Sé que has sufrido , pero no quiero que lo ocultes

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–Beka ¿Beka? ¿Beks? Oshka – un fino pie enfundado en una media de estampado de leopardo le daba golpecitos en el mentón sacándolo de la dimensión desconocida en que se sumergía últimamente.

–Otabek Arystanovich Altin – Ahora su mente estaba de regreso en el sofá de la sala de los Plisetsky, su misión, distraer a su dorado tormento de lo terrible que es ser abandonado por su abuelo por una tonta celebración de gente calenturienta que trataba de camuflar sus bajos instintos con cursilerías–Te escucho, Yura.

–No puedo creer que hasta el abuelo tiene más acción que yo, es ridículo, no lo ayudaré si se lesiona la cadera jugueteando con alguna abuelita por allí... ¿sigues aquí? ¿Beka? – ahora ese piecito terrorista estaba atentando contra su ojo derecho.

Con un rápido movimiento, ambas piernas del rubio fueron inmovilizadas entre un brazo y el respaldar del mueble- ¡Oye! devuelve eso- arrebatarle cosas con los dientes cuando se defendía con brazos y piernas se había vuelto un juego casi de inmediato, Yuri fingía indignarse, llamándole cachorro de hombre lobo o perro salvaje cuando efectivamente llegaba a morderlo (juraba que sin querer). En esta ocasión, la víctima era una de sus medias, que aterrizó cerca de la mascota del hogar que, como siempre, observaba de cerca lo que hacía el visitante kazajo – ¡Potya, atrapa! – El rubio sonreía incrédulo. –ya te he dicho que no es un perro.

– ¿Potya, qué traes ahí? ¿Me invitas? – se estiró un poco para alcanzar a su gata sin despegarse del mueble, pero cuando estuvo a punto de tocarla, ella salió disparada hacia las escaleras, llevándose su recién estrenado juguete entre los dientes. – ¿Has visto lo que mi hija aprende de ti? – Le recriminó, sentándose ahora apoyando un pie sobre un muslo del moreno, el esmalte negro, que el mismo kazajo había aplicado sobre sus uñas hace tan sólo una semana, resaltaba tenues matices rosa sobre el tono alabastro de su piel, su mirada se perdía ahora sobre la otra pierna, ahora también desnuda, la tela de los pantaloncillos se deslizaba hacia abajo por la extraña posición que el rubio había elegido el rubio para realizar aquella acción, revelando  aún más la piel sus muslos. – De verdad, solo le falta morderme– dijo divertido, lanzándole la solitaria media en la cara a un perturbado Otabek.

Se liberó de esas tersas amenazas a su cordura con un ataque de cosquillas, la experiencia le reveló que no las soportaba muy bien. – Si soy tan mala influencia, mejor me voy antes de que Potya empiece a querer comer gente. – en realidad no sabía si quería huir, o escuchar la voz de Yuri susurrando que se quede con él un momento más, aunque sea para escucharle renegar por las cosas que habían resultado mal durante el día.

Quiero recompensar que tu belleza no es solo una máscara
exorcizar los demonios de tu pasado
quiero satisfacer los deseos ocultos en tu corazón

– ¿A dónde crees que vas? – Yuri estaba de nueva cuenta prendido de su cuello con brazos y piernas, tratando de aplicarle una de esas llaves de jiu jitsu que veían cada noche de pelea de la UFC, y aunque siempre perdía, el rubio amaba iniciar esos jugueteos bruscos, Otabek nunca lo admitirá en voz alta, pero le parece adorable ver los labios del menor temblorosos por aguantar la risa cuando su abuelo le encontraba revolcado en el suelo y le llamaba la atención por seguir jugando de esa manera cuando ya no es un niño, sí, solo a él, el señor Nikolai conocía muy bien a su nieto.

Ahora Otabek también lo conocía, conocía lo terrible que era esa bestia en que se convierte el corazón del pequeño tigre de hielo cuando prueba mentiras disfrazadas de promesas, ahora también está enamorado de este ángel caído que lo sacó de la tranquilidad de su retiro espiritual con la discografía de Depeche Mode mediante un bombardeo de mensajes en todas sus redes sociales exigiéndole su atención de manera exclusiva para poder recitarle en persona, lo estúpido de celebrar un santo casamentero, pero esto no estaba en sus planes.

El rubio se soltó al sentir la incomodidad del mayor – ¿Quién es ella? La escondiste bien– sus ojos verdes le observaban con una extraña mezcla de diversión y desaprobación en su rostro.

– ¿De qué hablas? – se encontraba de pie, libre, pero no podía dar un solo paso para alejarse, estaba realmente confundido por la situación y su reacción.

–También te espera alguien, no creas que soy idiota– y ahí estaba, ese maldito puchero otra vez – hace más de una hora no me miras ni siquiera cuando estás sentado frente a mí, hablando directamente conmigo. Clavas tus ojos en cualquier otra parte y bromeas para fingir que todo está bien, ocultas algo. Si no me dices quién es me pegaré a ti como un chicle y me tendrás que llevar.

– Yura, hablo en serio, no sé de qué hablas. – Su maldito corazón traidor seguramente era de aquellos que inspiraron la obra de Poe.

– Yo también hablo en serio, cárgame y llévame con ella, esclavo. – El menor levantó los brazos esperando obediencia. – Leo y Jean siempre decían que Yuri era el caperucito que había logrado domesticarlo.

– ¿Por qué insistes con que hay una mujer esperando por mí?-

–Si te gustaran los hombres, tú no estarías pensando en salir de aquí.

Quedarse sería su única opción, era cierto y en ese momento se sentía completa y totalmente atrapado, paralizado, incapaz de avanzar, de pie justo sobre la línea que separaba el necesitarle cerca y el quererlo lejos para no saltarle encima y estropear todo lo que había logrado en este tiempo. A pulso se había convertido en una parte tan importante de su todo que no volver a tenerlo cerca sería como arrancarse un brazo, o una pierna, un miembro sin el que jamás volvería a ser el mismo, un cuerpo, los sacrificios que había realizado eran un precio que estaba dispuesto a pagar por ver la sonrisa sincera de Yuri Plisetsky, la idea de verse obligado a dejarla por apresurarse era devastadora.

Convences a tus amantes
de que eres perverso y divino

— ¿Por qué me miras así y no dices nada?— el jalón en el cuello de su camisa le tomó por sorpresa. — No estoy jugando, Otabek... si no me dices ahora mismo, te echaré de mi casa y no te dejaré entrar de nuevo. — agregó aquello último en un tono completamente contrario a sus palabras, casi suplicante.

—Yura...— Acariciaba su cabello suavemente mientras le sonreía con esa mirada traviesa, como la de un niño que está a punto de recibir un dulce a escondidas de los padres. — ¿De verdad quieres que sea ahora? Odias este día. — Sus propios miedos le habían impedido ver que tal vez deseaban lo mismo ¿Cuántas veces había soñado con esto? Ni siquiera podía contarlas.

— Nadie más tiene que saberlo— se acomodó mejor en un abrazo. – diré que eres mío desde Barcelona, que te dije sí porque te veías muy sexy en tu chaqueta de cuero y estás loco por mí desde entonces. – en su mirada pudo ver un deseo tan intenso como el propio, que Otabek habría podido reconocer en los ojos de cualquiera, pero jamás habría esperado ver dirigido hacia él, desde los de Yuri.

El beso que compartieron fue urgente, impulsivo, pero mientras sus manos acariciaban su cuerpo por encima de la ropa, de algún modo aún quedaba espacio para la suavidad. Era Yuri en estado puro, sin reservas, sin cinismo, sin ningún pensamiento en su mente más allá de aquel momento. Sólo sintiendo, exactamente como él.

Compláceme
Muéstrame como se hace
Juega conmigo
Eres el único

— También podrías decir la verdad. – Susurró agitado por la falta de aire, pero sin alejarse mucho de los labios contrarios. — que soy tuyo desde que te vi en el campamento de Yakov.

— Eres un tonto. — El beso que Yuri le da es tan dulce, puede jurar sus propios demonios han vuelto a ser ángeles.






UNDISCLOSED DESIRES {OtaYuri}Where stories live. Discover now