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LA NOCHE LLEGÓ A ASGARD DEJANDO AL DESCUBIERTOUN CIELO despejado y cubierto de estrellas. Sin embargo la perdida se sentía en el aire trayendo consigo un sentimiento de amargura y desolación. Frigga había fallecido y su funeral se estaba llevando a cabo. Astrilde tomó la mano de Thor a su lado y entrelazó sus dedos con los suyos. El Dios lo permitió pero ninguno giró su rostro para ver al otro. Al igual que todos los residentes de Asgard, sus miradas se encontraban en la diminuta figura de Frigga, la cual se alejaba mar adentro sobre una barca de madera. Uno de los guardias le disparó una flecha, incendiándola y esa la siguieron muchas otras. De pronto el mar se encontró repleto de barcazas incendiadas. Verlo resultaba trágico y maravilloso.
La barca en la que se encontraba Frigga llegó a un precipicio donde se encontraba una cascada y Odin golpeó el suelo con su bastón. El alma de la diosa se elevó y la barcaza desapareció de sus vistas. Las personas soltaron unas esferas blancas que iluminaron aún más el cielo y Thor le dio un apretón a la mano de Astrilde, el cual ella devolvió. Sabía lo que estaba sintiendo, después de todo también había perdido a su madre. Aún recordaba el vacío en su pecho, el dolor que le obstruía la respiración. Eso es algo de lo que uno no se olvida y tampoco es algo que desaparece, una parte de ese dolor siempre te acompaña.
Aquella noche ni siquiera Astrilde pudo dormir bien. No había conocido a Frigga lo suficiente pero sin embargo su muerte había afectado en ella. Era una mujer fuerte pero suave, temible pero amorosa y no merecía el destino que le había tocado.
Cuando apenas estaba amaneciendo y se dio cuenta que ya no podría dormí más, Astrilde decidió que lo mejor sería ir con su gente, contarle las noticias y pedirles que se preparen para la batalla que se aproximaba. Debían detener a los elfos oscuros, los asesinos de Frigga, y ella estaba más que dispuesta a ayudar. Sabía que Thor querría vengar a su madre y ella lo ayudaría a cobrar su venganza.
Heimdall la ayudó a llegar a Vanaheim y enseguida se dirigió a la sala de tronos. Sólo su hermano estaba allí, sentado en un pequeño banquito frente a una fogata. Aquel pueblo era mucho más frío que Asgard. Ull la oyó entrar y al verla enseguida se puso de pie con las manos detrás de su espalda, como si fuera un soldado listo para recibir órdenes.
—Hermano —dijo Astrilde en modo de saludo—, no debes pararte. Siéntate.
Ull vaciló un momento pero finalmente le hizo caso y volvió a sentarse. Astrilde caminó hacia él, tomó un banco y lo puso del otro lado de la fogata. Estiró sus manos sobre el fuego y permitió calentarse.
—Hermana, creí que volverías antes.
—Era el plan —asintió la comandante—. ¿Cómo estuvieron las cosas por aquí? ¿Tuviste algún problema?