus padres nunca les negaron nada, ni exigieron demasiado tampoco.
Las noticieros se llenaban las bocas hablando sobre ellos, qué hacían, hacia dónde iban, comentaban sobre cuáles marcas lujosas utilizaban y cuántos autos exclusivos estaban dentro de sus garajes. Para Starling City, eran tres críos de hijos billonarios que desconocían de lo que sucede en la realidad que los ampara y que tanto cuesta. Mientras ellos vivían en las nubes del paraíso, el resto de la ciudad se hundía en la miseria.
Todos creían que era ciega, una ignorante. Pero Andy siempre vio lo que sucedía, porque escuchaba atentamente a su madre y siempre prestaba atención a las quejas que soltaban sus empleados.
Fingir ante una cámara que no era mucho más que un rostro y cuerpo bonito era fácil, algo que podría hacer sin esforzarse en lo mínimo. Suponía que su imagen no le importaba demasiado. Pero cuando los flashes cesaban y solo la rodeaba la soledad de su habitación, se preguntaba cuáles acciones podrían mejorar esas situaciones que perturbaban su ciudad.
─¿Papá?
El hombre se encontraba vestido con un traje impecable mientras observaba su teléfono con su ceño fruncido, alzó la cabeza al oír la voz de la única hija que tenía, Andrea se acercó hacia él y lo abrazó.
─No sabía que ya habías regresado ─musitó, el hombre la apretó contra su pecho y besó su cabeza.
─No quería despertarte, aún es temprano ─le dijo, una vez se separaron─. ¿Tienes clases hoy?
─Sí. Tengo dos clases a la mañana y una por la tarde ─dijo ella, sonriéndole─. ¿Cómo te ha ido con las negociaciones? Mamá dice que es un proyecto grande.
─Lo es y ha ido mejor de lo que planeaba ─musitó─, pero no te preocupes por ello, ¿está bien? Todo resultará como lo planeamos. Pronto sabrás todo.
─Bien... ¿Has visto las noticias sobre los Glades?
Algo en la mirada de su padre logró sorprenderla, quizá fuera porque sintió que le importaba poco -casi nada- sobre lo que sucediera en ese lado de la ciudad, era una parte marginada por la que nadie caminaba y todos fingían que no existía. Aún haciendo vista gorda, nadie podía negar la verdad. Había gente muriéndose por falta de comida, trabajos y por las condiciones desagradables en las que se hallaban.
─He oído lo que sucede por la radio. ¿Te preocupa eso, Andy?
─Bastante ─musitó─, hay niños allí. ¿A quién no le preocuparía lo que suceda con ellos?
─Tienes toda la razón, cariño.
─¿No hay nada que se pueda hacer? ─preguntó, esperanzada de que su padre se apiade de ellos.
─Tal vez ─musitó él─, quizá podamos enviar camiones de comida y suplementos necesarios. ¿Qué dices?
─¡Sí! Te ayudaré en lo que necesites ─aseguró, sonriéndole.
Su padre le sonrió, asintiendo ante aquello y le aseguró que tendría todo listo para esa misma tarde, una vez ella abandone su última clase. Tomó su celular para marcar rápidamente el número de Oliver, enviándole un mensaje: "A las 15hs iremos hacia los Glades, usa ropa cómoda y simple", reenvió el mensaje hacia Tommy, quién pese a no estar de acuerdo, le dijo que se hallaría ahí puntual.
Aunque ambos sabían que puntual nunca fue.
Oliver y Thomas podrían ser muchas cosas, pero cuando se trataba de la única amiga que tenían, eran capaces de romper con sus propias comodidades con tal de complacer sus deseos.
Cuando la hora llegó, Andy estaba en los Glades interactuando con niños que corrieron a ella con sólo verla, completamente intrigados de cómo una muchacha que no parecía pertenecer ahí, andaba por esas calles. Cuatro camiones con el Logo de la compañía de la empresa de su padre se habían estacionado detrás de ella, con mujeres sonrientes que saludaban a todos, y pronto, Oliver y Tommy se unieron al llegar en un sólo auto.
─¡Por fin! ─exclamó ella, al verlos.
─¿Por qué razón estamos aquí, Andy? ─preguntó Tommy, viendo con cierta desconfianza su alrededor.
─Porque hay gente muriéndose de hambre aquí, Tommy ─musitó ella─, y vamos a repartir comida y suplementos médicos para esta gente que no puede adquirirlos por falta de dinero.
─¿Y por qué no trabajan? ─preguntó, mientras recibía una caja de comida en sus manos.
─Porque no les dan oportunidades ─musitó Andy─, ahora cállate y ve dándole las bolsas de comida a cada niño que veas. Que no falte ni uno solo.
─Sí, jefa ─musitó Tommy, alejándose. Oliver sonrió viéndola.
─¿Tratas de que no te llamen "niña caprichosa y malcriada" en las noticias? ─le preguntó, divertido. Ella rodó sus ojos dándole una caja de suplementos médicos.
─Trato de hacer algo que nuestro Alcalde no hace ─musitó ella─, ayudar. Lleva esos medicamentos a los números que están marcados allí. ¿Bien?
─Eres asombrosa ─musitó él, ella rió.
─Lo sé.
La vida se veía mucho más sencilla cuando desconocían por completo la verdad que ocultan sus familias, su ciudad y el mundo entero. Cuando Andrea intentaba salvar el mundo cómo podía, lejos de la sangre con la que a diario se bañaba, las cabezas que pisoteaba y la mirada oscura que alguna vez resplandecía una luz esperanzadora por una ciudad mucho más limpia, segura y estable. Esa Andrea había fallecido el día en que reportaron a Oliver Queen muerto y debió ver cómo enterraban un ataúd vacío, llevándola a caer en el abismo.